Los jueves, economía

Ideas para reformar la Administración

El primer paso tiene que ser trazar unos objetivos que logren la complicidad de los funcionarios

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ANTONIO ARGANDOÑA

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El lector conocerá, seguramente, el chiste de aquel a quien un amigo le dice que tiene un caballo excepcional, que le hace la comida, le limpia la casa y saca a pasear el perro, todo a cambio de un puñado de paja. «Te lo compro», le dice. Y se lo lleva. Al cabo de unos días encuentra a su amigo y le cuenta que no ha conseguido que el caballo entre en la cocina, ni que se acerque al aspirador. Y el que se lo vendió le contesta: «Tú sigue hablando mal de tu caballo y verás como nadie te lo compra».

Me acuerdo del chiste cuando oigo a alguien decir que los problemas de las administraciones públicas en España se resolverían con medidas drásticas, que empiezan por reducir el sueldo de los funcionarios («total, para lo que trabajan…») y continúan con la eliminación de puestos de trabajo («total, para lo que rinden…»). Pero me parece una estrategia equivocada, al menos por tres razones.

La primera, porque el cliché de partida es falso: los trabajadores públicos proceden de las mismas clases sociales que los demás ciudadanos; por tanto, deben ser tan honrados, eficientes y cumplidores como los demás (aunque, es verdad, a base de incentivos perversos podemos pervertirlos, pero eso pasa también en el sector privado). La segunda, porque tienen un gran poder, que la señoraThatcherexperimentó cuando se enfrentó a ellos: pueden paralizar el país. Y esto tiene que ver con la tercera razón: nadie conoce como ellos el funcionamiento de la Administración, que, nos guste o no, necesitamos que funcione como un reloj.

Pero, de hecho, no funciona como un reloj. Y, además, nos urge reducir el gasto público, una de cuyas partidas más importantes son los sueldos de ese personal, que, además, controla los otros gastos. O sea que o les declaramos la guerra, o nos los ganamos para la reforma. ¿Cómo? Lo primero que se me ocurre es que hay que establecer unos objetivos que sean atractivos para los ciudadanos y los políticos, pero también para los empleados públicos. Ahorrar en vez de despedir, por ejemplo. Ahorrar inmediatamente, porque la reducción del gasto es urgente, pero, sobre todo, a medio plazo. Y proveer incentivos adecuados para ello, que impliquen una mejora de la situación económica de los funcionarios en proporción al ahorro conseguido.

Poner las personas, no los euros, el centro de la reforma. ¿Para qué está la Administración? ¿Para servir al ciudadano? Pues vamos a repensar la función pública poniendo al ciudadano en primer lugar: ¿qué debemos hacer para que el servicio sea mejor, más eficiente y más fácil precisamente para el usuario? Pero ¿quién sabe de esto? Los funcionarios. De modo que hay que contar con ellos. El consejo viene, precisamente, de la empresa privada, deJohn Mackay,fundador de Whole Foods: «La empresa es sencilla. El gerente cuida de los empleados, los empleados cuidan de los consumidores, y los consumidores felices cuidan de los accionistas».

O sea, para poner a los ciudadanos en el centro de la Administración hay que cuidar a los funcionarios. En todo caso, entiendo la estrategia que empieza con la crítica, la reducción del sueldo y los castigos, pero no me parece la más adecuada. La represión tiene que estar al final, si el empleado público no cumple con su deber.

Fomentar la cooperación entre oficinas públicas. Es difícil, porque todo está montado ahora para defender elnosotrosfrente aellos: si mi promoción y mi sueldo dependen de los criterios de mi departamento, la colaboración es una pérdida de tiempo. Así que habrá que romper barreras. Fomentar la movilidad, por ejemplo, algo que también choca con la manera vigente de incorporar a los funcionarios a un cuerpo, que limita su posibilidad de cambiar a otra posición. Pero esto es la regla en la empresa privada, de modo que también se debe poder llevar a cabo en la pública.

Desarrollar nuevas capacidades en los empleados públicos. Fomentar la movilidad entre el sector público y el privado, entre otras razones porque es en este último donde se presta más atención al desarrollo de aquellas capacidades, de manera que elcontagioes bueno. Aprender de la experiencia de otros países, donde hay ya mucho conocimiento acumulado sobre esas reformas. Implicar a los ciudadanos, a los usuarios, en la reforma: tienen mucho que decir. Apostar a fondo por las nuevas tecnologías: es difícil, porque ni las empresas más avanzadas han conseguido eliminar el papel, por ejemplo, pero al menos se han producido avances importantes.

No tengo espacio para seguir ofreciendo recomendaciones para una reforma sobre la que todos estamos de acuerdo en que es importante, muy importante, y urgente, y en la que no nos podemos equivocar, aunque el camino será largo y, a ratos, tortuoso. Profesor del IESE. Cátedra La Caixa.