Cambio de hábitos
Verano en la ciudad: ¿Por qué Barcelona ya no se vacía en agosto pero los servicios van al ralentí?
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Barcelona en agosto: Paraíso, infierno
Ya son historia las imágenes de una Barcelona prácticamente desierta a causa de un gran éxodo vecinal en agosto, con persianas bajadas tanto en viviendas como en bajos comerciales. Hoy la capital catalana permanece activa todo el año e incluso se acelera durante la temporada alta turística, sector en vigorosa recuperación este verano.
No obstante, la inercia de aquellos agostos desiertos complican mucho la vida a los vecinos que no se irán de la ciudad las próximas semanas. Uno de cada tres barceloneses, según datos del último Barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona, no prevén escaparse más de tres días fuera, ya sea por cuestiones económicas, de salud o laborales. Además de resignarse al bochorno, las noches tórridas y el abrasante asfalto, tendrán que convivir con más obras y menos servicios.
La economía se come el ocio
El doctor en Antropología Social y profesor de la UAB, José Mansilla, constata que la desconexión de la ciudad que históricamente se ha vinculado al agosto, los fines de semana o las vacaciones de Navidad “casi ha desaparecido”. En su opinión, esto se debe a la evolución del sistema económico: “Antes, entre los años 60 y 80, sobre todo, con el desarrollo industrial y el fordismo, la separación entre trabajo y ocio estaba muy delimitada, pero con el surgimiento del neoliberalismo las diferencias entre descanso y capital han desparecido”, señala.
La cuestión se agrava en ciudades turísticas como Barcelona. “Conforme aumenta la economía vinculada al turismo, los vecinos han pasado de descansar a trabajar para los que descansan: es el momento en el que la propia ciudad ha decidido ‘hacer el agosto’ en lugar de desconectar”, sintetiza Mansilla. En este sentido, apunta a un doble castigo: “Los que no pueden disfrutar ni de una semana de vacaciones tienen que ver cómo su ciudad queda expropiada para el disfrute de los turistas”.
Dinámicas del pasado
Aunque para muchos las vacaciones se hayan convertido en un paréntesis que puede caer casi en cualquier época del año, el agosto sigue siendo un mes sagrado para la Administración pública. Una realidad que, de una manera u otra, arrastra todavía a buena parte del sector privado a escoger agosto como el mes de la bajada de revoluciones. “El mayor ejemplo sería el de los niños, cuando su actividad escolar se detiene en seco, las familias se ven obligadas a hacer cábalas para ver qué hacen con ellos”, expone el investigador.
Esta disyuntiva ha llevado al hecho que desde 2021 algunas guarderías han empezado a ofrecer un servicio de ‘casal’ en agosto, aunque apenas una por distrito de Barcelona, a la par que crece el número de centros privados que ofrecen ‘casals’ de julio a septiembre. A pesar de ello, estas familias conviven con otros servicios públicos que se mantienen a la baja este mes, desde centros cívicos a bibliotecas.
También se ve afectada su movilidad: por un lado, los que se quedan observan como los tiempos de paso del metro o del autobús se relajan, al reducirse las frecuencias de paso, y por el otro se encuentran con una ciudad patas arriba a causa de las obras en infraestructuras clave.
Obras por doquier
A la penitencia de no tener o no poder poner el aire acondicionado por razones de bolsillo se le puede sumar la imposibilidad de abrir las ventanas en algunos puntos de la ciudad si uno no quiere acabar con un dedo de polvo en casa. La razón: el verano sigue siendo la época favorita de las administraciones para ejecutar todo tipo de obras debido a la disminución de la población.
A las clásicas repavimentaciones, este año se le suman la construcción de nuevos carriles bici, pacificaciones que entran en su recta final o afectaciones en superficie que provocan las obras de prolongación de la L8 de FGC entre las estaciones de Espanya y Gràcia. Una yincana en términos de movilidad a la que hay que añadir los cortes por mejora de la infraestructura en el metro (este año le ha tocado al tramo playero de la L4), en el tranvía (la T4 suspendida de cabo a rabo) y en las líneas de FGC entre Gràcia y Sarrià.
Equipamientos cerrados
Ante esta circunstancia, y con termómetros de récord año tras año, el consistorio impulsa por segundo verano consecutivo una red de refugios climáticos en los que tomar el fresco cuando la temperatura en la calle se vuelve insoportable. El problema, sin embargo, es que la mayoría de ellos son equipamientos municipales que también cierran en agosto, como ‘casales’ de gente mayor, por ejemplo.
Una incongruencia que denunció hace un año el grupo municipal de ERC y que, de momento, solo ha servido para abrir alguna biblioteca más este verano. De las 40 que hay en Barcelona, abrirán 12 en lugar de 10 todo el mes de agosto, aunque serán tres en vez de cuatro las que estén de guardia la segunda quincena. Cabe destacar que algunas, además, empezaron el verano con deficiencias en la climatización como consecuencia del límite a 27ºC, tal como denunció el comité de empresa del Consorcio de Bibliotecas de Barcelona. “Incidencias puntuales”, replicó el gerente del consorcio, Ferran Burguillos.
Las condiciones de los que se quedan
Más allá de las razones económicas que llevan a no poder escapar de Barcelona, también las hay laborales. E incluso una conjunción de ambas. Este es el caso de algunos trabajadores del sector comercial presente en las zonas turísticas. A raíz del acuerdo social entre ayuntamiento, patronales y la UGT, desde el año pasado también pueden trabajar voluntariamente todos los domingos y festivos entre el 15 de mayo y el 15 de septiembre. Si bien en un principio trabajar estos festivos tenía que ser retribuido o intercambiado por un descanso laboral de la misma calidad, su incumplimiento generalizado hizo que la UGT se cayese del pacto.
“Ahora hemos incluido este acuerdo en los convenios de referencia, por lo que las empresas tienen que cumplirlo sí o sí”, expone el secretario general de la Federación de Comercio de la UGT Catalunya, Óscar López. “Los incumplimientos de la normativa laboral en el comercio son constantes, pero se acentúan en época estival”, destaca. Según denuncia, “en verano se juntan dos fenómenos: hay muchísimo más turismo y las empresas tienen que dar vacaciones a los trabajadores, por lo que nos encontramos que algunos no quieren contratar y generan embudos que alargan jornadas, se incumplen calendarios y descansos y se precariza el sector”.
Las facturas obligan a levantar la persiana
Aunque la apertura total del comercio en las zonas turísticas ya es una realidad, en el resto de ejes comerciales de barrio cada vez hay más tiendas abiertas en agosto. “Continúan cerrando como antes, pero menos días, tal vez una quincena”, detalla el presidente de Barcelona Comerç, Pròsper Puig. “Muchos han decidido reducir las vacaciones por sostenibilidad económica: cada vez hay más gastos, los alquileres no han dejado de subir y si cierran los ingresos quedan en cero”.
Puig detalla cómo los hábitos de compra cambian con el buen tiempo: “A partir de junio las ventas en fin de semana ya empiezan a bajar porque mucha gente se va a segundas residencias y, si antes hacían la compra previa aquí, ahora ya lo compran todo en el destino porque la oferta comercial se ha disparado tanto en la playa como en la montaña”, apunta. “Desde hace 20 años que en los barrios se vende menos conforme avanza el verano”, sintetiza.
Un modelo inmutable
“Desde hace años, las estadísticas reflejan que hay una buena parte de la población que no se podrá ir de vacaciones, y esto seguirá así”, resume el antropólogo social José Mansilla. “No es coyuntural, sino que es necesario en un mundo capitalista donde no toda la ciudadanía puede formar parte de la clase media”, reflexiona.
En relación con la animadversión que puedan generar los turistas entre los que se quedan en la ciudad, el profesor universitario señala que esta puede ser “injusta”: “Te puede generar rechazo cuando lo ves disfrutando de tu ciudad, mientras que tú, con el calor que hace, sales de casa para ir a un trabajo que no te llena y que encima te obliga a dejar el niño en un casal”. “Al final, siempre es mucho más fácil culpar a aquella gente que sí se va de vacaciones, como el turista, que no a las inercias propias de la sociedad o de la administración que son las que te complican la existencia”, concluye.
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