Molestias en Sant Martí

El botellón que no cesa indigna a los vecinos del Triángulo Golfo de Poblenou

“De miércoles a domingo seguimos sin poder dormir”, afirma un residente en Pere IV, que asegura que todas medidas del ayuntamiento han sido inútiles

Sostienen que el cierre anticipado de tiendas, la instalación de sonómetros y el reciente paso de baldear las calles no acaba con el ruido

Protestas en Poblenou

Protestas en Poblenou / Jero Lorenzo

Toni Sust

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Los vecinos del Triángulo Golfo de Poblenou - el Ayuntamiento de Barcelona lo llama el Triángulo lúdico- están tan cabreados o más que en primavera y en verano, cuando sus denuncias contra el ruido que vive la zona de noche la mayoría de los días a causa de los botellones arreciaron.

Organizados en la plataforma SOS Triángulo Golfo, sus protestas generaron respuestas del consistorio: instaló sonómetros, obligó a tiendas a cerrar más pronto para que los participantes en los botellones no pudieran comprar allí sus bebidas, aseguró que impondría multas, incluidas las de mayor cuantía, y anunció la presencia de mediadores en esta parte del distrito de Sant Martí.

Apenas nada ha cambiado, afirman los vecinos, que sostienen que las medidas no han servido para nada, aunque de algunas subrayan que no se han llegado a aplicar: los mediadores, dicen, nunca se han puesto en contacto con ellos.

El invierno, de general a sargento

Ni siquiera el frío, del que se esperaba que disuadiera a los ‘botelloneros’ de mantener su ocio en la calle, ha servido para eso. En gran parte porque el general invierno, que tantas guerras ha ganado, es un ahora en Barcelona un sargento chusquero: “Si están ahí sentados en manga corta”, subraya Jero Lorenzo, educador social y miembro de SOS Triángulo Golfo: “La semana pasada ha habido gente casi todos los días. El frio ya no nos ayuda. No se puede fumar dentro y cada vez hace menos frio. De miércoles a domingo, seguimos sin poder dormir”.

Lorenzo resume la suma de decepciones, que no son pocas. De hecho, admite que algo se ha intentado, pero sin éxito. La semana pasada, en el pleno del distrito de Sant Martí, su concejal, David Escudé, anunció que se ponía en marcha un proyecto de baldeo nocturno que persigue liberar la vía de las concentraciones nocturnas.

Desplazar el problema

La previsión era que el agua regara la zona cero de la contaminación acústica: Pere IV entre Pamplona y Àlaba. Y así se ha hecho. En distintos horarios: a las 23.30, a las 00.15, a las 01.15, a las 02.15 y a las 3.30. El viernes pasado fue el primer día de aplicación del plan.

“Les dijimos que agradecemos iniciativa, pero que la próxima vez consulten estos proyectos con los vecinos, que son los que conocen la realidad cotidiana. Porque pensábamos que lo único que se lograría sería desplazar el botellón a calles cercanas, como así ha sido”, explica Lorenzo. Los que se ven afectados por el manguerazo en Pere IV se van a las calles de Pamplona, Pallars y Almogàvers.

El agua

Aparte de la inefectividad, el miembro de la plataforma vecinal afirma que el colectivo no cree que la solución sea esta en tiempos de restricciones de agua: “Aunque sea toda freática, pensamos que seguro que se puede destinar a otros usos más urgentes”.

“Seguimos pensando que con prevención todo esto no haría falta. En lugar de dedicar ocho personas al baldeo de las calles sería necesario un coche de la Guardia Urbana que requise alcohol, multe e identifique al primer grupo que se sienta en la calle”, advierte.

Multas y sonómetros

Sobre si se ha impuesto multas más elevadas, como anunció la propia alcaldesa, Ada Colau, en una visita a la zona, Lorenzo se muestra hastiado: “No queremos entrar en el tema de la cuantía de las multas si no se aplican. Porque la mayoría de las veces, la Guardia Urbana no interviene”.

También descarta que las mediciones de sonido impulsadas por el ayuntamiento hayan servido para algo: “Tampoco vamos a perder tiempo con los sonómetros. Cualquier persona que venga no necesita sonómetros para ver que hay un problema”.

Sobre el cierre anticipado de tiendas para evitar la adquisición de alcohol y otros elementos necesarios por el botellón, declara: “Es un parche, porque el 90% de la gente ya viene con su alcohol de fuera”. Y concluye: “No estamos mejor que en verano. Y como hay permisividad, cada vez hay más gente. Y aunque fuera la misma o un 10% menos sería igual de insostenible”.

Gentrificación

Enrique Castro está bastante harto de la situación, o eso indica su tono al hablar del tema. No solo porque cree que los problemas no han menguado desde verano, cuando los relató en un diario: “El tema del ruido esta igual. Para mí, el miércoles ha bajado un poco, pero de jueves a domingo, igual”.

Además, Castro se ha topado ahora con otro obstáculo: ayer recibió un burofax de la propiedad de la vivienda que alquila, y en la que reside con su mujer y su hija, en Pere IV: “Me tengo que ir del piso el 28 de febrero. Habrán pasado 20 años y seis días desde que llegué”.

Precios al alza

“Es una zona muy golosa”, añade. Hace poco falleció una vecina de la calle de Pujades: “En dos semanas el piso estaba alquilado por 1.600 euros mensuales. La pregunta ya no es por qué ponen esos precios. La pregunta es quién puede pagarlos”. Castro intentará evitar la salida, porque aunque exista el problema su familia no quiere cambiar de zona: “El colegio de la niña nos gusta mucho, y ella nació aquí”. Y aquí él lleva 20 años, insiste.

Para Jero Lorenzo, que advierte de que el de Castro no es el único caso, lo que está pasando es que al ruido del botellón se suma ahora la gentrificación. Que en lugar de solucionar los problemas a los vecinos se les quiere echar, y buscar a alguien que se queje menos, léase turistas, y en general gente que pague más que los que están hoy en esos edificios.

Los socios del gobierno

Lorenzo tiene otra queja. Hace poco Poblenou en Comú hizo un comunicado solidarizándose con los vecinos. “Y lo agradecemos. El otro socio del gobierno, el PSC, no ha dicho ni pío”. Pero la declaración de Poblenou en Comú incorpora un elemento que ha cabreado un poco más a los vecinos. Propone un “espacio continuado de seguimiento conjunto” que incorpore a los residentes, a los empresarios del ocio, al distrito, a los mossos, a la Guardia Urbana.

Eso ya existe, se llama mesa de convivencia. La penúltima se celebró en marzo y aunque la siguiente tocaba antes de Semana Santa, se hizo hace 15 días. Los acuerdos de marzo nunca se cumplieron”, lamenta Lorenzo, que relata que por primera vez tienen una cita con el PSC, todavía sin fecha. A la espera de cambios que no llegan, los ánimos de los vecinos del Triángulo Golfo viven en un cabreo permanente. Y el botellón no se detiene.

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