Dispositivos de control policial

Probada en carne propia

El arma 8 Un policía de Sant Andreu de Llavaneres acciona la descarga en modo contacto, ayer.

El arma 8 Un policía de Sant Andreu de Llavaneres acciona la descarga en modo contacto, ayer.

A. B.
SANT ANDREU DE LLAVANERES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por su forma parece la pistola de un personaje de Star Trek: plástico negro, diseño futurista y puntero láser. En la mano es liviana, mucho más que un arma de fuego. Pero, aunque no pese, la Taser impone. Sobre todo cuando, al apretar el gatillo, un inquietante y bailarín hilo de electricidad une los dos electrodos que hay en las puntas del cañón.

Los agentes de la policía local de Sant Andreu de Llavaneras (Maresme) la llevan en una cartuchera en el costado izquierdo. En el derecho portan la pistola reglamentaria. En cada patrulla que sale a la calle va una Taser. «Nosotros la incorporamos hace cuatro años pues nos dimos cuenta de que hacía falta un instrumento intermedio entre la porra y la pistola», comenta el inspector Lluís Silva, jefe de la policía local. «Estamos muy satisfechos. Mis agentes se sienten seguros con ella, saben que en caso de una detención arriesgada pueden inmovilizar a la persona de forma limpia y sin que ni ella ni ellos sufran lesiones», explica.

«Una Taser mal utilizada puede ser una herramienta de tortura  -comenta también el mando policial-. Por eso hay que tener unos protocolos muy exigentes, los agentes deben recibir formación y su uso debe estar muy fiscalizado». Silva recuerda que el arma, en la culata, lleva un dispositivo informático que registra su uso: «Después de cada uso se conecta el arma al ordenador -insiste- y se imprime un comprobante donde consta la hora en que se empleó, cuántas veces, cuánta duración y con qué intensidad. Todo eso se le entrega a un juez». El inspector relata que, en su localidad, la mayor parte de veces que se usa la Taser es en el modo contacto y que el disparo de los dardos se produce en muchas menos ocasiones.

Ocho horas de curso

De la plantilla de agentes de Llavaneres forma parte Sebastián Serrate, que es instructor de la Taser desde el 2006. Cada nueva localidad que compra una Taser le llama para que forme a sus agentes. «La formación dura ocho horas y es obligatoria. La gente cree que usar la Taser es fácil y no es así», explica antes de detallar: «Tienes que saber a quién no disparar, por ejemplo a niños, ancianos o mujeres embarazadas. Y tienes que saber dónde apuntar, pues si uno de los dos dardos no da en la piel te has quedado sin Taser. Por ejemplo, los dardos no traspasan un cinturón o ropa gruesa, como un traje de esquí». La formación que imparte Sebastián tiene una particularidad: siempre hace que los agentes a los que instruye sufran una descarga. «Es importante que prueben en sus carnes lo que es una Taser. Han de saber qué tienen en las manos para no usarla alegremente», comenta.

Se corre la voz

«En la calle hace falta un instrumento como este. A veces hay personas a las que vas a detener y que, cuando se ponen violentas y tú haces ademán de usar el arma de fuego, te desafían y te dicen: 'Venga, va, dispárame, a que no te atreves'. En cambio, eso con la Taser no lo hacen porque saben que es un arma que sí vas a disparar», relata el formador, quien explica que en Francia el Gobierno repartió pistolas Taser entre gendarmes y policías y que en EEUU su uso está muy extendido. «Además, entre los delincuentes se corre la voz de que la policía de un pueblo tiene la Taser y se andan con más cuidado», explica.

Óscar, otro agente de Llavaneres, reconoce que cuando en la formación le dieron el taserazo sintió «un impacto muy desagradable». «Fue como si me saliera de mí mismo y volviera a entrar», añade. Aunque solo se ha usado en casos extremos, él es de los agentes que se ha visto obligado a emplearla. «Estábamos en la casa de un matrimonio cuyo hijo, que era esquizofrénico, estaba totalmente alterado. Se había atrincherado en un cuarto con un cuchillo de sierra y un punzón», recuerda. «Intentamos dialogar con él y que se calmara. Sin embargo, de repente se abalanzó hacia nosotros con el cuchillo. Yo le disparé con la Taser. Él cayó al suelo y ahí lo inmovilizamos. No hubo ni heridos, ni disparos de bala, ni nada», comenta. Se sorprende de que el resto de policías, en especial los Mossos, no dispongan ya del arma: «Me siento afortunado de tenerla».

En la calle cada vez hay gente más preparada, que va a gimnasios o que sabe artes marciales. Con la Taser, por grande que sea, cae igual», dice Óscar, que opina que el principal uso es con personas con problemas mentales o aquellos que están bajo los efectos de drogas excitantes. «La mayor parte de la población no sabe que para reducir a un tipo que va pasado de cocaína puedes necesitar cinco o seis agentes y que puede ser que al colocarte sobre él le dé un infarto», explica Óscar.