NUEVO libro del autor de 'maldito karma'

28 días en el gueto

David Safier aparca el humor para novelar el levantamiento judío en Varsovia

David Safier, en Barcelona.

David Safier, en Barcelona.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Fueron 28 los días que la resistencia judía, unos 1.200 jóvenes entre 13 y 29 años, plantaron cara a los nazis durante el levantamiento del gueto de Varsovia antes de ser aniquilados el 16 de mayo de 1943. Y así, 28 días (Seix Barral / Empúries), se titula la nueva novela de David Safier (Bremen, 1966), hijo de padre judío y madre alemana, con la que sa lda una vieja deuda con el pasado familiar -su abuelo murió en Buchenwald, su abuela, en el gueto de Lodz-, alejándose del humor que ha caracterizado hasta ahora su obra, con best-sellers como Maldito karma.

Safier se pone en la piel de una joven de 16 años, Mira, que empieza haciendo estraperlo para conseguir comida y acaba empuñando un arma. Ella es ficción, pero la novela está repleta de casos reales, como el del pedagogo Janusz Korczak, que no abandonó a los niños de su orfanato cuando subieron al tren rumbo a Treblinka, los policías judíos del gueto que entregaron a sus padres para evitar ser deportados o la mujer que sacrificó a su bebé para sobrevivir y que dijo: «Siempre se pueden tener más hijos».

Víctimas

«En esas situaciones sale lo mejor y lo peor de la gente. Aunque yo no comparta algunas de esas decisiones horribles no hay que olvidar que todos fueron víctimas de unas terribles circunstancias. Todos se vieron obligados a escoger. ¿Quién puede decir de qué sería capaz para evitar la muerte?».

Son preguntas imposibles como esta las que plantea 28 días: ¿Cómo quieres morir, dejándote llevar al matadero sin oponer resistencia o defendiéndote? ¿Qué harías para sobrevivir, serías capaz de sacrificar a otros o de matar? «No sé cómo hubiera reaccionado yo en una situación así. El comportamiento ideal es no coger las armas y ayudar a otros, pero creo que yo habría sido de los que eran arrastrados exhaustos a los trenes, sin sacrificar a nadie para salvarme pero tampoco creo que hubiera podido ayudar a nadie porque física y psicológicamente no soy lo suficientemente fuerte», admite.

Más de 400.000 judíos del gueto fueron enviados a los campos de exterminio. Solo 1.200 se sublevaron. «Los judíos no sabían qué les iba a ocurrir, creían a los nazis que les decían que les llevaban al Este a trabajar. Nunca les dijeron abiertamente que les iban a matar a todos. Les daban esperanza. Y en el gueto, hacinados, con hambre, con raciones de 360 calorías al día, enfermedades y muerte solo podían pensar en conseguir comida para sobrevivir un día más, no podían pensar más allá ni en revueltas. Los adultos tenían responsabilidades familiares, por eso en la resistencia la mayoría eran jóvenes, que eran responsables solo de sí mismos, lo que les permitía correr más riesgos. Sabían que la muerte era segura, que no sobrevivirían, solo unos pocos lo lograron».

Poco sabe Safier del pasado familiar. «Mi padre nunca quiso explicar nada de mis abuelos ni de esos años. Nació en Viena en 1915 y tenía 23 años cuando los alemanes llegaron a Austria. Estudiaba ingeniería en la universidad y un día al ir a clase vio cómo los compañeros lanzaban a los judíos por las ventanas. Huyó pero lo detuvieron y lo metieron en una celda donde un oficial de los pocos que no llevaban la esvástica les dijo que la celda estaba tan llena que si algunos salían no se notaría. Mi padre estaba junto a la puerta y pudo escapar y llegar a Palestina». Allí, revela el autor, «espió para la resistencia judía y llegó a oficial de alto rango del Ejército israelí pero en 1951 abandonó y se enroló en un barco que recaló en Bremen, donde conoció a mi madre y nací yo».

Tampoco su madre quiso hablar nunca de la guerra. «Ambos estaban traumatizados. Ella nació en 1936 y fue un niño de la guerra. Sé que su familia lo perdió todo y que hasta 1951 vivieron en un vagón abandonado de tren, con ratas, y que mi madre odiaba a su padre, pero poco más. De niño la oía llorar cuando creía que yo dormía».

«Todos los alemanes fueron víctimas de la guerra -opina-. Dejó una gran herida y una gran fractura social. Pero asumieron su parte de culpa y hablaron de su pasado y lo afrontaron. Lo que ocurrió forma parte de su adn y no lo han olvidado».