Patrimonio histórico remozado

Viaje en el tiempo al primer ático de Barcelona, la Casa Pich i Pon

La más 'chicaguiana' obra de Puig i Cadafalch, un edificio que costó "un huevo, pero de la cara", renace como edificio de oficinas de la Barcelona del siglo XXI

Carles Cols

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Este fue en 1921 el primer ático moderno de la ciudad, la primera finca de la ciudad donde el dueño decidió que el piso más señorial para vivir no era el Principal (de ahí su nombre), sino el de más arriba de todos, la última planta. Eso sucedió en el número 9 de la plaza de Catalunya, una obra, aunque no lo parezca a simple vista, que lleva la firma de Josep Puig i Cadafalch. Aquel pionero que, ascensor mediante, decidió trasladar su residencia al ático fue (gracias musa de la inspiración por brindar esta oportunidad de repescar al personaje) Juan Pich i Pon, mitad empresario, mitad político, una suerte de Trump barcelonés ‘avant la lettre’, pero, sobre todo, de forma entera, nada de mitades, único hablante de un idioma que el mismo creaba cada vez que abría la boca. Era un defecto, pero casi podría decirse que parecía un don. El estudio SCOB de arquitectura acaba de remozar la Casa Pich i Pon y ha decidido mostrar la labor que ha llevado a cabo, una feliz idea, que ojalá se incluya en futuras ediciones de Open House, porque aquella esquina es un milhojas de historias que contar.

“Esta casa me ha costado un huevo”, dijo el imprudente Pich i Pon ante un grupo de señoras de la alta sociedad barcelonesa. Quería presumir. Había encargado a Puig i Cadafalch que sobre un edificio anterior construido en 1910 le hiciera un hogar en el que cupiera su ego. Había nacido en una familia humilde, pero en 1921 era uno de los hombres más ricos de la ciudad. Sus orígenes, sin embargo, se empeñaban en asomarse cuando hablaba. “Me ha costado un huevo”. Ante la estupefacción de las señoras, quiso aclarar lo que había dicho. “Pero un huevo de la cara”.

La Casa Pich i Pon, con sus característicos ventanales cuadrados, toda una rareza en 1921.

La Casa Pich i Pon, con sus característicos ventanales cuadrados, toda una rareza en 1921. / ÀNGEL GARCÍA

Esta visita a la Casa Pich i Pon tal vez debería relatarse con el idioma de aquel hombre que incluso fue alcalde de Barcelona durante unos meses de 1935, es decir, describir esos puntos de luz del techo de cada planta como elementos de “luz genital” (eso dijo en una ocasión) y maravillarse con como los arquitectos de SCOB, con el uso de materiales muy acertados, han conseguido que las oficinas (porque ya nadie vive ahí) sean placenteramente silenciosas, o sea, en palabras de Pich i Pon, que no tengan “malas condiciones acuáticas”. Sería divertido, pero agotador y puede que incomprensible.

Reírse de aquel alcalde (en realidad, de todos un poco) es habitual en esta ciudad. Las ‘pichiponadas’ son un subgénero de la crónica local que, como un Guadiana, siempre botan de nuevo. Vistos que los debates urbanísticos y de movilidad están alcanzando la incandescencia con la proximidad de las elecciones, Pich i Pon podría aconsejar que “aquí no haya bifias ni bofias, porque todos somos hermafroditas”, lo cual, sus interpretes, que los hay, sostienen que se refería a filias y fobias y a neutrales, pero en realidad nunca se sabe. Vamos, mucho ja, ja, ja, pero aquel hombre fue, lo dicho, un pionero. Compró una esquina que entonces no estaba tan claro que iba a ser cotizadísima y decidió dejar el piso principal y pasar a vivir en el ático, un pionero de algo que poco después harían Francesc Cambó y Tecla Sala.

La Casa Pich i Pon es una de las fachadas menos fotografiadas de la plaza de Catalunya. No tiene, a primera vista, el empaque de la Casa Pascual i Pons, en la confluencia con paseo de Gràcia, ni tampoco la leyenda de lo que fueron el hotel Colón y el edificio de Telefónica, desde donde intercambiaron disparos anarquistas y comunistas en mayo de 1937. Pero esa finca, la del número 9, es interesantísima para el gremio de los arquitectos porque refleja a la perfección la huella que en Puig i Cadafalch dejó su visita a Chicago, durante los 20 primeros años del siglo XX un referente en esa materia.

Acristalada, una de las salas de reuniones que comparten los inquilinos de las oficinas.

Acristalada, una de las salas de reuniones que comparten los inquilinos de las oficinas. / ÀNGEL GARCÍA

Algo de Louis Henry Sullivan, padre de una parte de la arquitectura de Chicago, está en esa finca que se hizo remozar Pich i Pon, por ejemplo, sus grandes ventanas cuadradas, algo inusual entonces, y el uso del hierro como soporte para conseguir espacios diáfanos en las plantas situadas bajo el ático, que eran oficinas.

Lo que Puig i Cadafalch hizo en 1920 sobre un anterior edificio de José Vilaseca fue, según se mire, una 'remunta' mucho antes del porciolismo, y, según Sergi Carulla y Óscar Blasco, responsables de la actual reforma, algo que no debería caer en el olvido. “En 1921, Barcelona y el resto del mundo acababan de deja atrás la gran pandemia de la gripe español y, de alguna manera, ese edificio era la respuesta a las exigencias de los nuevos tiempos, un lugar más luminoso y generoso en el espacio disponible”. Que Pich i Pon prefiriera el aireado ático para vivir puede que también algo que ver con aquella postpandemia, aunque o hay que menospreciar la posibilidad de que tambié fuera para, desde su terraza de privilegiadas vistas, decir aquello que un día se le oyó pronunciar desde el Tibidabo: “Por favor, ¡cuánta propiedad urbana!”.

La plaza de Catalunya, desde la terraza que fue parte del hogar de Pich i Pon, pionero entre la clase alta que eligió el ático para vivir.

La plaza de Catalunya, desde la terraza que fue parte del hogar de Pich i Pon, pionero entre la clase alta que eligió el ático para vivir. / ÀNGEL GARCÍA

Y añaden los arquitectos: “Ahora acabamos de dejar atrás otra pandemia y la reforma que hemos realizado sigue esa misma filosofía”. Hay un par de detalles que lo resumen a la perfección. El primero es, que aunque sea un edificio de oficinas, en este caso del grupo LOOM, las ventanas se pueden abrir si así apetece. El clima de Barcelona lo permite a menudo. No hay ninguna ley que lo impida, tan solo que perdura aún una cierta cultura de ‘El apartamento’, como si todo lugar de trabajo tuviera que ser como aquel en el que Jack Lemmon entierra sus jornadas laborales en la película de Billy Wilder.

El segundo detalle es que, de forma invisible, al menos desde la calle, los espacios de trabajo de la ciudad se están reformando al mismo ritmo en que las firmas internacionales eligen Barcelona como un aliciente para que sus empleados dejen la sede central dentro de sus estrategias de expansión. Sí, la ciudad tiene playas, un clima todavía amable, una gastronomía de rechupete y se supone que una vida nocturna envidiable para según qué edades, pero con eso no basta. De la reforma de la Casa Pich i Pon, lo que sorprende, además de la recuperación de aquellos elementos que aún recuerdan a Puig i Cadafalch, es la creación de espacios comunes, de reunión o de desayuno, con vistas a la plaza de Catalunya o al interior de manzana, que también tiene su qué.

Una de la zonas comunes del edificio, adyacente a la máquina de los cafés.

Una de la zonas comunes del edificio, adyacente a la máquina de los cafés. / ÀNGEL GARCÍA

Ese es el nuevo valor añadido de las oficinas en el corazón de la ciudad, que sean adecuadas para las nuevas maneras de trabajar, no, como sucedía antes, que tenga plazas de aparcamiento. “En realidad, lo que nos han pedido quienes se han instalado en las oficinas es un lugar en el que guardar los patinetes”. Los tiempos cambian.

Durante los ocho meses que han durado las obras se han recuperado paredes de obra vista y techos de ‘volta catalana’, más o menos con el mismo cariño con el que cualquier particular con posibles haría obras en su piso si el edificio fuera centenario. E, igual que ese imaginario propietario de piso, se ha decorado el lugar. En el caso de a Casa Pich i Pon, con ilustraciones Mister Andreu, un diseñador gráfico célebre por la forma que tiene de entender Barcelona.

En esencia, lo que el taller SCOB ha hecho es desandar parte del camino que se recorrió en los años 80 cuando la finca fue sometida unas profundas obras de reforma. Entonces, se ganó edificabilidad no con una ‘remunta’ clásica, o sea, a partir de añadir más pisos sobre el tejado, sino ampliando la profundidad del inmueble por el interior de manzana. Eso quitó luz a las zonas más centrales del edificio, de manera que ahora, con éxito, el objetivo perseguido era que la claridad del exterior inundara odas las salas, para no fiarlo todo a la “luz genital”.

RAMBLA DE CATALUNYA, 2 La Lune sobrevivió reformado hasta 1976.

La Lune, un bar 'fallecido' en 1976 y que ocupaba los bajos de la Casa Pich i Pon. /

Con algo de buena voluntad por parte de quien corresponda, la Casa Pich i Pon puede que entre a formar parte algún día de la oferta cultural del Open House Barcelona, porque, lo dicho, es historia de la ciudad, incluso desde antes de que Puig i Cadafalch tomara las riendas del lugar. En los bajos de esa finca nació en 1910 el bar La Lune, un lugar de encuentro de intelectuales, artistas y gentes a las que les gustaba el buen café y la conversación. Santiago Russinyol tenía querencia por aquel establecimiento, del que en las paredes colgaban litografías de esas que Ramon Casas había pintado para Anis del Mono y otras marcas. Se dice que también fue una suerte de ‘tinder gay’ cuando el sexo era analógico y se subraya, por supuesto, que tras la Guerra Civil las autoridades obligaron a españolizar su nombre, La Luna, con el que sobrevivió hasta junio de 1976. Sin su presencia, la Casa Pich i Pon una seña de identidad y, por momentos, hasta cayó en el olvido que esa, una de las fachadas más visibles de la plaza de Catalunya, llevaba la firma de Puig i Cadafalch.