Novedad editorial y sentimental

Seis hoteles entran en el santoral de las tiendas emblema de Barcelona

Esteve Vilarrúbies regresa a las librerías con un segundo homenaje a los comercios que retrataban el alma de esta ciudad antes de la 'urbanalización'

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barcelona/_DSC6830-Editar.jpg / Esteve Vilarrubies

Carles Cols

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Por si alguien cree que en la prensa escrita se abusa de las citas, en esta crónica vienen a pares. Unos párrafos más adelante leerán una estupenda y muy poco conocida del ‘crusoniano’ Daniel Defoe, pero ya mismo, sin más dilación, he aquí la primera, de Herbert Hoover, trigesimoprimer presidente de los Estados Unidos, que en un momento de lucidez definió 1929 como “una orgía de especulación demente”.

No era para menos. El catacrac bursátil de aquel año dio pie a la Gran Depresión, un suceso que, además de arruinar a medio mundo, dinamitó su trayectoria política. Roosevelt le aplastó en las posteriores elecciones de 1932. El caso es que aquella frase, “una orgía de especulación demente”, llevaba varios años en el tintero de las crónicas posibles de esta ciudad, un lugar en el que ‘mileurismo’ no define solo los sueldos, sino también el precio de los alquileres, y en el que no suele haber mes (o semana) en que, por la misma razón, la de las rentas abusivas, cierre en contra de su voluntad un comercio entrañable de la ciudad. El último (penúltimo, tal vez ya) ha sido el entrañable restaurante Jofama. Víctima de una orgía de especulación demente y sin fin, se podría parafrasear.

Esta pequeña excursión introductoria pretende tan solo ensalzar el feliz regreso de Esteve Vilarrúbies a las librerías, un fotógrafo de Banyoles con el que Barcelona está en deuda desde que en 2020 sacó de imprenta un homenaje a tiendas que, en su opinión, representaban a la perfección la belleza de esta ciudad antes de afranquiciarse, o sea, antes de que sus bajos comerciales, alquilados al mejor postor, comenzaran a ser indistinguibles de los de cualquier otra capital del turismo.

Mantequería Lasierra, desde 1900 en el 160 de la calle de Rosselló.

Mantequería Lasierra, desde 1900 en el 160 de la calle de Rosselló. / Esteve Vilarrúbies

En aquel primer volumen Vilarrúbies (literal y anímicamente) retrató 110 tiendas que, pese a su edad, lucían la hermosura de sus arrugas. Aquel primer volumen era un libro, más allá de lo estético, reivindicativo, porque llegó a las librerías tras una década de obituarios comerciales de todo tipo, una extinción masiva que ríete tú de la del Pérmico-Triásico, hace 250 millones de años.

Tras leerlo y gozarlo, a uno podía quedarle la duda de si sería posible una segunda entrega o, como se dice ahora en tiempos de series, una segunda temporada. Pues sí, con 45 negocios igual de atractivos que los del primer volumen, aunque con una importante novedad, ha abierto el abanico y le ha puesto el sello de “emblemáticos” también a seis hoteles, lo cual terminará por llevarnos a lo prometido, a Defoe.

Los dos volúmenes publicados hasta la fecha por Esteve Vilarrúbies, dos libros que era imprescindible publicar antes de que sea demasiado tarde.

Los dos volúmenes publicados hasta la fecha por Esteve Vilarrúbies, dos libros que era imprescindible publicar antes de que sea demasiado tarde. / Esteve Vilarrubies

De los hoteles que han maravillado a Vilarrúbies dos son instituciones del Eixample, el Palace Barcelona (al que se insiste en llamarle Ritz, porque lo fue) y el Majestic (que en sus años mozos era el Magéstic Hotel Inglaterra, hasta que el franquismo impuso un rebautizo menos pérfido.

Los otros cuatro son de la Barcelona precerdiana, Nouvel, España, Oriente y, por último, una maravilla que pasa inadvertida a pie de calle, el Peninsular, con el que Vilarrúbias reconoce que se llevó una mayúscula sorpresa. Tras la puerta del número 34 de la calle de Sant Pau se descubre el visitante en mitad de lo que en el siglo XVI fue un convento de frailes agustinos y hoy es, más que un luminoso patio, un oasis en mitad del Raval.

El patio interior del Hotel Peninsular, u7n oasis en el Raval.

Esteve Vilarrúbies

El libro es, sobre todo, fotográfico, con el sello de la editorial Efadós, calidad garantizada, pero Lluís Permanyer y Josep Maria Roig, como en la anterior ocasión, no ha querido quedarse al margen y, aunque breves, aportan unos textos fenomenales.

Permanyer es el autor del prólogo, pero, tal y como es él, no hace una introducción al uso, sino que brinda un par de detalles muy propios de su oceánico conocimiento sobre esta ciudad. Siempre es un placer leerle. Celebra Permanyer que Vilarrúbies haya incluido a los hoteles en su catálogo de emblemáticos, vamos, como si se hubiera cruzado sin miedo una línea roja, porque ha sido la hotelización de la ciudad la que ha propiciado de forma indirecta la desaparición de comercios emblemáticos y amenaza siempre la existencia de los que aún abren la persiana cada mañana.

Cuenta el decano de los cronistas de Barcelona que el Ritz (hoy Palace) fue un empeño personal de Francesc Cambó, convencido de que Barcelona no podía asomarse al mundo como capital de Catalunya sin un establecimiento de prestigio internacional, es decir, algo que fuera la antítesis de las fondas que entonces eran comunes en la ciudad. De cuán lujoso era el Ritz cuando en 1919 comenzó a recibir huéspedes da fe después Roig con un dato inimaginable hoy, que el hotel tenía 400 empleados para solo 190 habitaciones.

La proporción, dos a uno, puede sorprender, pero es que los hoteles de categoría eran tal y como los concibieron sus inventores, los italianos, un lujo, interesante aportación histórica, de nuevo de Permanyer, que invita, ya que hablamos de turismo, a desempolvar uno de los mejores libros de viajes de esta época contemporánea, ‘El turista desnudo’, de Lawrence Osborne.

Un detalle de los cajones de Pintures Jordi, en el 88 de Aribau desde 1924.

Un detalle de los cajones de Pintures Jordi, en el 88 de Aribau desde 1924. / ESTEVE VILARRUBIES

Al margen de recomendar su lectura, por su envidiable prosa y por el brutal viaje que relata en busca del último rincón virgen de la Tierra, el libro es interesante porque incluye unas páginas dedicadas a los orígenes de este negocio del ocio, que le lleva, cómo no, a hablar de Italia.

La primera ocasión en que se empleó la expresión ‘tour’, de la que deriva la palabra turismo, fue en un libro de Richard Lassels, ‘El viaje Italia’, de 1670, en el que explicaba como la soez aristocracia británica visitaba la península itálica con el propósito de refinarse. El problema fue, según Osborne, que “Venecia y Nápoles terminaron por ser el Bangkok y la Manila del Siglo de las Luces”, porque parece que los británicos regresaban a casa con la moral bastante emputecida.

Dijo Defoe...

“La lujuria eligió la tórrida zona de Italia, donde la sangre fermenta en violaciones y sodomía”. Esa fue la conclusión a la que llegó Defoe, contemporáneo de Lassels, desde Londres. Como cita hay que admitir que no lo es al uso.

A qué iban los ingleses a Italia en los preliminares del turismo se podrían dedicar varios párrafos más, pero aquí lo que interesa ahora es que fueron los florentinos, romanos y venecianos los que al parecer plantaron la semilla del hotel como lugar de pernoctación, una planta que desde entonces ha crecido sin control hasta transformar las ciudades más allá de lo imaginable. De Venecia se dice que es única en el mundo, pero solo en Estados Unidos hay 27 réplicas parciales de la adriática Serenísima.

Poco o mucho, de eso va en realidad el libro de Vilarrúbies, del insano peligro del plagio, de la urbanalización de las ciudades (palabra estupenda que a veces necesita ser leída dos veces, urbanalización), porque el precio a pagar es tristemente la desaparición de tiendas como las que inmortaliza el autor en su libro, bares como La Alegría (el nombre se le ajusta como un guante), la mantequería Lasierra o, por citar una tercera dirección postal del Eixample, la Granja Vendrell, reconocible por todos por su inmaculada fachada y por esas letras ‘art déco’ que fueron robadas y devueltas en marzo de 2020, pero que Vilarrúbies, que es muy listo tras cámara, ha decidido retratar desde un punto de vista inusual. Es este.

La Granja Vendrell, desde una perspectiva inhabitual y, sin embargo, tan hermosa como la de la fachada principal.

La Granja Vendrell, desde una perspectiva inhabitual y, sin embargo, tan hermosa como la de la fachada principal. / Esteve Vilarrubies

Magnífico, ¿no?