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María Jesús Montero, la ministra más política alcanza una vicepresidencia

La andaluza seguirá en la cartera de Hacienda pero Sánchez le reconoce unos galones que serán útiles si Calviño deja el Consejo de Ministros el 1 de enero, como se espera en el Gobierno

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Imagen de archivo de María Jesús Montero.

Imagen de archivo de María Jesús Montero. / JORGE PETEIRO

Isabel Morillo
Rosa María Sánchez
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La andaluza María Jesús Montero (Sevilla, 1966) era segura en el Gobierno de Pedro Sánchez tras desempeñar un papel clave en los últimos tiempos de un gabinete que adolecía de pesos políticos capaces de desanudar los nudos en las negociaciones con los socios y a dar la cara ante una oposición muy dura. A ella en gran parte le correspondió ese papel. El presidente la ‘premia’ con una vicepresidencia cuarta, que muchos ya creen que debería haber ostentado tras la última remodelación, cuando fue nombrada vicesecretaria general del PSOE en 2021.

La vicepresidencia cuarta, además, deja a María Jesús Montero en la parrilla de salida para el momento en el que, si se cumplen las expectativas del Gobierno, la actual vicepresidenta primera, Nadia Calviño, tenga que dejar el Ejecutivo para ocupar la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI) a partir del 1 de enero. Para ello aún falta el plácet del Consejo de Minitros de Economía y Finanzas de la UE, el Ecofin.

Médico de profesión y vocación y exconsejera de Hacienda y Salud del Gobierno andaluz, Montero tendrá entre sus prioridades garantizar la aprobación retardada de unos Presupuestos Generales del Estado para 2024, avanzar en la negociación de un nuevos sistema de financiación autonómica (con 11 comunidades del PP en frente) y desarrollar un mecanismo de condonación parcial de deuda autonómica que permita extrapolar al resto de las comunidades el perdón de 15.000 millones ya comprometido con Catalunya. Trasponer a las cuentas españolas las nuevas reglas de disciplina presupuestaria que ultima la Unión Europea y los consiguientes ajustes (por el lado de los ingresos o de los gastos) es otro de los retos principales que ya tiene ante sí la nueva vicepresidenta cuarta y ministra de Hacienda del Gobierno de Pedro Sánchez.

El papel de Montero ha sido clave en las negociaciones con Junts y ERC en los últimos meses, una etapa que ha sido “muy dura”, admiten en su entorno, donde Montero, que tiene piel de rinoceronte, se ha dejado jirones. Con acento andaluz, la ministra tendrá que seguir negociando cada día de una legislatura complicada que estará, sin duda, plagada de obstáculos. 

Montero tiene en su haber tres presupuestos “en tiempo y forma”, como a ella le gusta decir (los de 2021,2022 y 2023), armó las políticas del escudo social del Gobierno y ha peleado por ensanchar la base fiscal del país, imponiendo impuestos a la banca, las grandes energéticas o las grandes fortunas, con las comunidades del PP en contra. 

En el cajón se quedó la reforma de la financiación autonómica, que será plato fuerte de una nueva etapa donde la quita de deuda a las comunidades consumirá las energías de su Ministerio.

La nueva vicepresidenta de Sánchez recaló en política en la consejería de Salud del Gobierno andaluz. Tras pasar por el Servicio Andaluz de Salud, primero fue viceconsejera en el Gobierno de Manuel Chaves y en 2004 consejera de Salud, área que ha sido siempre su vocación y donde se curtió en su carrera política. En 2013 se convirtió en consejera de Hacienda. Entró en el gobierno como independiente para acabar afiliándose al PSOE de Sevilla. Fue una militante disciplinada pero alejada de la vida orgánica del PSOE y por eso nunca pasó por la escuela de las Juventudes Socialistas. 

Era de las pocas capaces de plantar cara a Susana Díaz y en los últimos tiempos de las que más clara hablaba al presidente Pedro Sánchez, con quien ha mantenido una lealtad inquebrantable pese a momentos muy difíciles. Durante mucho tiempo se la miró para liderar el PSOE de Andalucía en un momento de mayoría absoluta del PP en la comunidad pero Montero nunca quiso ese puesto. Ella, desde un lugar predominante en Ferraz, admite que desconoce los entresijos de la política orgánica y descartó siempre asumir ese papel, convencida de que su salto a Madrid no tendría vuelta a atrás. Al menos, en el corto plazo.