Cata Menor
Si el café es una porquería, devuélvelo, por Pau Arenós
Lo que me subleva no es solo que un café sepa a las babas de Satán, sino la pachorra de quien lo sirve al protestar, educadamente, por el intento de agresión
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Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 17 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y el recetario 'Cocina en casa'.
Bebo café (tres al día), amo el café, aunque –demasiado a menudo– las tacitas de bares y restaurantes son una porquería.
Tomarlo es estremecerse.
Terminarlo es asistir al repertorio de muecas de un moribundo.
Escribo esto porque he sido ‘envenenado’ en los últimos meses en establecimientos en los que el vino y la comida se cuidan con mimo y pericia y el expreso –que es el sabor con el que te despides– un lodazal, un líquido del averno, una invitación a no regresar porque quien desatiende el final es que se ha cansado de tu presencia.
¿Por qué son descuidados? No lo sé. Y eso que cada porción orilla los dos euros, o más.
¿Y los clientes? ¿No los devuelven? Tragan, tragamos.
Lo que me subleva no es solo que un café sepa a las babas de Satán, sino la pachorra de quien lo sirve al protestar, educadamente, por el intento de agresión.
Dices: “No sé, a lo mejor es que la máquina está mal calibrada” o “tal vez sea una partida con los granos quemados”. Contestan: “Te hago otro”. No, no. Quiero que lo pruebes tú y, si es una mierda, que clausures el cacharro y nadie más tenga que ingerir esa infamia.
La respuesta más desconcertante me sucedió en un restaurante donde había comido con satisfacción. Pero el expreso... Se lo dije al cocinero-propietario.
–Ah, no sé, yo no bebo café.
Vale, tío, pero ¡preocúpate!
Dejo para otro texto el café de especialidad, y la mitificación y abuso: dos segundos en la boca, un recuerdo permanente en la cartera.
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