Pequeño observatorio

Elefantes condenados a morir

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Es impresionante, y escalofriante, la información de Antonio Madrilejos en este diario sobre el tráfico de elefantes. Uno de los elefantes más famosos, conocido con el nombre de Satao, ha muerto por una flecha envenenada. Unos cazadores furtivos -hay muchos en Kenia- lo abatieron destrozándole la cara para llevarse los colmillos de marfil. Las matanzas de estos grandes animales son constantes y se calcula que el año pasado fueron abatidos unos 20.000 ejemplares.

Las fotos que ha publicado este diario provocan una pena inmensa. Con los colmillos arrancados, el elefante abatido, inmóvil en el suelo, es una masa de carne angustiosa. Ha perdido el perfil, su identidad de elefante. Para llevarse los grandes colmillos de marfil le han destrozado la cara.

Esos colmillos han sido su perdición, ya no podrá comer, y la matanza se produce constantemente a pesar de la vigilancia. Las cifras son impresionantes: en África occidental solo quedan un 2% de los elefantes que había en 1900. La vigilancia que hay actualmente no puede evitar los implacables cazadores furtivos. Y la palabra cazadores no es adecuada, pienso, porque los humanos siempre han ejercido y ejercen el llamado arte de cazar. La matanza masiva para hacer negocio es otra cosa.

En teoría, la caza está controlada, como ocurre en otras especies, pero el negocio no tiene límites. Los elefantes tienen la desgracia de que su marfil es deseado para hacer brazaletes y los objetivos más diversos. Hay que pensar que este material -marfil o ébano- tiene unas propiedades muy valiosas y características si despierta un interés tan universal, por decirlo así. Este es el destino de todo lo que es considerado una rareza. Como el oro. La lucha por la posesión de oro también ha provocado desgracias y muertes entre los humanos.

Es curioso que, en tiempos antiguos, al elefante se le llamara orifante o aurifante. Como una premonición de la funesta codicia. Oro y  marfil, hermanos dramáticos.