ANÁLISIS

Dinamarca desnuda a Puigdemont

La soledad del independentismo catalán en Europa es turbadora

Carles Puigdemont durante la conferencia en la universidad de Copenhague.

Carles Puigdemont durante la conferencia en la universidad de Copenhague. / periodico

Andreu Claret

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No está claro por qué Carles Puigdemont fue a Dinamarca. Algunos sugieren que fue un ardid para que el juez dictara una orden de detención que le permitiera gozar (es un decir) de una privación de libertad que modificara su estatus jurídico. De este modo, podía haber delegado el voto en la sesión de investidura, como quienes están presos, y podía haber sido investido 'president' de la Generalitat. Puede parecer retorcido, pero no es imposible.

En todo caso, nunca lo sabremos porque Pablo Llarena advirtió la argucia y no dictó orden alguna. Así que todo quedó en una conferencia en la patria del príncipe Hamlet. Una conferencia con los argumentos conocidos seguida de un coloquio exigente, en el que dos profesores de la universidad de Copenhague desnudaron al presidente catalán. En vivo y en directo, delante de decenas de miles de seguidores de la radio pública catalana que descubrieron -muchos por primera vez- por qué Europa no nos quiere.

Viendo la cara de asombro que ponía Puigdemont ante las impertinentes preguntas de los dos profesores me acordé de la última vez que estuve con él. Era el 25 de mayo del año pasado, con motivo de la reunión del Consejo Consultivo del Diplocat del que yo formaba parte. Pocos días antes de que anunciara la fecha (1 de octubre) y la pregunta del referéndum ("¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente en forma de República?"). La reunión, en principio, estaba destinada a consultar, con supuestos expertos, la reacción de los europeos a la nueva estrategia unilateral.

Leyes excepcionales

Algunos, pocos, le dijimos que fatal, sobre todo cuando desveló que la preparación del referéndum iba a ir acompañada de leyes excepcionales, las de la llamada desconexión y la propia ley de la consulta. Personalmente, le dije que las simpatías que había cosechado el 'Let Catalans Vote!' (¡Dejen votar a los catalanes!) se perderían con la unilateralidad. Y le pregunté a qué venían tantas prisas por echarse al monte. Ya se pueden imaginar la respuesta, porque no es ningún secreto. Mariano Rajoy y la gente. Rajoy no nos deja otro camino y la gente nos pide que no dejemos pasar esta oportunidad. "'Tenim pressa'", había dicho Lluís Llach.

Las prisas son malas consejeras y Puigdemont ha podido comprobarlo en Dinamarca. No casan con una Europa que se ha hecho pasito a pasito, con una lentitud exasperante, pero que le ha permitido ir creando el llamado 'acquis' comunitario hecho de leyes, decretos y jurisprudencia pero nunca de saltos en el vacío.

En aquella reunión, Puigdemont no quiso entrar en el tema. Tenía prisa. Pensó, erróneamente, que la violencia del Estado iba a cambiar la ecuación. Estaba convencido de que, ante el resurgir de la sombra de Francisco Franco –expresión que utilizó en Copenhague- los europeos cambiarían aquel célebre 'Aidez l’Espagne!' de Joan Miró por un ¡Ayudad a Catalunya! frente a las tropelías de Rajoy. No solo no ha sido así, sino que la soledad del independentismo en Europa es turbadora. A pesar de la violencia en los colegios electorales y de la incapacidad del Gobierno español para mover ficha. Ha sido el gran error y la principal derrota del 'procés'. En Dinamarca, Puigdemont acusó a la UE de apoyar un régimen que intentó equiparar a la Hungría de Viktor Orban. Uno de sus interlocutores le paró los pies.

Vivir en una burbuja

La confrontación con los dos profesores fue patética. Propia de alguien que vive en una burbuja donde menudean las adulaciones y escasean las voces críticas. Mientras hablaba de la dignidad de los catalanes, la directora del Centro de Política Europea de Copenhague le espetó si los catalanes no querrán quitarse de encima a los pobres del resto de España. Un argumento que también surgió, como advertencia, en aquella reunión del Diplocat, por parte de alguien que percibía el peligro de ser equiparados a la Liga Lombarda.  Y cuando Puigdemont defendió en Copenhague la celebración de un referéndum como máxima expresión de la democracia, aunque sea saltándose la ley, tuvo que encajar una réplica muy articulada sobre la dificultad de encajar la vía unilateral con la tradición democrática europea.

En la tierra del príncipe Hamlet es imposible no acordarse de William Shakespeare. Su obra es sobre el dolor, la traición y la venganza. Como sabrán los lectores, termina con un funeral. Así terminó la conferencia de Puigdemont, pese a la pasión de un auditorio convencido de antemano. Unos porque eran catalanes que apoyan a un 'expresident' perseguido por la justicia española. Otros porque eran defensores de la autodeterminación de Groenlandia y de las islas Feroe. Dos argumentos en torno a los que Puigdemont podía haber construido su conferencia. Hubiese tenido más éxito.