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Josep Maria Fonalleras
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La ruta del sur y otras rutas

La dispersión del voto independentista puede provocar que sea imposible una mayoría con opciones no ya de emprender antiguos caminos de confrontación, sino la simple repetición del pacto desgajado en octubre de 2022

Salvador Illa (PSC) y Pere Aragonès (ERC) en la manifestación del 1 de mayo.

Salvador Illa (PSC) y Pere Aragonès (ERC) en la manifestación del 1 de mayo. / MANU MITRU

Las elecciones del próximo domingo nacen del empeño del presidente Aragonès en aclarar el panorama que se dibujó hace poco más de año y medio cuando la militancia de Junts (con un porcentaje significativo de votos a favor, que no significó, sin embargo, un triunfo fulgurante) decidió abandonar el gobierno de la Generalitat. Ganó la apuesta de Laura Borràs (con el visto bueno, claro, de Carles Puigdemont) para dinamitar un pacto que ya era suficientemente frágil desde el momento en que se formalizó. Entonces, las declaraciones de la presidenta de Junts fueron contundentes, hirientes: "El gobierno de Pere Aragonès es un gobierno fracasado y carece de legitimidad democrática". Con penas y trabajos y con esa losa encima, con pactos diversos y cierta habilidad a la hora de afrontar una legislatura que parecía herida de muerte, Aragonès dijo basta, no solo porque el Parlament no aprobaba los presupuestos (una razón de peso, por supuesto), sino porque consideró que había llegado el momento de saber con cierta exactitud cuál era la verdadera distribución de fuerzas y cuál podía ser la incidencia del anunciado regreso de Puigdemont tras la promulgación de la amnistía.

Estas elecciones, pues, tendrán que servir para tener a mano una fotografía nítida del escenario político catalán. En los márgenes de la imagen, hay detalles claros. El derrumbe definitivo de Ciudadanos, por ejemplo. O la muy probable victoria parcial del PSC, que se habrá beneficiado, entre otros factores, del fin de los anaranjados. Pero el resto es una instantánea que admite múltiples elucubraciones. La dispersión del voto independentista (con piezas nuevas en el puzle, que probablemente lo debilitarán, o que abrirán paso a la irrupción de grupos extremistas y xenófobos) puede provocar que sea imposible una mayoría con opciones no ya de emprender antiguos caminos de confrontación, sino la simple repetición del pacto desgajado en octubre de 2022.

Y, como gran incógnita, el papel de Puigdemont. Parece seguro, porque lo ha prometido y porque no para de proclamarlo en sus mítines en Argelers, que atravesará la frontera. "Estoy preparado", ha dicho, "para hacer frente a cualquier intento de detención y para mirar que no se salgan con la suya". Y también ha afirmado que la vuelta del exilio debe ser "un acto de país" que se debe "escenificar colectivamente". Para entendernos: no una llegada nocturna o clandestina, sino una puesta en escena pública y diáfana, que sea reivindicativa y, a juicio de unos cuantos, restitutoria de la legitimidad presidencial. Algunos ven un hipotético resurgimiento del 1 de octubre, algunos solo saben apreciar una maniobra electoral. La última imagen del spot de Junts es la de un Puigdemont (ha contemplado el paisaje a lo lejos, como un poeta romántico) que sube a un turismo, se abrocha el cinturón y emprende (o eso parece) la ruta del sur. El domingo empezaremos a saber cuándo arrancará el coche y si hay otras rutas posibles, más allá de la que partirá al pie de las Alberes.

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