La piel de Barcelona

Cinco años de obras salvan una postal del Eixample: paseo de Gràcia 2 y 4

La Casa Pascual i Pons, un proyecto del más que prolífico Enric Sagnier, renace 132 años después de su edificación

Carles Cols

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Dos años solamente tardó Enric Sagnier (el más fecundo arquitecto barcelonés, hasta extremos malsanos, como luego se verá) en levantar la finca de los número 2 y 4 del paseo de Gràcia. Fue entre 1890 y 1891. Hasta podría decirse que la Casa Pascual i Pons, porque así se llama, es la esquina más hermosa de la plaza de Catalunya, una competición, por otra parte, muy poco disputada. Ocho años (tres de delinear planos, cinco de obras) ha tardado el taller de arquitectos Espinet + Ubach en remozar el edificio, una eternidad, se podría afirmar, pero lo sucedido tras la fachada durante ese lustro en que los andamios han impedido su contemplación a pie de calle ha sido un trabajo de ingeniería que merece ser contado porque, terminadas las obras, forma parte ya de la historia de Barcelona, para lo bueno y un poco también para lo malo.

A veces se dice aquello de renovarse o morir. Es un mal lema si de arquitectura y urbanismo se trata, un eslogan al que demasiadas veces se ha abrazado Barcelona. Sobre todo lo ha hecho el paseo de Gràcia, bulevar de fincas magníficas, sí, pero fruto de esa renovación compulsiva, también calle de edificios espantosos. Es por eso que del ‘rehabilitarse o morir’ llevado a cabo en la Casa Pascual i Pons han querido presumir los arquitectos responsables del proyecto y han organizado una visita que, si es posible, debería formar parte de las próximas ediciones del festival Open House.

La plaza de Catalunya, vista desde la terraza de la Casa Pascual i Pons, y a la izquierda una de los pináculos cercenados en los 60.

La plaza de Catalunya, vista desde la terraza de la Casa Pascual i Pons, y a la izquierda una de los pináculos cercenados en los 60. / ZOWY VOETEN

La finca original, lo dicho, es uno de los 482 proyectos que elaboró en vida Enric Sagnier. Queda claro con esas cifras que calificarle de prolífico es quedarse corto. Más de 300 de esas obras son hoy la piel de Barcelona, una cifra mayúscula. Entre sus edificios hay, eso sí, algunas monstruosidades, como el templo expiatorio del Tibidabo, la antigua sede de La Caixa de la Via Laietana y la vieja Aduana del Puerto de Barcelona. Contemporáneo de Puig i Cadafalch, de Domènech i Montaner y de Gaudí, se le considera un miembro más de la familia modernista, aunque su fijación por las inspiraciones medievales y neogóticas han hecho de él un autor inclasificable y no siempre respetado. En los número 2 y 4 del paseo de Gràcia, sin embargo, se ciñó al guion y alumbró lo que durante décadas ha sido una postal de la ciudad.

La casa tiene dos apellidos porque son los de las dos familias que al alimón le encargaron el proyecto en tan cotizada esquina. Lo que hizo Sagnier (marqués por designación pontificia, que se dice pronto) fue concebir un inmueble burgués hasta las últimas consecuencias. A dos meses de las próximas elecciones municipales hay una corriente de defensores de las supuestas esencias del Eixample que sostienen que las ‘superilles’ están creando un distrito de ricos y pobres, de afortunados por vivir en una calle verde y de infelices que sufren el tráfico de los vehículos. En la Casa Pascual i Pons, las familias Pascual i Pons vivían en la amplísima primera planta, con una escalinata propia de acceso, en una vivienda en la que habían trabajado en su decoración los mejores artesanos de la ciudad. A las plantas superiores se accedía por una puerta secundaria. Eran pisos de alquiler. La burguesía y su alma rentista, ese debate que tanto daría de qué hablar.

¡Peligro, 'remunta'!

Recuerda Miquel Espinet que en los años 60 el edificio sufrió una cruel mutilación. Los dos pináculos que lo caracterizan fueron truncados porque se pretendía levantar la altura de la finca con una porcioliona ‘remunta’. No se ejecutó la operación, pero las dos crestas ya habían sido cercenadas. Fue con ese aspecto con el que se llegó a la primera gran rehabilitación, efectuada a mediados de los años 80 por la firma MBM (la célebre terna de Josep Maria Martorell, Oriol Bohigas y David Mackay) y por Espinet + Ubach, pero aquel trabajo, que recuperó los pináculos y adecentó el inmueble, nada ha tenido que ver en dimensiones con la llevada a cabo estos últimos ochos años. Aunque desde la calle no se aprecia, el edificio se ha expandido como un acordeón, hacia arriba y, sobre todo, hacia abajo, pero eso sin tocar la fachada (hasta aquí nada nuevo bajo el sol) y (esto sí que ya es poco usual) conservando casi intacta la planta noble, la antigua residencia de los Pascual y los Pons.

Tres de las vidrieras del piso principal, restauradas por artesanos de la ciudad.

Tres de las vidrieras del piso principal, restauradas por artesanos de la ciudad. / ZOWY VOETEN

Con el propósito de que el paseo de Gràcia no perdiera una de sus fachadas más representativas se ha practicado allí literalmente la minería. Eso, para construir el aparcamiento subterráneo, del que al final del texto encontrarán una posdata muy reveladora. Antes, no obstante, una aclaración sobre qué tipo de minería se ha practicado.

La escalera de la zona nueva del inmueble, desde una perspectiva hipnótica.

La escalera de la zona nueva del inmueble, desde una perspectiva hipnótica. / Espinet + Ubach

La antigua Casa Pascual i Pons se mantenía en pie sobre sus muros de carga. Era lo natural en la época en que fue construida. La fachada se ha conservado, pero el edificio se sustenta ahora sobre pilares de acero que fueron insertados en el suelo de la ciudad hasta situarse en la misma cota que la línea L4 del metro. Fue una vez alcanzada esa profundidad que se comenzó a excavar la galería que hoy es el párking subterráneo. Mientras, en superficie, al eliminar los muros de carga interiores se han ganado unos 600 metros cuadrados de superficie disponible, todo un tesoro en esa dirección postal, de las más cotizadas de España.

Artesanos

Ha sido, sin duda, una obra mayúscula, puntera en algunos aspectos, pero, simultáneamente, muy tradicional. Para restaurar los elementos ornamentales (cristaleras antiguas, forjados modernistas, carpinterías…) se ha ido en busca, cuando ha sido posible, de los nietos de quienes ya trabajaron con Sagnier.

La Casa Pascual i Pons, desde un punto de vista imposible de acceder para los barceloneses.

La Casa Pascual i Pons, desde un punto de vista imposible de acceder para los barceloneses. / Espinet + Ubach

El aparcamiento, como se avisó antes, requiere una posdata, una acotación a pie de página o simplemente un punto y aparte, porque tiene su qué.

El párking, tan profundo como altos es el edificio, y, sin embargo, vacío.

El párking, tan profundo como altos es el edificio, y, sin embargo, vacío. / ZOWY VOETEN

En 31 de agosto de 2018, cuando Catalana de Occidente, propietaria de la Casa Pascual i Pons puso en marcha el reloj de las obras, sirvió su último café un establecimiento queridísimo en la ciudad, el Bracafé que ocupaba el número 2 de la calle de Casp, es decir, parte de la finca. Aquella defunción comercial (una más) se lamentó en este diario como “la última víctima de su majestad el coche”. La cafetería, con 87 años de historia a sus espaldas, estaba situada justo ahí donde los planos de Espinet + Ubach habían previsto la entrada al párking.

Como aparcamiento es realmente singular. No tiene realmente cinco plantas. Es en realidad una rampa helicoidal que se sumerge en el subsuelo y en la que los conductores tienen a lo largo del recorrido espacio para estacionar sus vehículos. Sin embargo, durante la visita a la finca estaba vacío. Apenas había coches. La razón, salvo que uno fuera el dueño o un antiguo cliente del Bracafé, tiene su guasa. Catalana de Occidente no ocupa las oficinas, las arrienda, a la Cámara de Comercio Francesa, por ejemplo, que lleva allí 95 años, que se dice pronto, pero la parte más noble del edificio lo ocupa la multinacional Apple. A un lado del paseo de Gràcia tiene su icónica tienda (en un inmueble que en una determinada etapa de su historia, como Hotel Colón, también llevaba el sello de Sagnier) y al otro tiene sus oficinas, con una terraza con tumbonas que es una envidia. Son sus empleados los que deberían usar el aparcamiento. Se les ofreció. Pero como vienen del futuro dijeron que lo que en realidad necesitan es un lugar donde dejar sus patinetes y bicicletas. Hasta ese extremo se puede considerar que la Casa Pascual i Pons es historia de Barcelona.