La naturalización de cuatro calles

'Superilla Eixample': más madroños que en la Puerta del Sol

Árbol de fuego, el nuevo vecino del Eixample

Puerta del Sol: las sombras de una obra sin sombras

Paseo por los 9 pavimentos de las 'superilles' del Eixample

El jardinero que reverdeció los cuadros de Monet

Tras los albañiles, llegan los jardineros a Consell de Cent, Borrell, Rocafort y Girona

A1-174989671.jpg

A1-174989671.jpg / JORDI OTIX

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Están literalmente echando raíces estos días en el Eixample 54 especies distintas de árboles, también un centenar de especies de arbustos y diferentes tipos de herbáceas están tomando posesión de unos 7.500 metros cuadrados de parterres. Tras los albañiles, llegan los jardineros a Consell de Cent, Borrell, Rocafort y Girona. Pero la operación de plantado no es un simple ejercicio de paisajismo. El sobrenombre de ejes verdes con el que se ha bautizado la reurbanización de estas calles tiene un significado más profundo. La también llamada ‘superilla’ del Eixample pretende ser un nuevo ecosistema que todo el año sea capaz de proporcionar alimento a las aves, néctar a los polinizadores y distintos tipos de sombra a los humanos con árboles de talla precisamente así, de escala humana, no automovilística, como hasta ahora. Hay mucho por descubrir, pero, por hacer boca, he aquí un primer dato: hay ya más madroños en esas cuatro calles, 15, que en toda la Puerta del Sol de Madrid, reurbanizada, por decirlo amable, al más puro estilo del brutalismo arquitectónico, sin una brizna de hierba.

Los frutos del madroño.

El Eixample nació arbolado, pero, si se permite la licencia, con un cierto aspecto de antes del Cretácico, monocromáticamente verde, con una ausencia casi absoluta de flores de colores vistosos. Fue hace 20 años cuando el Ayuntamiento de Barcelona dio un primer y significativo paso para romper esa monotonía. Eligió un árbol de colorida flor para las esquinas de cada barrio (el amarillo de la sófora para Sant Antoni, el lila del cinamomo para la Sagrada Família, el rosa profundo del árbol del amor para la Esquerra de l’Eixample…). La nueva etapa, la de los ejes verdes, va mucho más allá, detalla Jana Miró, ingeniera agrícola, paisajista y técnica del área de proyectos del Instituto Municipal de Parques y Jardines. Lo que a continuación leerán es una suerte de bloc de notas de un safari botánico por el Eixample con ella y con el arquitecto en jefe de la ciudad, Xavier Matilla.

Un parterre con dos aún muy tiernos ejemplares de cerezos de flor japoneses, 'Prunus serrulata'.

Un parterre con dos aún muy tiernos ejemplares de cerezos de flor japoneses, 'Prunus serrulata'. / JORDI OTIX

Los madroños. ‘Arbutus unedo’, son un buen punto de partida porque resumen a su manera el proyecto de naturalización del Eixample. No son árboles, son arbustos, pero ocupan tanto alcorques, como los de los plátanos, como parterres. De todos los frutos que a lo largo del año madurarán en el Eixample (peras y manzanas, incluso, pero silvestres, no aptas para el consumo), sus bayas, esos frutos rojos de piel espinada que todo buen excursionista ha comido en alguna ocasión (mejor no hacerlo con las de Barcelona por sus índices de polución) madurarán a finales de año y, así, además de tintar el paisaje (por decirlo moderno, hacerlo ‘instragrameable’) proporcionarán alimento a las aves en una época del año en el que ese sustento podría escasear. “A vista de pájaro, la vegetación de las calles del Eixample era hasta ahora una línea discontinua. En cuatro de sus calles, con la nueva urbanización, ya no. Será interesante estar pendiente de los resultados, explica Miró.

Difícil de adivinar en un primer golpe de vista, el cruce de Consell de Cent y Enric Granados, pendiente aún de que los parterres acojan la nueva vegetación.

Difícil de adivinar en un primer golpe de vista, el cruce de Consell de Cent y Enric Granados, pendiente aún de que los parterres acojan la nueva vegetación. / JORDI OTIX

De cada especie podría contarse una historia. Las cotorras, por ejemplo, estarán más que contentas con la mayor presencia ejemplares ‘Melia azederach’. También lo estarán los amantes de las curiosidades botánicas, aunque por razones distintas. Ese es el nombre científico del cinamomo, también conocido como árbol del paraíso, que produce un fruto tóxico para todos los mamíferos y casi todas las aves, excepto, lo que son las cosas, para las cotorras. El hueso que alberga su semilla (he aquí la curiosidad desde la perspectiva humana) se usó durante siglos para confeccionar rosarios, por eso en el Mediterráneo oriental se le considera un árbol santo. Desde luego no será el caso de la tantas veces anticlerical Barcelona, la Rosa de Fuego, que, con un poco de imaginación quedará representada al menos con dos de los árboles plantados en los ejes verdes. A saber…

Bajo un nombre científico que ni fu ni fa, ‘Brachichiton acerifolia’, emerge la imponente figura del australiano árbol de fuego, apelativo que no le viene en absoluto grande. Aunque pocos, ya los hay en Barcelona, muy llamativos, eso sí, siempre que a ellos les apetezca. Son caprichosos, pero merece la pena no perderse su espectáculo cuando toda la copa son flores rojas y no conservan ningún a hoja verde. Es inevitable reparar en ellos, como un Moisés ante un árbol en llamas.

Un árbol de fuego, en su Australia natal.

Hay una historia evolutiva que viene aquí muy oportunamente al caso. De las tres familias de algas que habitaban los mares hasta el Paleozoico, solo las verdes fueron capaces de colonizar la tierra, de eso hace unos 470 millones de años. Las rojas y las negras no supieron dar ese salto evolutivo. Ahí siguen, sumergidas, y así fue como el verde pasó a quedar asociado al color de la naturaleza. A su manera, el árbol de fuego invita a imaginar cuán distinto sería el mundo si en aquel remoto pasado la historia hubiera sido otra y las algas rojas hubieran conquistado las mesetas y las montañas.

Girona con Consell de Cent, la plaza menos verde (debajo está la estación de metro), pendiente, sobre todo, de que se instalen las zonas de juego infantil.

Girona con Consell de Cent, la plaza menos verde (debajo está la estación de metro), pendiente, sobre todo, de que se instalen las zonas de juego infantil. / JORDI OTIX

Borrell y Girona son las calles agraciadas con la presencia de nuevos ejemplares de ‘Brachichiton acerifolia’, pero no es este el único homenaje a la Rosa de Fuego.

El peral de Callery (‘Pyrus acerifolia’) puede compartir ese título. Es un árbol altamente inmune a las plagas, pero lo interesante, en su caso, no es solo que ofrecerá abundantes cosechas de frutos a los pájaros, sino que, desde la mirada vecinal, brindará una variada coloración, una suerte de oportuna bandera de Italia para un distrito en el que los transalpinos son la comunidad extranjera más numerosa. Hojas verdes cuando el invierno toca a su fin, flores blancas entre marzo y abril y, llegado el momento, una copas rojizas cuando termina el ciclo de sus hojas caducifolias.

Uno de los propósitos de todo este proyecto de naturalización del Eixample es, explica Miró, seguir las enseñanzas de una arquitecta paisajista de referencia como Elizabeth K. Meyer, catedrática en la Universidad de Virginia, para quien la estética de este tipo de proyectos debe ser solo un instrumento para conseguir una meta más ambiciosa, que quien recorre un paseo o una plaza arbolada “despierte y se dé cuenta de que su presencia no es la única en ese lugar”, algo parcialmente ya conseguido en esta ciudad, donde los plátanos han sido considerados desde hace décadas unos barceloneses más.

Según Miró, las cuatro calles de los ejes verdes merecen estos días un safari botánico, pero en realidad habrá que esperar “dos primaveras” (curiosa manera de medir el paso del tiempo) para que la naturaleza haya seguido su curso y el efecto deseado sea ya el conseguido.

Las condiciones para lograrlo están en detalles que explica el arquitecto en jefe del Ayuntamiento de Barcelona, algunos de ellos visibles, otros escondidos en el subsuelo. De los primeros da fe el tamaño de los alcorques de los árboles, dos veces más grandes que los originales, y la generosa superficie de los parterres. Están concebidos para no desperdiciar ninguna lluvia.

Un alcorque, más grande que sus antecesores del Eixample hasta ahora, y cubierto con un triturado de madera que mantiene húmedo el suelo.

Un alcorque, más grande que sus antecesores del Eixample hasta ahora, y cubierto con un triturado de madera que mantiene húmedo el suelo. / JORDI OTIX

En algunos alcorques, por ejemplo, ha llamado la atención que hayan sido rellanados con un triturado de restos de madera. No es un capricho estético. Tiene una misión, preservar la humedad del suelo, entre otras razones porque el Eixample, incluso antes de convertirse en la nueva Barcelona extramuros, no es una tierra fértil como la del Baix Llobregat. Es un suelo arcilloso, pobre en nutrientes. Las obras llevadas a cabo durante los últimos nueve meses han servido, en parte, para ‘arar’ ese subsuelo y cambiar su carácter. Los resultados, si estos fueran unas pruebas de selectividad, dentro de dos primaveras. Y más allá, ya como posdata, una última curiosidad: los árboles caminarán. Bueno, es un decir. Explican Miró y Matilla que la urbanización de los ejes verdes tiene un plan b para aquellos casos en los que un árbol de la vieja guardia muera. Llegará la toconadora y se llevará su cadáver, pero el árbol que le relevará no se repondrá en el mismo alcorque, sino un poco más en mitad de la calle, más alejado de la fachada, para que crezca más a sus anchas y poporcione lo que de él se espera, una buena sombra.