El rabo de toro regresa al Raval

Casa Leopoldo abre por sexta vez

El que fue restaurante favorito de Manuel Vázquez Montalbán, que en los últimos meses sirvió comida china, recupera su espíritu original en manos del grupo Banco de Boquerones

Casa MVM, por Pau Arenós

Restaurantes históricos renacidos

Dos operarios trabajan en la fachada de Casa Leopoldo, que abrirá de nuevo en marzo.

Dos operarios trabajan en la fachada de Casa Leopoldo, que abrirá de nuevo en marzo. / El Periódico

Ferran Imedio

Ferran Imedio

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿A la sexta será la vencida? Casa Leopoldo parece tener más vidas que un gato y, tras gastar cinco, ha reabierto tratando de recuperar la esencia, el espíritu, de lo que fue en su día aquel templo de la gastronomía clásica al que acudían escritores como Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Eduardo Mendoza y Juan Marsé para maridar comida y tertulias literarias.

Hace 90 años, en 1929, Leopoldo Gil y su familia, llegados de la provincia de Teruel, abrieron una bodega, que trasladaron en 1936 a la dirección actual ya con el nombre de Casa Leopoldo. "Su fama aumentó con la nieta del fundador, Rosa Gil, y la inestimable ayuda de Vázquez Montalbán y otros intelectuales, que hicieron de aquel lugar un refugio del trago, la cazuela y la lucha contra el régimen ("¡por la caída del régimen!", brindaba Manolo"), recuerda Pau Arenós, cronista gastronómico de EL PERIÓDICO.

La tercera etapa llegó con la resurrección en 2017 gracias a Romain Fornell y Òscar Manresa, que tras una primera fase como restaurante lo convirtieron (cuarto capítulo) en bar de tapas con la ayuda de Rafa Peña (Gresca/Bar Torpedo). Tuvieron que cerrar en 2020.

Dos años después, en 2022, sin hacer ruido, quinto intento: reabrió convertido en un bar chino que hacía un menú de mediodía de 12,5 euros y que, también en silencio, cerró en verano pasado. Este periódico probó sus platos: un marcado acento oriental y alguna propuesta mediterránea. Ni rastro gastronómico del pasado pero la decoración intacta: sus azulejos forman parte del patrimonio de la ciudad y la mayoría de sus elementos están protegidos. Incluso cambiar el color de la pintura de las paredes debe pasar por la aprobación de la administración.

Obras con retraso

Y, ahora, el grupo de restauración Banco de Boquerones, antes conocido como Balcastro (Bru, Casa RàfolsSophie, Elsa y Fred y Casa Lolea, entre otros), ha vuelto a levantar la persiana del establecimiento.

En la etapa china, las fotos y los carteles de corridas de toros de mediados del siglo pasado que habían colgado de las paredes en su día no estaban. Pero han regresado. Igual que los carteles negros de espejo de la fachada, en este caso imitación de los originales, desaparecidos. "Queremos que el local respire historia y la gente, cuando entre, diga ¡guau!", comenta a este diario Bruno Balbás, copropietario con su mujer, Sofía Matarazzo, de Banco de Boquerones. Ambos están convencidos de que "la historia de Barcelona se puede mantener y relanzar a través de los restaurantes, sus fachadas, sus interiores, sus cartas, sus platos...".

"Se respira la Barcelona de siempre"

"Sabemos que es una locura porque el Raval es un barrio que está muy tocado pero somos unos enamorados de la ciudad y de sus barrios, y este es auténtico, tiene encanto. Aquí se respira la Barcelona de siempre", afirma Balbás, que pasaba por delante de Casa Leopoldo en el mismo momento en que estaban colgando el cartel de 'Se alquila'.

Aquel "flechazo" y las negociaciones posteriores han acabado fructificando en la nueva vida de un establecimiento que pretende homenajear al restaurante que sobrevive en el imaginario colectivo. Por eso dos salas llevan los nombres de Rosa Gil, nieta de Leopoldo Gil y última propietaria de la familia fundadora, y de Montalbán (en honor al escritor). Es más, la sociedad que se ha creado para alquilar el local se llama Montalbán a la mesa.

Buscando a Rosa Gil

Y han intentando contactar con Gil, ya septuagenaria, para consultarle detalles sobre algunos platos de la carta, que es bastante fiel a la que se ofrecía antes de unos Juegos Olímpicos del 92 que conllevaron la paulatina e imparable internacionalización de la ciudad y, como consecuencia, la pérdida de su identidad culinaria con el aterrizaje de tantos platos viajados. Al menos tienen la tranquilidad de haber encontrado los menús de la época.

Vuelve al Raval el mítico rabo de toro y otras tantas elaboraciones que le dieron fama, como las albóndigas con sepia o los calamares salteados con guisantes. La cocina clásica que parecía tan olvidada en los manteles de la ciudad gana un nuevo-viejo espacio.

Suscríbete para seguir leyendo