Arqueología urbana

La 'superilla' de Girona aflora una masía y, en ella, una maravilla: una antigua porcelana china

La existencia de la finca era conocida gracias a un mapa francés de 1823, pero al abrirse en canal la calle se ha podido conocer algo más su historia

Carles Cols

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Fue el pasado octubre, al abrir longitudinalmente media calle de Girona para convertirla próximamente en un nuevo eje verde, cuando vieron de nuevo la luz de sol los muros de una antigua masía del siglo XVI o XVII que con bastante certeza se sabía que había estado más o menos por ahí. La sorpresa no fue mayúscula. Que a. C., o sea, no antes de Cristo, sino antes de Cerdà, había alguna edificación en esas tierras no era ningún gran secreto. Lo que ha ocurrido desde entonces, sin embargo, sí que ha sido, más que una sorpresa, una alegría. Los arqueólogos que han trabajado en el yacimiento, comandados por Marta Lucas, han encontrado balas de cañón, tal vez de la Guerra dels Segadors, de 1640, o de uno de los innumerables sitios sufridos por Barcelona, puede que el de 1692, pero, sobre todo han rescatado los restos de una preciosa porcelana china del reinado del emperador Wanli (1563-1640), lo cual, además de ser fascinante, certifica que el de arqueólogo puede ser a veces uno de los oficios más emocionantes del mundo.

El Eixample a.C. era, como siempre se ha dicho, una tierra inmobiliariamente yerma. Entre la Barcelona amurallada y las primeras casas de Gràcia había campos sembrados y huertos, pero muy poca pared, no por un reverencial respeto a lo rural, que ya sería extraño, sino por órdenes de la más alta autoridad, militar, por supuesto, que reclamaba limpio de todo obstáculo el terreno a un tiro de cañón de las murallas, ya fuera en una dirección o en otra.

La porcelana china hallada en la primera fase de la excavación.

La porcelana china hallada en la primera fase de la excavación. / MUHBA

La masía, sin embargo, ahí estaba, como muy bien quedó acreditado cuando la soldadesca francesa, los llamados 100.000 hijos de san Luis, invadieron España para rescatar políticamente al infame Fernando VII. Con motivo de aquella expedición militar, los ingenieros franceses que acompañaban a la tropa confeccionaron lo que hoy en día es un tesoro cartográfico. Tiene un título muy largo. ‘Lever nivelé de la place de Barcelona et de ses forts avec le terrain environnant à 900 mètres de distance moyenne, à l’échelle du 1/1000’. Una cosa era pintar un paisaje desde Montjuïc, como tantas veces se había hecho, y otra muy distinta cartografiar en 1823, con cotas y todo tipo de detalles, en 52 mapas que juntos tienen el tamaño de una gran alfombra, cada acequia, cada huerto, cada pozo, cada colina y, claro está, cada masía.

Imágenes superpuestas del plano elaborado en 1823 por los ingenieros franceses y del Eixample hoy en día.

Imágenes superpuestas del plano elaborado en 1823 por los ingenieros franceses y del Eixample hoy en día. / Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya

No se sabe todavía quién era el dueño de aquella finca, si era solo una familia que las pasaba canutas cuando la cosecha se arruinaba o un propietario bien posicionado, incluso con esclavos a sus órdenes. Tal vez esa información duerma todavía escondida en los libros del Colegio de Notarios y algún día, próximamente, salga a la luz, pero de momento ya ha sido posible, gracias a aquellos mapas y al material hallado en la misión arqueológica, que la masía podría ser incluso del siglo XVI. Su arquitectura la delata.

Lo que ven quienes pasean por la calle de Girona, entre la Diagonal y la Mallorca, no es exactamente la masía. Eso merece una aclaración. La capa más profunda de la excavación sí se corresponde con la construcción original, pero esa quedó destruida durante una de esas dos guerras antes citadas, la de 1640 o la de 1692. La masía renació después, pero unos metros más allá, así que es muy probable que su esqueleto, o lo que queda de él, este justo debajo de la manzana delimitada por Mallorca, Girona, Diagonal y Bruc. Sobre los restos de la masía original se edificó después que parece ser una zona de explotación agrícola. Junto a una de las paredes han aparecido huesecillos de conejo, gato y aves de corral, animales indisociables de la vida cotidiana de cualquier masía catalana.

La masía, vista desde la que fue su cota cero.

La masía, vista desde la que fue su cota cero. / MANU MITRU

La próxima semana, el yacimiento volverá a la oscuridad en la que ha vivido desde la construcción del Eixample. Se protegerán con materiales adecuados los muros, las escaleras y el pavimento y se tapará todo de nuevo para urbanizar Girona como un eje verde, pero, eso sí, se abrirá la otra mitad de la calle y aparecerán nuevos restos de la masía, aunque muy difícilmente una joya como esa porcelana china que está siendo estudiada, cabe suponer que con gran emoción, en el Museu d’Història de Barcelona.

Un tesoro de oro blanco

¿Qué se puede decir ya de ella? Que es un pequeño tesoro porque es anterior a la época en que en Europa, en una carrera tecnológica que enfrentó a las diversas capitales de reinos, se aprendió a cocer la cerámica con la maestría oriental. La llamaban el oro blanco y era un objeto de gran valor, que de Oriente llegaba a Barcelona a bordo de expediciones comerciales armadas en Portugal o, en el más furtivo de los casos, escondido entre el equipaje de los jesuitas que regresaban del lejano Oriente.

China perfeccionó su elaboración bajo el reinado de Wanli, un emperador célebre entre los anticuarios europeos hoy en día porque las porcelanas de aquella época siempre cotizan al alza, pero, paradójicamente, es detestado en su país natal como si fuera su propio Fernando VII. Tanto es así que durante la Revolución Cultural de 1966 su tumba fue profanada por los Guardia Rojos y los restos del emperador y los de sus dos esposas fueron soezmente ultrajados. Hay fotos de ello.

La pregunta razonable es que hacía esa porcelana en el Eixample a.C. alrededor del siglo XVII. A falta de que Lucas y su equipo recojan sus cosas del yacimiento y continúen su labor en el despacho para elaborar un informe final minuciosamente documentado, solo se puede especular. Una opción es que fuera parte de ese pago en especias que toda familia tenía que hacer si quería que su segundo o tercer hijo, vamos, nunca el ‘hereu’, ingresara en el convento de los capuchinos que se da por hecho que existía no muy lejos de ahí y cuyo rastro se perdió tras otra guerra, la de 1714, pero esa es otra historia…