El panteón comercial de Barcelona

Las 19 placas de tiendas  singulares desaparecidaso a punto de hacerlo.

Las 19 placas de tiendas singulares desaparecidaso a punto de hacerlo.

Carles Cols

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Con 19 lápidas ya se puede considerar un cementerio. En abril de 1994, el Ayuntamiento de Barcelona decidió presentar sus respetos a las tiendas que, por su edad y arquitectura, daban una atmósfera especial a la ciudad, justo entonces que el mundo, tras los JJOO, acababa de descubrir que esta no era ya aquella urbe sucia y de prescindible visita turística. Había llegado la hora de presumir. Cada una de esas tiendas, 125 en total, fueron premiadas a lo largo de varios años con una placa de hierro fundido, diseño de Enric Satué, que se instaló junto a la puerta de entrada. Guapos per sempre. Así se bautizó la iniciativa. Sin embargo, la eternidad, ese para siempre, ha resultado ser un concepto muy breve en Barcelona. En más de una decena de casos sobrevive la placa pero no la tienda. Antes de que termine el 2014, como consecuencia de la guerra de los alquileres que se libra en el centro de la ciudad, caerán como mínimo cuatro más. En el camposanto comercial barcelonés se podrán visitar a partir del 1 de enero del 2015 un total de 19 lápidas. O más.

Los decesos comerciales han ocurrido por causas muy diversas. A veces, por jubilación del dueño. Ahí está el caso, por ejemplo, de la extinta farmacia Vilardell, en la esquina de la Gran Via con Pau Claris, un bellísimo establecimiento que, una vez mutilado, ocupa hoy la sucursal de un banco ecuatoriano acusado de comprar las hipotecas de sus compatriotas en España para que, en caso de retornar a su país, las deudas pendientes les persiguieran hasta allí.

En otras ocasiones, los hábitos de consumo y el signo de los tiempos no han permitido la supervivencia del negocio. En el número 72 de la Rambla estaba desde 1890 la camisería Bonet, que como el tiburón junto a la rémora vivió durante más de 100 años una feliz simbiosis con el Liceu. Cerró en el 2002 y reabrió en otras manos para la venta de camisetas. Las de Ronaldinho estaban de moda. Aunque el local conservaba toda su carpintería, lo de la placa parecía un chiste de mal gusto.

CIUTAD, NADA DE ELLA

Peor ha sido el caso de establecimientos como la tienda de peines y cepillos Ciutad, de la avenida de Portal de l'Àngel. Era de foto. No queda nada de ella. Solo la placa junto a la entrada.

Todo ese conjunto de 125 tiendas conformaba -según dijo el alcalde Joan Clos en un libro, Guapos per sempre, que se editó en el 2003- «un paisaje que explica cómo éramos, cómo somos y cómo queremos ser». Es el tiempo verbal futuro el que en esa frase chirría, en especial ahora, ya que el fin de la prórroga de la ley de arrendamientos urbanos (LAU) de 1994 está a punto de ampliar el cementerio comercial, en contra esta vez de la voluntad de los dueños de los negocios. La camisería Deulofeu, en Sant Jaume, la chocolatería Fargas, en la calle del Pi, Musical Emporium, en la Rambla, y el irremplazable El Indio, en la calle del Carme, desaparecerán antes de 52 días.

Lo harán contra su voluntad. Todo depende del dueño del inmueble. De un tiempo a esta parte, el concejal de paisaje urbano es la suma de los dueños de las fincas. Lo recién sucedido con la farmacia Mas Docampo, del número 23 de la calle del Carme, sirve a la perfección para contar qué tipo de guerra se está librando en el centro de Barcelona estas últimas semanas. A la dueña del negocio, que no del local, Montserrat Mas, le comunicaron que el 31 de diciembre tenía que abandonar el establecimiento y, además, llevarse todo el mobiliario, a pesar de que su interior y fachada forman parte del catálogo del patrimonio artístico de la ciudad. Es una farmacia de 1880.

SÚBITO FINAL FELIZ

En el Institut del Paisatge Urbà la daban esta misma semana por perdida. De repente, sin embargo, entró en escena un nuevo dueño del inmueble que, en una feliz decisión, aceptó renegociar el alquiler de modo que se garantizara la supervivencia del negocio. La compraventa de edificios enteros parece que es constante este año a la vista del fin de la prórroga de la LAU. Josep Cots, el dueño de Documenta, en el plazo de dos meses conoció a tres propietarios distintos del inmueble en el que estaba su librería antes de verse obligado a mudar su tienda a una calle del Eixample.

En realidad, los arrendatarios de las zonas más cotizadas del centro de la ciudad tienen tanta capacidad de decidir su destino (dicho pomposamente, libre albedrío) como una gallina ponedora en la granja. Si no le gustan las condiciones, termina en el caldo.

A eso se le llama más elegantemente las leyes del mercado. Raphael Minder es el corresponsal de The New York Times que a mediados de octubre, gracias al enorme altavoz de su periódico, dio a conocer al mundo la metamorfosis comercial a cámara rápida que sufre Barcelona. De inmediato recibió correos de lectores de otras ciudades, que querían que su caso se diera también a conocer. «Este es un fenómeno global», explica Minder. pero, más importante aún, cree que irremediable. «En realidad, a muchos de los turistas que visitan la ciudad no les importa si esos comercios emblemáticos están ahí o no». Acepta, eso sí, que el precio de los alquileres puede estar dopado, es decir, que algunas grandes marcas pueden estar abriendo tiendas más por márketing, por estar en esa o en aquella calle, que por las ventas directas. Se encarecen así los alquileres y con ello se condena al comercio tradicional, al de la placa. ¿Es eso una justa ley del mercado? «También el Barça ficha jugadores muy buenos y luego los sienta en el banquillo», argumenta Minder como observador externo. Touché, hay que aceptarlo. Habrá que acostumbrarse, pues, a las lápidas.

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