La naturalización del Eixample

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Carles Cols

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El Espai Nur, un minúsculo mordisco sin edificar en la esquina de Calàbria con Consell de Cent, no es, desde luego, un jardín Forestier o al estilo de su más fiel discípulo, Rubió Tudurí. Tampoco es un paisaje como el que Monet, pintor, pero también sobresaliente floricultor, recreó en su finca de Giverny para que fuera el paisaje de sus más famosas obras. El Espai Nur es más bien una ‘uci’ de plantas inadaptadas a la vida en un piso o, si así se prefiere más cinematográficamente, una versión vegetal de la ‘Casablanca’ de Humphrey Bogart, con especies procedentes de los dos hemisferios que no saben muy bien cómo han terminado ahí. Pero es también, y he aquí lo colosal, tal vez lo mejor que le ha podido pasar al eje verde de Consell de Cent.

De esa calle, renacida como rambla, se han destacado algunos de sus objetivos: ‘Descochizar’ el Eixample, unir los barrios de ese distrito con una ruta parcialmente peatonalizada, avanzar hacia una ciudad menos contaminante… Se subraya poco, pero entre los buenos propósitos está también naturalizar la ciudad, no solo con un aumento de la masa verde, sino haciéndola atractiva para (dicho en minúsculas) la vida salvaje, para que sea apetecible para las distintas especies de polinizadores los 12 meses del año. Espai Nur no solo comenzó antes, pues tres años han pasado ya desde que el vecindario hizo suyo a la brava ese espacio abandonado, sino que, sin ni siquiera un plan, el jardín ha sido elegido como lugar de cría por mirlos y picos de coral, también multitud de mariposas (sí, en plena Esquerra de l’Eixample) y, en lo que merece ser calificado como la repera, abejorros, que no solo son los reyes de la polinización del tomate, sino que son un bioindicador incuestionable de la salud de un lugar.

Paqui, vecina y una de las almas del Espai Nur.

Paqui, vecina y una de las almas del Espai Nur. / RICARD CUGAT

Cuántas plantas hay en el Espai Nur no lo sabe Mireille Maladry, una de las vecinas que hace tres años cruzó ese solar triangular calificado como zona verde y que, sin embargo, había sido de todo un poco menos un jardín. También fue ella, junto a otras vecinas, la que logró que el anterior equipo de gobierno desistiera de convertir el lugar en un huerto urbano convencional y, ahora, la que ha obtenido del nuevo concejal del Eixample, Jordi Valls, un alentador mensaje de gran sentido común: si funciona, no lo toques.

La cuestión, lo dicho, es que han perdido la cuenta del número de tiestos y raíces, incluso del de la cantidad especies reunidas. “Más de 1.000 seguro, pero cuánto más no lo sabemos”, dice Mireille. Tanto da. Basta acomodar la vista a tanto verde para comenzar a llevarse sorpresas. El ficus benjamina es un regalo habitual cuando no se sabe qué regalar a alguien que estrena piso. No siempre se adapta a la vida bajo techo. El que crece ahora hermoso te en el Espai Nur, a donde llegó en busca de una segunda oportunidad, esconde un tesoro. Si se apartan con cuidado algunas de sus ramas aparece un nido de pico de coral, un pájaro nativo del África subsahariana que no debería estar en Barcelona, pero su cría en cautividad como animal de compañía termina en ocasiones con fugas. Que bastantes de ellos hayan elegido esta esquina de Consell de Cent con Calabria para criar a su prole dice mucho de las condiciones que ofrece el Espai Nur.

Un pico de coral, especie nativa del África subsahariana, en el Espai Nur.

Un pico de coral, especie nativa del África subsahariana, en el Espai Nur. / RICARD CUGAT

Si el ficus benjamina no causa asombro por su presencia, todo lo contrario puede decirse de un robusto drago canario que está su lado. No era gran cosa cuando llegó. Era más bien menudo. Ahora tiene un aspecto robusto, eso siempre dentro de la excepcionalidad estética de esta especie que parece un árbol dibujado por Tim Burton.

Espinacas japonesas, amarantos, melocotoneros, poinsettias, capuchinas y, al fondo, una frondosa maracuyá a la que hay que prestar constante atención porque tiende a trepar por los muros en un visto y no visto. De sus flores nace la llamada fruta de la pasión, que no debería jamás invitar a la confusión. La pasión a la que se refiere nada tiene de lúbrica. El nombre se lo pusieron los conquistadores españoles porque en ella vieron una metáfora de la muerte de Cristo.

Un 'vecino' del Espai Nur, en pleno ejercicio de su oficio, polinizador

Un 'vecino' del Espai Nur, en pleno ejercicio de su oficio, polinizador / Mireille Maladry

El jardín, en eso hay que insistir, no es la obra de un maestro paisajista, pero sí el resultado de mucho ingenio. En una de los muros desnudos del fondo está sujeta con un par de clavos una caña de bambú reseca. No parece gran cosa. Todo lo contrario. Sin los alardes de los llamados hoteles de insectos del resto de la ciudad, que con Ada Colau como alcaldesa, por razones obvias, pasaron a llamarse refugios de insectos, esa simple caña es el apartamento en el que pasan la noche los abejorros, un insecto común antes de que el tráfico desgraciara la vida silvestre de Barcelona, porque era muy fácil verlos de balcón en balcón, de tiesto en tiesto, como a las solitarias abejas no melíferas. Que de repente los haya en el Espai Nur es más que una anécdota. Hace poco más de un año, el Zoo de Barcelona abrió al público una nueva instalación dedicada a los insectos. Al margen de que es una visita muy recomendable, lo singular era que de todas las especies allí mostradas, solo una tiene acceso al exterior. Son los abejorros, porque su recuperación demográfica se considera una necesidad.

En esa esquina de Calabria eso ha sucedido (podría decirse) de forma ‘amateur’, igual que la llegada de las mariposas, igual que la nidificación de los mirlos, y todo ello, al alimón, es la mejor de las noticias para el proyecto de biodiversidad de Consell de Cent. Sobre todo dos de las cuatro plazas nacidas tras la reurbanización de esa calle, la de Rocafort y la de Enric Granados, han sido concebidas como espacios apetecibles para esa vida salvaje de baja intensidad, en los que, ya sea en forma de néctar o de frutos, siempre haya algo en la despensa. Parte del éxito que allí se coseche será gracias al Espai Nur.

La frondosa maracuyá del Espai Nur, que de no ser por las tijeras de posa escalaría las fincas vecinas.

La frondosa maracuyá del Espai Nur, que de no ser por las tijeras de posa escalaría las fincas vecinas. / RICARD CUGAT

Este breve resumen sobre los tres primeros años de vida de este lugar sería incompleto, no obstante, si no se pusiera la lupa, también, en la otra vida, la vecinal. Allí llevan algunos residentes del barrio las plantas con las que ya no saben qué hacer, por refractarias a la vida bajo o un techo o porque su tamaño aconseja buscarles un nuevo hogar. Hay quien va a hacer el camino contrario, a pedir esquejes para plantar en el balcón de casa. Incluso algún susto ha habido, como pillar con las manos en la tierra a algún amigo de los ajeno. Pero todo eso son minucias a lo que en realidad ha ocurrido, que el Espai Nur ha florecido como centro social al aire libre, en el que un día un vecino baja con su laúd y da un concierto, otro programa una sesión de cine al fresco (desde esta crónica se les sugiere que un día proyecten ya ‘Naves misteriosas’, fenomenal y botánica película de ciencia ficción de los años 70) y, cuando varios se ponen de acuerdo, se van a Collserola a proveerse de tierras fértiles, preferentemente, dicen, esas que remueven con sus pezuñas los jabalís de la sierra.

Estos días, esa familia, los Nur, sopesan cómo montar un jardín vertical en los muros disponibles. Merecerá también un reportaje cuando sea realidad.