EL RADAR

(Mi) Libertad de expresión

La polémica alrededor de la pitada no va sobre los símbolos, es otra versión del 'ellos' y el 'nosotros'

JOAN CAÑETE BAYLE

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A cuenta de la pitada al himno de España en la final de la Copa del Rey, esta semana la conversación pública ha versado sobre la libertad de expresión, el respeto a símbolos y banderas e incluso del derecho de los propietarios de un caballo a ponerle al animal el nombre que quieran (sí, estamos hablando de 'Catalán de Mierda', ese caballo de Corral de Calatrava, Ciudad Real, que ha merecido la atención de un hombre tan atareado como el Síndic de Greuges).

En Entre Todos hemos recibido opiniones de todo tipo sobre la pitada. A favor ("Todo el mundo es libre de aplaudir la entrada de un Rey o de quien sea, como si quieren darle la espalda, mostrar su enfado o rechazo o simpatía, estando como estamos en un Estado democrático", Ramon Masagué, Barcelona) y en contra ("Muchos me dirán que soy un facha, pero se equivocan. Soy simplemente un ciudadano demócrata, que acepta las reglas de juego y que quiere vivir en paz y en convivencia con los demás, aunque no piensen igual que yo. Por este motivo me molestó mucho la pitada a Felipe VI en el Camp Nou", Emili Bladé, Barcelona).

Pragmáticos ("Por protocolo, el himno solo se toca en los actos oficiales y en los actos deportivos donde haya una representación de España (selecciones). En la final de la Copa del Rey solo se interpreta por tradición: cuando el Rey visita una fábrica, por ejemplo, no se toca. Por todo ello, mi solución es muy simple: dejen de tocar el himno, no hay ninguna obligación para ello, y disfrutemos del fútbol", Joaquim Borrás, Barcelona) y tajantes ("Si se juega la Copa del Rey de España lo lógico es que suene el himno de la nación. Si un jugador no está de acuerdo, que no juegue el partido. Y si es un espectador el que discrepa, que no vaya al estadio. Es de coherencia", Ina Parera, Barcelona).

La libertad de expresión y sus límites (o no) es un tema recurrente en la conversación pública. Hace unos meses, esta afirmación en una carta generó una vívida polémica en Entre Todos: "La libertad nos permite vivir en sociedad, bajo una serie de normas y leyes cuya finalidad son la convivencia entre las personas, sin olvidar la integridad de las mismas. Si cada uno hiciese lo que le viniese en gana, sería imposible vivir en sociedad. Sin embargo, cuando llevamos tal concepto al ámbito de la expresión, significa que cada uno tiene el poder de decir lo que desea, sin tener en cuenta al resto de individuos. (...) Tiene que ser posible que cada ciudadano pueda expresarse libremente siempre y cuando no invada la libertad de otra personas". Firmaba la carta Chaimah Yanati Mohamed, estudiante de Madrid, "ciudadana española de confesión islámica", en la semana del atentado de Charlie Hebdo. Las respuestas que recibió esta carta fueron muchas e inequívocas: la libertad de expresión es sagrada. Algunos de los que escribieron criticando a Chaimah esta semana han criticado la pitada al Rey. Lo mismo han hecho muchas voces públicas.

"¿Qué diría Artur Mas si algún grupo tuviese la criticable ocurrencia de pitar 'Els Segadors' en medio de un acto oficial?" La pregunta de Emili Bladé en su carta es pertinente y apunta al corazón del asunto. Muchas de las opiniones expresadas en la esfera pública desde la pitada no defienden la libertad de expresión, sino su libertad de expresión, la de los suyos; no abominan de la politización del deporte, sino de cuando ellos politizan el deporte contra nosotros; no se ciscan en todos los himnos y en todas las banderas, sino en los himnos y las banderas de ellos, los nuestros tienen que ser respetados. Ha habido, en definitiva, más ruido alrededor de la pitada que en la pitada en sí, que batió récords de decibelios en el Camp Nou. Porque en realidad con la libertad de expresión sucede como con tantas otras cosas en estos tiempos polarizados: es un arma arrojadiza, otra más, a lanzar contra la cabeza del otro.