Todos los Santos

Ruta nocturna en Montjuïc entre las sepulturas nobles de los burgueses muertos

La tumba de Ildefons Cerdà

Profanados 162 nichos del Cementerio de Montjuïc para robar joyas de los difuntos

Ruta nocturna por el Cementerio de Montjuïc

Ruta nocturna por el Cementerio de Montjuïc. / Manu Mitru

Toni Sust

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Una mujer vestida de época, de la época del siglo XIX, guía a los visitantes. Son la siete de la tarde del jueves y este es el primero de los turnos que visitarán parte del Cementerio de Montjuïc en la oscuridad de la noche. O mejor dicho, a la luz de las velas colocadas en los caminos y de las que llevan los visitantes, que han pagado 12 euros por la hora y cuarto de recorrido.

La mujer que narra a los vivos la historia de los muertos es Elisenda Ribes, licenciada en Historia que de hecho afronta su labor didáctica mortuoria como una especie de extra o afición, porque esto, organizado por Cementiris de Barcelona, solo pasa dos veces al año: en Semana Santa y cuando se acerca el día de Todos los Santos, bien en el Cementerio de Poblenou o en este.

Leandre Albareda

Ribes explica cómo Leandre Albareda, el arquitecto municipal del momento que se encargó de la construcción del Cementerio de Montjuïc, inaugurado en 1883 en lo que era una zona de campos agrícolas, se inspiró en camposantos europeos. En seguida, la mujer, en su papel, se detiene ante un panteón fastuoso, porque los panteones de difuntos que fueron ricos son el objetivo mayoritario de las paradas de la visita.

El primero que se ve es el de Agustín Goytisolo, antepasado de los tres hermanos escritores del mismo apellido, de los que uno, José Agustín, también está enterrado ahí. El hombre, indiano, como tantos de los que reposan en las sepulturas más lujosas de Montjuïc, se fue joven a Cuba, hizo fortuna y volvió a la península. Murió en Barcelona, y antes invirtió en lo que sería el Eixample y se hizo una casa en la plaza de Catalunya. Donde esta el Hard Rock Café, precisa Ribes.

La carroza

Goytisolo murió en 1886, y fue enterrado en el Cementerio de Poblenou. Pero al igual que muchos prohombres del momento, hizo un último viaje ya muerto: la familia lo trasladó a Montjuïc, inaugurado en 1883 y convertido en lugar preferido para las familias de dinero como última morada.

Mientras el grupo sigue su camino pasa una carroza mortuoria, de las que están en un espacio cercano, en la entrada del cementerio, donde pueden verse expuestas. El siguiente panteón, con aires egipcios y obra de Josep Vilaseca, es el de la familia Batlló. El iniciador de la saga fue Pere Batlló. La multiplicó rápidamente: tuvo 15 hijos.

Tanta gente tenía que acabar discutiendo, así que un grupo de familiares quedó asociado a la primera fábrica Batlló, en la actual Escola Industrial, en la calle de Urgell, y otro a la segunda que se abrió, en Sants. Los enterrados en el panteón son los de Urgell, precisa la historiadora.

La mecenas de la Sagrada Família

En el panteón de los Bonaplata, Ribes explica que la fábrica de esa familia, situada en la calle de Tallers, fue la primera que funcionó en España gracias al vapor, un progreso que le trajo problemas cuando fue quemada por gente convencida de que el nuevo sistema generaría recorte de personal, que les quitaría el trabajo. Como el rechazo de algunos a internet pero en un formato mucho más contundente.

De repente, otra señora vestida de época que surge de la noche toma la palabra. Es, relata, Isabel Bolet i Vidiella, hija de Vilanova i la Geltrú, huérfana temprana casada por la familia con un primo que enriqueció. Viuda, al morir hizo una donación anónima y decisiva para la Sagrada Família: medio millón de pesetas.

“Que descanse”

Costó mucho descubrir quién había dejado ese dinero, y ella lo lamenta con una sonrisa: “Yo no quería ser famosa”. La benefactora está enterrada en Piera, pero comparece ante los visitantes junto a un panteón de la familia de su marido, los Marquès. La Bolet rediviva se despide del grupo y uno de los turistas de la muerte se despide de ella de una forma que resulta oportuna: “Que descanse”.

Otro aparecido repentino, otro personaje en la ruta, se identifica como Salvador Andreu, el doctor Andreu. Explica que su vida ya empezó con estrella, que nació en una familia con posibles, y añade con sus pastillas, “que pueden parecer tontas pero son muy eficaces”, logró un fortunón. Dinero que invirtió en varias partes de la ciudad, como el Eixample y el acceso al Tibidabo.

Sinatra

Situados a lo largo de la ruta, apenas visibles hasta que están muy cerca, varios músicos aportan la banda sonora de la visita. En esta ruta todos tocan canciones que interpretó Frank Sinatra como un homenaje: se cumplen 25 años de su muerte.

La siguiente parada es delante de una de las sepulturas más impactantes de Montjuïc, la de Nicolau Juncosa. Gerente de la empresa de la familia de su mujer, Juncosa debió de comprender que la vida es a veces un incordio considerable. Debió de entenderlo porque él mismo encargó la escultura de su tumba, obra de Antoni Pujol: una figura que representa a la muerte y le abraza mientras él está sentado con el libro de la empresa con un relieve de la fábrica detrás. Una inscripción señala el nombre del conjunto: “La solució…?”.

El ‘pisazo’ de Amatller

Otro panteón que destaca es el de la familia Amatller. Chocolateros, el negocio creció a lo grande en la tercera generación, gracias a Antoni Amatller, viajero, fotógrafo, y padre amantísimo de su hija Teresa, que lo adoraba, según los testimonios de la época. Ella lo llevó, ya muerto del Cementerio de Poblenou al de Montjuïc, donde le hizo construir un panteón de más de 100 metros cuadrados. Teresa vendió la empresa y murió soltera y sin hijos. Y ahí acabó la saga.

Ribes hace una excepción y se detiene ante una sepultura menos noble: un nicho. El nombre: Familia Magriñá. En realidad, detrás está la gran soprano Victoria de los Ángeles, estrella internacional barcelonesa, que vivió su infancia en la sede de la Universitat de Barcelona, en la vivienda que ocupaban sus padres, empleados del centro.

Probablemente fue más feliz con ellos que con su marido, Enrique Magriñá, según cuentan las crónicas del momento: algunas sugieren que le esquilmó la fortuna en vida. En la muerte, su apellido se impuso en la lápida.

Ildefons Cerdà y ‘su’ hija pequeña

El último personaje de la ruta es Ildefons Cerdà, quien ante su tumba peculiar –que recrea las manzanas del Eixample como él las quería, abiertas por un lado- relata a los presentes penurias de su vida, como que su cuarta hija no era suya, por lo que la desheredó. También admite que pese a ello, la criatura tuvo una buena vida: era Clotilde Cerdà, arpista de prestigio internacional con el nombre artístico de Esmeralda Cervantes.

Cerdà también recuerda como Puig i Cadafalch lo odiaba tanto que hacía quemar sus libros, y cómo sus restos quedaron olvidados en Cantabria hasta que Fabián Estapé los rescató y, tras guardarlos dos años en su despacho, los hizo enterrar en Montjuïc. Cerdà se despide mostrando su ira con los con especuladores de la vivienda.  Y entonces Ribes se despide, la música de Sinatra se va apagando y los burgueses muertos vuelven a sus lujosos sepulcros.

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