LENTA REHABILITACIÓN

Enfermos que vuelven a empezar

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Teresa Pérez / Barcelona

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Hubo un día que el cuerpo de María Teresa, José, Jesús, Antonia…dijo basta y se quebró. A unos les dio un susto el corazón, a otros se les rompió la cadera o la rodilla y a un tercer grupo un ictus les mermó la fuerza. Las patologías neurovasculares o traumáuticas se cebaron con ellos y dieron al traste con su autonomía. Volvieron a ser dependientes. Y ahora con sus 70 y 80 años a cuestas han tenido que volver a empezar. Son adultos que deben reaprender los movimientos que ya adquirieron en la infancia.

Los cinco son pacientes del Parc Sanitari Pere Virgili de Barcelona, centro concertado con el Servei Català de la Salut, tratan de recuperar la independencia y el valerse por sí mismos para poder regresar a sus casas. Un baño, una cama, una cocina…, en definitiva, un piso que simula su hogar para que hagan prácticas y  puedan reincorporarse a la normalidad “a partir de restablecer las funciones perdidas”, afirma Eva Llarch, terapeuta del centro. También les enseñan trucos y a fabricarse inventos ortopédicos con perchas, plásticos, cuerdas y radiografías. Por estas instalaciones, pioneras en Catalunya y que funcionan desde hace una década, han pasado 650 personas en el último año.

El sueño de andar

María Teresa Martínez Arias (León, 1947) ha sufrido dos ictus simultáneos y un ataque epiléptico.  Ahora, en la sala de terapia del centro sociosanitario está aprendiendo lo desaprendido. Tras el percance, por primera vez el viernes volvió a fregar los platos. Mientras lava la vajilla trata de mantener el equilibrio. “Y mañana a tender la ropa”, le avisa la terapeuta Anna Monsó.

María Teresa sale airosa del encargo y Anna le felicita y abraza por el esfuerzo. El ánimo, sin embargo, le flaquea. “Yo lo que quiero es volver andar. Me afecta mucho no poder hacerlo”, se lamenta. Tiene amistad con otras dos pacientes del centro “nos conocemos de barrio, somos vecinas. La zona debe de estar gafada porque nos hemos encontrado las tres aquí: unas por una caída y otras por un ictus”, afirma.

La terapeuta Eva Llarch explica que cuando un paciente ingresa además de la valoración personal se analiza su entorno. “Muchos familiares aportan fotos o planos de las viviendas para ver la mejor manera de adaptarlas”, explica. Así, una silla giratoria o una especie de tabla “permite adecuar el domicilio sin necesidad de obras”, afirma la experta. El Parc Sanitari Pere Virgili, que al igual que el Hospital de l'Esperança trata a usuarios dependientes, estima que la mitad de los pacientes acaban realizando tareas básicas como alimentarse, bañarse o vestirse tras 40 días de trabajo duro.

Calcetines con una percha

En ello se afana Jesús Lumbiarres. Tiene 86 años y le echa mucho entusiasmo para volver a ser lo que fue antes de romperse la cadera. “Es que soy un alumno muy aplicado”, añade con socarronería. La lesión se produjo hace tan solo 15 días, “no sé ni cómo ni por qué”, dice, pero ya cuenta las horas, los minutos y los segundos que le quedan para regresar a su piso “donde me espera mi mujer que lleva dos prótesis”, explica.  Ahora está aprendiendo a vestirse y a calzarse.

Parece una nimiedad, pero cuando uno no puede agacharse y, además, las fuerzas no le acompañan, todo se convierte en una montaña. A Jesús, María Teresa, José y Antonia les enseñan trucos y también a fabricarse artilugios para hacer más llevaderas las tareas cotidianas. “Es que hay pacientes no pueden pagar el precio que cuesta el material en la ortopedia. Por eso, les enseñamos a hacérselos ellos mismos”, apunta la terapeuta Eva Llarch.

Pinzas de la ropa, cuerdas, perchas, tubos de ‘porexpan’, trozos de cubos de plástico e, incluso, radiografías inservibles se transforman por arte de magia en material ortopédico. Vestirse y desnudarse tiene sus truquillos. Una percha metálica retorcida, de las que se usan para colgar la ropa, obra el milagro porque con el gancho pueden quitarse los calcetines sin el esfuerzo de agacharse y curvar la espalda. Con la ayuda de otro palo, que actúa de pinza, se recoge la prenda del suelo.

Cubos de limpieza

Hay otros inventos para ponerse el pantalón, la falda o los calcetines porque también tiene su enjundia. A un pequeño trozo de plástico de un cubo de limpieza o una radiografía inservible se les hacen dos agujeros y se pasa una cinta. Una vez doblado se encaja el calcetín y ahí se mete el pie. Otro ejemplo: por las trabillas de la falda o del pantalón se pasa una cuerda en cuyos extremos se han puesto dos pinzas de ropa. La prenda cogida por las pinzas se echa al suelo y se meten las piernas, el paciente se pone de pie y se encaja la vestimenta en la cintura.

Antonia Bertrán (Barcelona, 1937) traslada, con paciencia infinita, garbanzos y lentejas crudos de un plato a otro con una cuchara con el mango curvo. "Estoy intentando aprender a comer", dice resignada. Y añade: "No tengo fuerza en el brazo derecho". Explica que le operaron del corazón y estando en cuidados intensivos tuvo un ictus. Cree que avanza poco a poco. "De un día para otro no veo mejora, pero si echo la vista atrás lo noto porque me quedé hecha un guiña", afirma con una serenidad envidiable. Mientras a su lado, Josep Samsó, de 71 años y reincidente en el centro, dobla y desdobla la ropa para recuperar la psicomotricidad. Es de los que ve el vaso medio lleno: “Antes ni andaba y ahora ya me pongo de pie”.