EL RADAR
A un 'smartphone' pegados
A veces, parece que el móvil sea un acto de la naturaleza que ha caído sobre nuestras cabezas y ante el que nada se puede hacer, salvo engancharse
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
En la semana en que Barcelona se convierte en capital del móvil con el Mobile World Congress, Whatsapp cumple ocho años. De vez en cuando, en Entre Todos somos testigos de una erupción de indignación por algún suceso puntual. Más allá de cuestiones políticas, pocas comparables a las que hubo cuando Whatsapp instaló su famoso doble check azuldoble check azul, el rompe-amistades. La importancia del ‘smartphone’, y de las aplicaciones en nuestras vidas tiene su reflejo en su peso en la conversación pública. No solo hablamos (y escribimos, y leemos, y vemos y escuchamos) a través del móvil y sus aplicaciones, sino que hablamos mucho del móvil y de sus aplicaciones. “El gran Quevedo escribió aquel poema que decía algo así como ‘érase un hombre a una naríz pegado’. Hoy por hoy podríamos decir, ‘érase un hombre a un 'smartphone' pegado’, escribe en una carta Gemma Rodríguez, de Oropesa del Mar.
A NUESTRO PESAR
Sí, somos personas a un ‘smartphone’ pegadas, pero a juzgar por lo que suele decirse en las conversaciones lo somos a nuestro pesar. Es difícil encontrar a alguien que elogie los grupos de Whatsapp más allá del manido “son útiles” y “hay que estar”. En cambio, es mucho más frecuente escuchar críticas a esa cadena de mensajes que crece sin parar —dos que son cuatro que son seis que son 12 que son 14 que son 24— y que generan aburrimiento, agobio y no sé cuántos quebraderos de cabeza más. Y, sin embargo, ahí seguimos, en los grupos de Whatsapp, hasta el punto de que alrededor de ellos se ha creado hasta una suerte de etiqueta: salir de un grupo es un acto de mala educación que hay que hacer con pies de plomo… A veces, parece que el Whatsapp (o los otros servicios de mensajería, o el mismo móvil) sea un acto de la naturaleza que ha caído sobre nuestras cabezas y ante el que nada se puede hacer, salvo engancharse. “Por favor, intentad por un momento desconectar y disfrutar del espectáculo. Nos estamos convirtiendo en víctimas de la vida rápida que nos fija el 'smartphone' en la mano como si fuera una extremidad más, y nos ata, aunque no lo querramos admitir nos ata. Y de repente nos reconocemos incapaces de seguir una obra de teatro sin revisar los whatsapp o actualizar el Instagram”, se lamenta Alba Ruiz, de Riudoms.
CHISTES, MEMES, FOTOS, VÍDEOS
Y quien dice ver una obra de teatro, dice disfrutar de un programa de televisión sin comentarlo en twitter; dirigir un equipo de trabajo sin enviar mensajes los fines de semana o a horas intempestivas; anunciar ya con veinte minutos de retraso que llegamos diez minutos tarde; romper citas media hora antes del encuentro; partir corazones con un emoticón; felicitar el cumpleaños con un mensaje de voz; cenas para dos con mantel, vino y velitas y el móvil al lado de la servilleta; atender al profesor tecleando por debajo del pupitre; arrancar en verde con una mano en el volante y la otra en la pantalla; dormirse con la pantalla iluminada debajo del edredón, que no nos vean papá y mamá; cargar el teléfono en la mesilla de noche por si; pasarte de parada en el metro porque esto a punto de pasa una pantalla del 'candy crush'; exhibirse en alguna red social; esos amigos, o mamás y papás de la escuela, o compañeros de trabajo, que te meten en un grupo de Whatsapp sin preguntarte; los chistes y los memes y los vídeos y el negro del Whatsapp; maldecir que hace ya media hora que ha visto el mensaje y aún no me ha contestado… “Llegados a este estado de agitación, sería conveniente analizar si el día que uno fallezca se le debería colocar en su ataúd su móvil favorito para que sus amigos y familiares, pudieran enviarles, mensajes o Whatsapp al más allá!, ironiza José Pellicer, de Barcelona.
EL SONIDO DE LA VOZ
Igual no es necesario. Igual basta, como con tantas otras cosas, con encontrarle el punto justo también al 'smartphone', como escribió Pablo Beítez, de Vilanova del Camí: “El otro día me encontraba ensimismado (…) cuando de repente suena el móvil. Lo cojo y digo: "Hola". Una voz reconocida aparece tras el minúsculo micro con otra pregunta: "¿Cómo estás?” Me quedé estupefacto al oír a mi amigo (…) Es que, dijo, me he acordado que el teléfono tiene la función de hablar en directo con las personas y quería oír tu voz, quería sobre todo notar que estabas ahí”.
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