Cata Menor

Comer menos, beber menos, por Pau Arenós

La pregunta terrible, y que debería incomodar a los restauradores, es: “¿Cuántos platos quedan para acabar?”

El Chef por Poderes: una mirada a las asesorías

Hola, pasteleras; adiós, Chef Todista

Una escena de la película 'Comer, beber, amar'.

Una escena de la película 'Comer, beber, amar'. / EP

Pau Arenós

Pau Arenós

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Nunca he escrito una lista de propósitos de año nuevo para ahorrar el remordimiento de lo incumplido.

Hacerla me parece una actitud infantil para conquistar ese buenismo que tranquiliza las conciencias.

Sigo sin apuntar obviedades en torno al ejercicio físico y el estudio de idiomas, pero elevo un ruego hacia mí mismo, puesto que resulta imposible que me hagan caso en los restaurantes: quiero comer menos, quiero beber menos.

El lector dirá: “Arenós, eres un idiota (con cariño). Eso solo depende de ti”. Sí, y no.

“Sí” en la vida privada (pero, ¡ay!, la tentación) y “no” en la vida profesional.

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Llevo 20 años con la recomendación de restaurantes, lo que me obliga a sentarme ante abundantes viandas más de lo que aconsejaría un endocrino responsable y menos de lo que le apetecería a Pantagruel.

Advierto al acomodarme que pretendo probar platos capitales para la casa, sin tiempo para los secundarios llena-tripas. Y beber solo lo esencial, sin el desvío agotador por los maridajes.

Me dicen: “Por supuesto”. Me dicen: “Claro que sí”. Me dicen: “Tranquilo: nuestra cocina es saludable. Tendrás una buena digestión”. Jajajajajaja. Mis digestiones son el volcán Krakatoa, ¡de mis digestiones nace Godzilla!

Me ceban como al pato o al cerdo próximo al día de matanza. Sé que lo hacen de buena fe, para que me lleve una sensación impresionante del establecimiento, pero consiguen el agotamiento del maratoniano.

No quiero perder la ilusión del descubrimiento, o del redescubrimiento, no quiero que, ante una nueva sesión, desee emprender la huida. No quiero que el menú degustación, como ya escribí en ‘La cocina de los valientes’ (2011), sea un 'menú disgustación'. No quiero que restaurantear sea un martirio.

Simplifiquemos, reduzcamos, concentremos, contengamos.

La pregunta terrible, y que debería incomodar a los restauradores, es: “¿Cuántos platos quedan para acabar?”.

Comer menos, beber menos. Lo afronto con más voluntad que determinación.

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