El 'Garibaldi' no avanza pero flota
Merkel, Hollande y Renzi se suben al salvavidas de la UE cuando las cosas les van mal
Bernat Gasulla
Subdirector
BERNAT GASULLA
El 'Garibaldi', la nave en la que Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi celebraron el lunes una minicumbre europea, es un portaviones. Pocas imágenes como la del buque de guerra pueden trasladar al público tamaña sensación de fuerza y poderío. Desde la cubierta del barco, los máximos representantes del nuevo eje Berlín-París-Roma quisieron lanzar un mensaje claro. La Unión Europea no se ha hundido. Pese a la marcha del Reino Unido (que aún hay que ver cómo se concreta), el drama de los refugiados y la amenaza constante del terrorismo yihadista, el ideal europeo sigue adelante y requiere más impulso que nunca.
El ciudadano europeo está más que legitimado para recibir con el mayor de los escepticismos las arengas de los líderes. Nos han dicho de todo, y casi nunca se ha cumplido. Prometieron una mayor democratización de las instituciones comunitarias. Un tal Nicolas Sarkozy (que no quiere perderse la fiesta y ha hecho oficial que optará a la presidencia) auguró en plena crisis económica que el capitalismo tenía que cambiar de cara. Esas promesas y augurios se los ha llevado el viento. El 'brexit' no sea probablemente la puntilla que acabará con la Unión, pero sería de lerdos no admitir que Europa está a la deriva.
El 'Garibaldi', símbolo de la Europa que quiere ser y nunca llega a ser, no es lo que parece. Aparenta ser un portaviones pero en realidad es un barco de salvamento. Merkel, Hollande y Renzi, como antes que ellos han hecho muchos otros, se lanzan al salvavidas de la UE cuando tienen problemas en casa. La cancillera alemana se ha visto desbordada en las encuestas por actos terroristas por los que han sido señalados los miles de refugiados que ha acogido el Gobierno de Berlín. El presidente francés apenas puede con todas las vías de agua que se le han abierto: el yihadismo que se ha cebado en Francia y la amenaza de la extrema derecha. El primer ministro italiano tampoco tiene un futuro prometedor. La banca de su país se derrumba y ha perdido bastiones como Roma. Sus gobiernos zozobran. Europa no avanza, pero al menos flota.
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