Los SÁBADOS, CIENCIA

La hormiga 'hacker'

Una nueva especie del insecto, de las 12.000 descritas, engaña a otra para comer de forma parásita

JORGE WAGENSBERG

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Las hormigas aparecieron hace más de cien millones de años como variación de algo muy parecido a una avispa. Desde entonces no han dejado de evolucionar y de diversificarse. Hoy se han descrito unas 12.000 especies de las 20.000 que quizá existan. Su variedad impresiona sea cual sea el criterio elegido. Por ejemplo, el tamaño: una obrera puede ser 600 veces mayor que otra (incluso siendo de la misma especie). Es como si conviviéramos con homínidos del tamaño de un ratoncillo. Las hormigas suponen casi la cuarta parte de la biomasa animal del planeta y se estima que puede haber hasta 10.000 billones de individuos deambulando por él. ¿Cómo se explica un éxito así? En la organización de una sociedad de hormigas la disciplina es rígida, es decir, cuando una hormiga cambia mucho quiere decir que ya es de otra especie. Su gran versatilidad ante la incertidumbre del ambiente se explica por la coevolución de sus relaciones exteriores con otras especies vivas.

Hay especies de hormigas para todo. Permítanme proponer un juego: elíjase una actividad humana cualquiera y búsquese luego la actividad que más se le parezca dentro del universo de las hormigas. Bien, pues se va a parecer mucho. Una hormiga no investiga, ni aprende, ni soluciona problemas imprevistos, pero cien millones de años de selección natural dan para muchas innovaciones radicales a la hora de asegurarse el sustento. Nuestra economía no puede entregarse a los caprichos de la selección natural, pero quizá no esté de más atender a una experiencia cien veces millonaria, y ello tanto para aconsejarse como para desaconsejarse. En el fondo y como siempre, todo consiste en comer y no ser comido.

Las hormigas exhiben todas las estrategias posibles de interacción con sus vecinos: depredarlos (comérselos directamente), esclavizarlos (hay hormigas que secuestran a otras para que cuiden de sus propias larvas), también practican la agricultura (cultivar hongos comestibles dentro del hormiguero), la recolección, la ganadería (capturar y domesticar pulgones para ordeñarlos), la búsqueda de carroña (a favor de la higiene del medio), el comensalismo (literalmente cum mensa, compartir la mesa, o sea comer sin perjudicar ni ser perjudicado), el mimetismo (aparentar lo que no se es para dar confianza o para dar miedo), el parasitismo (beneficiarse perjudicando a otro, una forma de depredación que consiste en comerse al vecino indirectamente), el mutualismo (interacción con beneficio mutuo), simbiosis (cuando el mutualismo se hace totalmente dependiente y por lo tanto también irreversible, como ciertos árboles protegidos en la selva por un ejército agresivo de ciertas hormigas que viven únicamente del delicioso néctar que aquellos garantizan)... ¿Qué no habrán inventado ya las hormigas?

Lo primero que hago cuando aterrizo en Sao Paulo (Brasil) es convocar a mi amigo y gran mirmecólogo Carlos Roberto Brandao para cenar y para escuchar historias de hormigas. A finales de los 80 me explicó la primera; la última hace un par de días. Aparece en una publicación del 20 de mayo donde describe una nueva especie de hormigas en verdad excepcional. La nueva especie ha sido bautizada como Cephalotes specularis. Su nombre se debe a la cabezota que caracteriza a todo el género Cephalotini y su apellido a un gáster excepcional. En efecto, la porción posterior del abdomen que está después de la cintura es un espejo perfectamente pulido donde, durante el día, se reflejan nítidamente el cielo azulísimo y las nubes blanquísimas de la sabana brasileña. He aquí la primera maravilla: una inmensa y única concavidad celeste se mira en la minúscula convexidad del tercio trasero de cada hormiga.

Pero lo más notable de esta especie es su relación con otra llamada Crematogaster ampla. Es algo que bien podríamos llamar parasitismo social. En efecto, las Cephalotes specularis se mueven libremente por las rutas del intenso tráfico de las Crematogaster sin que estas perciban su descaro. Los intrusos roban así una valiosa información: la localización del alimento detectado por las incansables hospedadoras. Y también consiguen seguridad pues nadie más se atreve a merodear por esos caminos. Para seguir las pistas sin ser desenmascaradas, las intrusas dominan la química de las feromonas para oler y ser olidas en la forma correcta (aunque por si acaso evitan el contacto directo). El engaño se completa con un sofisticado mimetismo de posturas típicas de la hormiga parasitada pero que son impensables y muy forzadas para las hormigas del género de la hormiga parásita. La hospedadora levanta el gáster casi hasta la vertical cuando se pone a la defensiva, gesto que la parásita imita cuando se pasea por el territorio de la primera. Pero la hormiga hacker no lo hace porque esté alarmada, sencillamente... ¡hace teatro!

Historias de hormigas... Toda una literatura.