Los ejes verdes

Paseo por los 9 pavimentos de las 'superilles' del Eixample

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A1-173760666.jpg / Manu Mitru

Carles Cols

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Para aquellos que literalmente quieren saber el suelo que pisan, que sepan que en los nuevos ejes verdes del Eixample lo harán sobre nueve tipos distintos de pavimento, desde las baldosas de simple cemento compactado que Barcelona ha conseguido convertir en un icono de la ciudad (la célebre flor, por supuesto, que en los años 70 fue condenada a la desaparición y, sin embargo, sobrevivió), hasta losas graníticas procedentes de canteras de Extremadura y Galicia. La disposición de todos esos tipos de pavimento puede parecer caprichosa, como si el arquitecto en jefe de Barcelona, Xavi Matilla, se las hubiera querido dar de Piet Mondrian del urbanismo, pero hay menos azar ahí del que parece a simple vista. Este es el suelo que pisamos.

Granito de Quintana de la Serena (Cáceres), una cantera de la que aseguran que dará piedra aún durante dos siglos.

Granito de Quintana de la Serena (Cáceres), una cantera de la que aseguran que dará piedra aún durante dos siglos. / Manu Mitru

Granito Gris Quintana

Quintana de la Serena (Badajoz) y sus 4.500 habitantes son la envidia de su comarca por la cantera de granito con la que han calzado a media España. Dicen que tienen piedra para más de 200 años. De Extremadura viene la mayor parte de los adoquines con los que se ha sustituido el asfalto en Consell de Cent, Girona, Rocafort y Borrell. Han cruzado la península cientos de toneladas de granito cuando justo aquí, es cierto, hay una anciana cantera, la de Montjuïc, pero de esta queda solo el esqueleto de lo que en su día llegó a ser. La Barcelona antigua, la que hoy es Ciutat Vella, se edificó con esa piedra local, es verdad, pero no hay que llamarse a engaño. Esas calzadas de aspecto gótico que los turistas y, también algún nativo, suben a Instagram son en realidad una modernez. Puede que la más antigua de todas sea la de la calle del Bisbe y es de 1952. Visto así, la opción de usar granito de Quintana de la Serena cobra más glamur. Milimétricamente cortado y tratada su superficie como corresponde, proporciona unos adoquines antideslizantes perfectos para caminar.

Una baldosa de Granito Blanco Cáceres, rodeada de sus primas graníticas Gris Quintana.

Una baldosa de Granito Blanco Cáceres, rodeada de sus primas graníticas Gris Quintana. / Manu Mitru

Granito Blanco Cáceres

Son pocas, pero encajadas entre las losas procedentes de Quintana de la Serena aparecen de vez en cuando piezas cuatro veces más grandes procedentes de otras canteras extremeñas. Son más claras. Son una perfecta oportunidad para explicar porque el pavimento de los ejes verdes parece un catálogo de suelos. Se corrige así lo que se considera un error cometido en la ‘superilla’ de Sant Antoni. En aquella primera pacificación, aceras y calzada quedaron al mismo nivel, pero mantuvo un similar aspecto original para cada antigua parte de la calle. El resultado (psicológico, así se podría decir) es que los peatones tienden a transitar por lo que antes de la conversión en ‘superilla’ era la acera y renuncian muchos de ellos a pasear por la parte central de la calle. En los nuevos ejes verdes, el pavimento indica claramente a los coches, motos, bicicletas y patinetes que no circulan por un espacio que les pertenece. La experiencia en los tramos ya terminados parece indicar que se logrado el objetivo fijado.

Granito de Porriño, provincia de Pontevedra.

Granito de Porriño, provincia de Pontevedra. / Manu Mitru

Granito Rosa Porriño

Aunque hay que buscarlos con paciencia para encontrarlos, por ejemplo en la plaza que está en pleno parto de obras en Consell de Cent con Enric Granados, hay una tercera variedad de adoquines de nueva factura. Su singularidad, además del tono levemente rosado, es que proceden de Porriño, otro pueblo, este gallego, agraciado con una cantera de colosales dimensiones.

Centenarios adoquines de la calle de Girona que, tras casi medio siglo tapados, han sido rescatados, reciclados y reaprovechados.

Centenarios adoquines de la calle de Girona que, tras casi medio siglo tapados, han sido rescatados, reciclados y reaprovechados. / Manu Mitru

Adoquines centenarios

La conversión de la calle de Girona en un eje verde deparó tres sorpresas tan pronto como se comenzó a levantar el asfalto. Entre la calles de Mallorca y la Diagonal vieron de nuevo la luz los muros de una masía del siglo XVI o tal vez XVII. Se documentó y se volvió a sepultar, porque quién sabe si futuros arqueólogos que hoy están en primaria querrán algún día estudiarla con más calma.

Aparecieron también las vías del tranvía que cubría parte de su ruta por la ciudad por la calle de Girona. Ni se retiraron ni se sepultaron. Se modificó sobre la marcha el proyecto de urbanización y se consideró que sería adecuado que fueran visibles, como si el eje verde fuera un palimpsesto urbanístico. No son exactamente un pavimento, pero han sido tratadas como tal, ni que sea para no tropezar con ellas.

Un tranvía, a su paso por la calle de Girona, hace unos 100 años

La tercera sorpresa no fue menos interesante. No había playa bajo el asfalto, cuestión ya dilucidada en mayo de 1968 en París, había adoquines, perfectamente conservados, auténticas antigüedades de la historia del Eixample, piezas de las que, sin embargo, se desconoce aún, a día de hoy, su origen, y eso que de los suelos de Barcelona hasta se han escrito tesis doctorales, la más célebre la de la profesora de diseño Danae Esparza.

Ildefons Cerdà, que como ingeniero planificó el Eixample hasta el más ínfimo detalle, sopesó diversas alternativas para urbanizar las calles de la nueva Barcelona. ¿Asfalto? ¿Macadam? ¿Madera? Al final, la solución elegida fueron los adoquines, tan gruesos que ha sido posible ahora partirlos por la mitad y de cada uno de ellos obtener dos unidades. Su presencia le concede a Girona un aire decimonónico que no tienen tan claramente el resto de los ejes verdes.

Un sendero de pavimento podotáctil, flanqueado por acera con el clásico panot de la flor.

Un sendero de pavimento podotáctil, flanqueado por acera con el clásico panot de la flor. / Manu Mitru

Pavimento podotáctil

Son las baldosas probablemente menos caprichosas de los ejes verdes. Su diseño y color son irrenunciables, porque marcan el camino para los invidentes totales y también para quienes sufren una pérdida parcial de visión. Siguen líneas rectas, libres de obstáculos, siempre entre la primera fila de árboles y la fachada de los edificios. Bajo ningún concepto las sillas de una terraza de bar deberían cortar esa senda. A veces, no obstante, pasa. Solo una curiosidad sobre las baldosas podotáctiles: parecen de dos colores, de dos tonalidades distintas del gris. Es solo un efecto óptico.

Baldosas conocidas como la flor, un icono de la ciudad que a punto estuvo de desaparecer, en una confluencia con granito extremeño.

Baldosas conocidas como la flor, un icono de la ciudad que a punto estuvo de desaparecer, en una confluencia con granito extremeño. / Manu Mitru

La flor y el chocolate

No hay adoquines de granito en lo que antes de la reforma eran la aceras. Tiene su razón de ser. Cuando no es la compañía del gas la que abre una zanja, es un del sector de las eléctricas la que lo hace. O una después de la otra. El granito es caro. El cemento, no, y de ese material están hechas las baldosas más reconocibles de la ciudad, las de la flor (que no pocos vecinos se han llevado a casa como objeto de decoración durante los meses de las obras) y las que parecen una chocolatina, las preferidas por los urbanistas, porque se pueden partir por la mitad para completar el puzle del pavimento y ni siquiera así pierden su esencia.

Baldosas de cuatro pastillas, las preferidas por los albañiles porque son más fáciles de encajar.

Baldosas de cuatro pastillas, las preferidas por los albañiles porque son más fáciles de encajar. / Manu Mitru

Ha habido quejas vecinales, cartas de los lectores que lamentan que en su calle, Consell de Cent, por ejemplo, se ha desdeñado la opción de la baldosa de la flor. Merecen una respuesta. La da Matilla, el arquitecto jefe municipal. “La baldosa de la flor desagua por que la de cuatro pastillas, por eso es aconsejable para calles con pendiente, como Girona. La solución final acordada fue colocar la flor en dos calles y la de cuatro pastillas en las otras dos”.

La calle de Consell de Cent, entre Rambla de Catalunya y paseo de Gràcia, un tramo hídricamente muy meditado.

La calle de Consell de Cent, entre Rambla de Catalunya y paseo de Gràcia, un tramo hídricamente muy meditado. / Manu Mitru

Y aprovecha Matilla para insistir precisamente en esa cuestión, la del agua. Es un detalle imperceptible, pero la calle de Consell de Cent, la única transversal de las cuatro reformadas, ha sido diseñada al gusto de Isidro Labrador, el santo de las lluvias. En Barcelona son escasas y, cuando acontecen, en ocasiones son torrenciales. El agua que cae cerca de la fachada del lado montaña de la calle la vierte la pendiente en los alcorques de los árboles. La de la calzada central, puede que sucia de aceites del paso de los vehículos a motor, termina en los imbornales.

Las gaudinianas losetas del paseo de Gràcia, con sus relieves marinos.

Las gaudinianas losetas del paseo de Gràcia, con sus relieves marinos. / Manu Mitru

La loseta de Gaudí

No se suele reparar en ello, pero las baldosas del paseo de Gràcia (la obra más modesta de Antoni Gaudí en esa calle, pero también la que más espacio ocupa) contienen la silueta de tres especie marinas, una caracola, una estrella de mar y un sargazo. Es el octavo tipo de pavimento de las nuevas ‘superilles’. El noveno son las simplemente lisas, las que sirven, por ejemplo, para unir las podotáctiles con las graníticas.

Esas gaudinianas se asoman unos metros adentro de Consell de Cent cuando esta calle se cruza con el paso de Gràcia. Son una seña de identidad de esa avenida desde 1906, cuando se colocaron por primera vez en la ciudad. En los años 70 se cometió el pecado capital de la soberbia y se rediseñaron, más grandes, más azules y, ¡ay!, más frágiles. En 1997 se corrigió aquel error.

Xavier Matilla, arquitecto en jefe del Ayuntamiento de Barcelona, en Consell de Cent.

Xavier Matilla, arquitecto en jefe del Ayuntamiento de Barcelona, en Consell de Cent. / Manu Mitru

Bancos, mesas y árboles

No es pavimento, pero este paseo con Xavier Matilla por los ejes verdes no sería completo sin una referencia a un par de detalles más que no pasan inadvertidos. El primero es que, en una apuesta que no deja de ser arriesgada, se ha apostado por los bancos de varias plazas y se ha renunciado así a la silla Montseny, habitual de algunas de las últimas grandes reformas en Barcelona, individual, elegida porque con ella se evitaban los grupos. Según se mire, esa silla era todo un síntoma.

Hay, pues, bancos, pero también mesas, de comprobado éxito en la ‘superilla’ de Sant Antoni. Pero lo que realmente será llamativo es parte de la vegetación elegida para que los ejes verdes sean merecedores (aunque con alguna licencia cromática) de ese nombre, verdes. Las cuatro calles reformadas sumarán en total 1.400 árboles, además de las especies arbustivas plantadas en los 7.500 metros cuadrados de parterres.

La calle de Consell de Cent.

La calle de Consell de Cent. / Manu Mitru

Lapachos rosados, árboles del amor, ginkgos, perales de flor… la lista árboles elegidos para los nuevos alcorques merecerá, cuando comiencen arraiguen y comiencen a florecer, un nuevo paseo, esta vez de la mano de algún botánico, pero a modo de anticipo hay que destacar que entre las especies elegidas no faltarán algunas unidades del siempre sorprendente árbol de fuego, llamativo como pocos cuando todas sus hojas adquieren un intenso color carmín.