Opinión | EDITORIAL

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Barcelona, dos meses de grave estrés

Los efectos económicos negativos de la crisis política son muy superiores a los del atentado del 17 de agosto

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Barcelona es una ciudad de probada capacidad de resistencia, pero dos meses bajo una situación excepcional situación excepcional están empezando a pasar factura a su salud colectiva y a su economía. Desde el 17 de agosto, en que el zarpazo del terrorismo islamista la dejó en estado de shock, seguido por la tensión creciente –e inacabada– por el pulso del independentismo al Estado, la ciudad está en una situación de estrés que no puede mantenerse mucho tiempo más, so pena de entrar en una espiral perniciosa de la que cada vez sería más difícil salir. Lo mismo puede decirse del resto de Catalunya, pero Barcelona lo experimenta con mucha más intensidad, tanto por volumen de población, como por actividad económica como por la condición de capital del país.

La grave inestabilidad política y la incertidumbre sobre su desenlace están impactando en la economía barcelonesa de forma mucho más preocupante que la matanza de la Rambla. El atentado tuvo una repercusión muy escasa en las reservas hoteleras, posiblemente por la conjunción de varios factores: la rápida neutralización de la célula yihadista, el hecho de que muchos turistas ya tuvieran pagado el viaje y una cierta asunción del riesgo para que los terroristas no logren su objetivo de alterar la vida cotidiana de los ciudadanos.

En cambio, el desafío del referéndum del 1 de octubre y la catarata de acontecimientos que se han sucedido las dos últimas semanas están afectando al turismo y la panoplia de actividades que giran en torno a él, que constituyen un pilar fundamental de la economía de Barcelona. Algunas fuentes cuantifican en el 30% la disminución del volumen de negocio este mes de octubre. Y lo peor es que, de no vislumbrarse la normalización de la situación, estos efectos negativos pueden perdurar.    

La historia ha colocado muchas veces a Barcelona en situaciones de enorme tensión, de las que siempre se ha recuperado. Pero hoy la incertidumbre es enorme, y el éxodo de bancos y empresas, junto a la agitación en la calle, no son precisamente buenos reclamos ni para el turismo ni para las inversiones. Ni tampoco, naturalmente, para los propios barceloneses, que en su inmensa mayoría no ocultan inquietud por el futuro, incluidos los independentistas que no han perdido la capacidad de calibrar el riesgo de catástrofe que implica la 'rauxa'.