CIERRE TEMPORAL

Indignación (e indigestión) en los miles de bares y restaurantes condenados a bajar la persiana

Pequeños y grandes empresarios atacan al Govern por dejarlos a un paso de la ruina y, sobre todo, por "criminalizar" su actividad

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Patricia Castán

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Era justo la hora de comer cuando se confirmó lo que muchos sospechaban pero se negaban a creer: la restauración se llevaba el mayor palo entre las medidas dictadas por el Govern de Catalunya con la pretensión de frenar la pandemia. Cierre total durante 15 días, que traducido al paladar supondrá liquidar todos los desayunos, comidas, meriendas y cenas que a diario transcurren en los bares, cafeterías o restaurantes catalanes. Pero llevado a lo económico envía directos al erte a los miles de trabajadores rescatados en el desconfinamiento y al borde de la quiebra a pequeños y grandes empresarios y/o emprendedores que suman meses de agonía entre la calculadora, la cinta métrica y los hidrogeles. Clientes atragantados a la hora del menú. Trabajadores, propietarios y proveedores indigestados al menos por dos semanas...

La tercera consecuencia directa del plan de choque es ambivalente. Con el cierre de la restauración se borra también una parte de la ansiada normalidad: la buena mesa, el terraceo entre amigos, los ágapes familiares, la caña al salir de trabajar..., aunque ahora fuera con filtros. Y es justo ese espacio de interacción relajada lo que las autoridades consideran como marco propicio al contagio del covid-19 y que han decidido eliminar en seco al menos medio mes.  

El colectivo cree que ha tomado más medidas sanitarias que cualquier sector y ahora es castigado "sin conocimiento"

El golpe alcanza a todos los niveles del negocio hostelero. Desde abajo, Teresa Cecilia Paveros, al frente del barecito Caupolican de la Barceloneta, pasó "horas llorando" para encajar un cerrojazo que pulveriza los cócteles y las tapas de raíz chilena que despacha hace seis años con gran esfuerzo aritmético. "No puedo hacer mojitos para llevar pero cocinaré para llevar todo lo que pueda para salir de esta".

"No somos un foco de contagios"

Hasta arriba, en volumen, empresarios como Aladino Fernández (Grupo El Reloj) mastica impotencia por tener que cerrar una treintena de establecimientos en Barcelona (del Sandor a Els Tres Tombs). "Se quedan sin trabajo más de 200 empleados y sin un solo caso de covid desde junio, lo que demuestra que los restaurantes no son un foco", clama. "Fuera, la gente se juntará en casa y sin control de distancias ni mascarillas", añade, convencido de que lo que tocaba era un confinamiento selectivo. Por no hablar de los más de 3.000 euros de género por local que engordará sus pérdidas.

Entre los empresarios con más kilometraje, Javier de las Muelas (Dry Martini, Casa Fernández, Montesquieu, en la ciudad) no daba crédito: "Han canalizado las culpas en el sector que más medidas ha incorporado y mejor podía controlar la actividad social. Pero las concentraciones están en las calles, el transporte público o los colegios mayores, sin control", ejemplifica, con el peso de enviar a 65 trabajadores a casa. "Esto es tan gordo que espero una reacción de verdad, y que lleguen ayudas económicas". Esa sensación de tocar fondo y reaccionar la comparte Iván Pomés, desde Flash Flash, urgiendo a un plan de rescate urgente frente a la alternativa de "una muerte lenta abriendo con aforos mínimos y pidiendo a la gente que se quede en casa". Colmo de la ley de Murphy, la familia acababa de abrir un tercer local, Croma, que ahora devuelve a su equipo a la casilla de salida. 

Al desempleo de miles de trabajadores hay que sumar la estocada a los proveedores de alimentos y servicios

En el carismático Bar Mut, Quim Díaz, empachado de disgustosse suma a la perplejidad. "¡No dejan ni las terrazas! No ven que esto es un motor de la ciudad y están haciendo una animalada". "Mi equipo está destrozado y si esto dura me pregunto cuántos podremos volver a abrir. No nos matará el virus si no el hambre porque el sector cada día está más endeudado".

Planes frustrados

Miércoles de nervios en establecimientos de toda Catalunya, sublimados en el epicentro barcelonés, donde a la par que desmontar equipos de camareros, cocineros o limpiadores había que intentar deshacer miles de pedidos de materia prima que desequilibrarán a otros tantos proveedores, sobre todo de producto selecto, apuntaba Albert Raurich, genio y figura en Dos Palillos y Dos Pebrots. El primero se iba a reabrir en una semana. "Ya estaban los menús, el equipo preparado. Es un drama", resume, porque cada mes de cierre se evaporan más de 8.000 euros, entre costes de alquiler, almacen o taller creativo. En Dos Pebrots aguantaba sin barra y con "sacrificios" y un estricto cumplimiento de  la normativa sanitaria que se va al traste "con el mensaje de la Generalitat de que la hostelería es la culpable de los contagios", opina. "Nos cierran sin conocimiento del sector". Por contra, receta más recursos para inspecciones y multas en todos los ámbitos.

En la tropa de resilientes, el chef Fran Heras asume que, tras la experiencia del salto sin paracaídas del pasado marzo, no piensa alejarse de los fogones ni un instante, para dar mecha a su Llamber y a El Chigre 1769 con 'take away' (el primero) y 'delivery' sin tregua. "No voy a enviar a casa al personal que no estaba en erte", decía con determinación. "El sector ha cumplido, hemos aprendido, hemos pagado formaciones de protocolo de seguridad... para que ahora nos criminalicen". "Hay que alzar la voz y salir a la calle, sin rendirse".  También presenta armas Mercè Casademunt, alma mater de la histórica Granja Viader. "Nunca había trabajado tanto como estos meses, casi sin personal y nos cierran cuando iba a ampliar horarios". Da margen a la supervivencia hasta Navidad. "Yo seguiré en el mostrador para quien se quiera llevar el suizo a casa", sentencia.  

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