La ronda francesa

Pogacar resucita con las botas puestas

El corredor esloveno se apunta la última etapa de montaña ante la vigilancia de un jersey amarillo que este domingo se coronará en París.

Vingegaard tritura a Pogacar en una contrarreloj para la historia.

Pogacar Vosgos

Pogacar Vosgos / LE TOUR

Sergi López-Egea

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La victoria que conseguirá este domingo Jonas Vingegaard en París será más grande si cabe porque lo hará ante un corredor extraordinario, irrepetible, que puede fallar un día, e incluso hacerlo de forma terrible, pero que nunca se rinde, desde febrero hasta octubre, o desde unos Alpes que lo tumbaron a unos Vosgos donde recuperó la sonrisa. Tadej Pogacar es un soplo de aire fresco, de agua cristalina, un corredor al que hay que querer sin mirar dónde ha nacido, porque suyo es el reino del ciclismo, aunque el emperador del Tour se apellide Vingegaard.

“¡Super!”, le chilló su compañero polaco, Rafal Majka, a Pogacar cuando llegó a la meta de Le Markstein, una estación invernal donde se combina el esquí alpino y el nórdico. Porque había ganado, porque había sido ese corredor explosivo que no había permitido a Vingegaard, tal como quería el astro danés, apuntarse la última etapa de montaña. No pudo con el esprint final de Pogacar, el que había atacado a falta de 5,5 kilómetros de la cima de Platzerwasel, puertos de los Vosgos con nombre alemán, testimonio de una Alsacia que recuerda su pasado germano.

Ganó Pogacar para demostrar que si un día muere sobre la bicicleta al siguiente resucita con las botas puestas, entre un jersey amarillo inconformista, un austríaco llamado Felix Gall, vencedor en Courchevel, admirable corredor con un gran futuro pero que privó ayer de la imagen que buscaban todos los fotógrafos del Tour, el líder y su gran adversario llegando juntos, primero y segundo, para volverse a encontrar un día después sobre el podio de los Campos Elíseos, el fin de fiesta de una ronda francesa intensa hasta la última semana pero que quedó sentenciada a cinco etapas de acabar.

Caída de Carlos Rodríguez

No fue tampoco el final de Tour que hubiese deseado Carlos Rodríguez, que atravesó la penúltima meta con la cara ensangrentada, testimonio de la caída sufrida en el famoso Balón de Alsacia, el primer puerto que se subió en la historia de la carrera, nada menos que en 1905. Con heridas de combate era difícil que pudiera responder a la ofensiva de dos hermanos, Adam y Simon Yates, que a pesar de correr en equipos diferentes son gemelos y por lo tanto lo que hace uno, lo hace el otro. Luchar contra un Yates igual era una tarea que Carlos podía asumir, pero contra dos sonaba a imposible.

No fue una sorpresa que la pareja británica se pusiera de acuerdo para que Simon desplazase a Rodríguez de la cuarta plaza de la general, aunque, realmente, da igual que este domingo el corredor granadino llegue a París cuarto o quinto, porque la esencia estuvo en la calidad que demostró en el debut alpino hasta que la prueba se le hizo muy larga, por su inexperiencia, posiblemente, aunque este sábado tampoco habría ido mal que su mejor compañero, Tom Pidcock, hubiese estado un poco más pendiente de él en vez de liarse en una escapada que no iba a ninguna parte. “Se me rompió un radio bajando y me caí, pero el año que viene volveré con más fuerza a la carrera”.

El ataque del día

Todo el mundo sabía que la fuga sería devorada como un trozo de jamón ibérico cuando Pogacar pasase a la acción, porque su equipo jamás permitió a los escapados que gozasen de salud, ni siquiera a Thibaut Pinot, el ídolo francés, que quería despedirse del Tour, antes de colgar la bici a final de año, con una victoria imposible. Había que ver cómo enloquecía la gente cuando Pinot pasaba por su lado, fugado, pero sabedor que poco tenía que hacer para conquistar la etapa.

Pogacar subió dos veces al podio, como lo hará este domingo en París. En los Vosgos por haber ganado la etapa y como líder de los menores de los 25 años. En los Campos Elíseos como segundo de la general y nuevamente como mejor joven por delante de Rodríguez. Al menos, el andaluz, el año que viene, no tendrá rival para lucir el jersey blanco porque Pogacar ya será ‘mayor de edad’. Siempre es un alivio. “Me volví a sentir yo mismo después de sufrir tantos días. Quería ganar en solitario, pero Jonas no me dejó marchar”. Vingegaard no quería perderse la fiesta antes de que este domingo París se entregue a su arte ciclista.

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