Exposición colectiva

Dios, la cárcel y un Papa en Venecia (que por primera vez visitará la Bienal de Arte)

El Vaticano instala su pabellón en la cárcel femenina de la Giudecca en su tercer desembarco en la Bienal de Arte de Venecia

Por primera vez en 60 ediciones, un Papa visitará la Bienale: este domingo se espera la visita de Francisco

Irene Savio

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A la agente penitenciaria sin nombre no le apetece sonreír. Empuña un manojo de llaves doradas y evita toda conversación fútil, con los labios muy, muy cerrados, para esquivar cualquier tentación. Casi para recordar lo obvio: que, aunque esté en una apacible isla de Venecia, que desde el otro lado del canal contempla el ajetreo de San Marco, la cárcel femenina de la Giudecca no es más que eso: una prisión. Con una salvedad temporal: el sitio en cuestión es donde se ha instalado el Pabellón de la Santa Sede en su tercer desembarco en la Bienal de Arte de Venecia

Es una mañana soleada, y también primera hora del inicio de la visita de un grupo de periodistas que han conseguido autorización para acceder al recinto, incluido este diario. En el exterior del edificio, donde los obreros instalaron un mural con pintados dos pies desnudos realizados por el artista Maurizio Cattelan, la policía examina y examina todo objeto en poder de los reporteros. La delegación más nutrida es la de los cronistas anglófonos e italianos, le siguen los franceses; los asiáticos observan y no hablan. Muchos han venido por la novedad de este año: la visita de Francisco, que el domingo está previsto que visite a la Bienal, convirtiéndose en el primer Papa en acudir al certamen.

La cárcel de mujeres de Giudecca, hoy pabellón del Vaticano en la Bienal de Venecia, es un antiguo monasterio del siglo XII que en 1600 regentaban unas monjas para albergar a prostitutas redimidas.

La cárcel de mujeres de Giudecca, hoy pabellón del Vaticano en la Bienal de Venecia, es un antiguo monasterio del siglo XII que en 1600 regentaban unas monjas para albergar a prostitutas redimidas. / Marco Cremascoli

El interés es máximo pero las reglas de acceso siguen férreas. Hay que dejar los móviles fuera, no abandonar el lugar antes del fin de la visita, nada de preguntas personales a las presas. Lo que acaba por generar cierto descontento en alguno, que abandona antes que comience la visita, tal vez más acostumbrado a otros lares que al clima de una cárcel

Palo y zanahoria

Y, aún así, el efecto buscado, al entrar, se descubre precisamente ese: el choque entre la incomodidad y crudeza que emana un sitio de encierro y la belleza de un arte que, en este caso, es una exposición creada junto con las presas y titulada Con mis ojos. El objetivo es dar a conocer fragmentos de vida de las 80 personas privadas de la libertad que hoy viven en este antiguo monasterio del siglo XII que en 1600 regentaban unas monjas para albergar a prostitutas redimidas

Manuela, detenida de 61 años, acata las órdenes y guía la delegación por el primer pasillo, en el que la libanesa Simone Fattal ha reproducido frases y pensamientos de la reclusas en placas de lava. “De noche mis miedos son más profundos”, se lee en una. “Cuando estoy triste no puedo dejar caer mis lágrimas”, dice otra. Y es entonces, al pasar por el patio de la prisión en el que ahora cuelga un neón del colectivo Claire Fontaine con la frase Estamos contigo la noche, Paola, otra de las reas, se pone algo nerviosa y se corrige rápidamente tras decir la palabra “presa” en lugar de “huésped” de la estructura. 

Celdas

Ha sido la artista brasileña Sonia Gomes quien ha escogido el sitio más sagrado de todos: la trasnochada capilla de la cárcel. Allí ha colgado telas coloradas para transmitir el mensaje de que es importante seguir mirando hacia el cielo, que, sin embargo, allí no se ve (y solo se puede imaginar), y Manuela lo describe con ahínco, tal vez algo empapada de esa creatividad tan extravagante de Brasil. Acaba además de mostrar una galería de retratos realistas (en la que también aparece ella, de pequeña, con su madre) pintados por la francesa Claire Tabouret e inspirados en fotografías que las detenidas guardan en sus celdas, y los cuadros instalados en la cafetería de Corita Kent, la monja que dejó una huella indeleble en el arte pop. 

La visita llega a su fin y hay que irse. En la puerta está la comisaria Chiara Parisi,  directora del Centre Pompidou-Metz, y que junto con Bruno Racine, actual responsable del Palazzo Grassi, está a cargo de la exposición. Paola y Manuela también se van, tienen que regresar a sus celdas, escoltadas por dos agentes, sin antes recordar también a los artistas Marco Perego y Zoe Saldana. Estos últimos autores de un conmovedor cortometraje sobre una reclusa en el día de su liberación mientras otra mujer es apresada.