La 'beer nation' pide asilo en L'Hospitalet

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CARLES COLS / BARCELONA

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El Barcelona Beer Festival también se va a L’Hospitalet. Los indicios de que algo fuera de lo común sucede en la segunda ciudad de Catalunya, antaño oscurecida por la sombra de la capital, pasan ya de los dedos de ambas manos. A L’Hospitalet han emigrado desde Barcelona galerías de arte y la editorial Santillana, proyectos hoteleros, el Cirque de Soleil ha establecido una de sus bases logísticas, el pasado fin de semana se celebró allí la segunda edición del Salón del Cine y las Series, el gobierno chino pretende invertir 80 millones de euros en un centro de estudio y promoción de la medicina tradicional, y hasta la pista de hielo de la plaza de Catalunya encontró refugio navideño también en L’Hospitalet porque en Barcelona dejó de ser bienvenida. A la lista hay que sumar este año el Barcelona Beer Festival (BBF), poco menos que el ‘Mobile World Congress’ del lúpulo y la cebada, un salón dedicado a las cervezas artesanas, por la que en la edición del 2016 (fue la quinta) y que se celebró en las Drassanes pasaron unas 30.000 personas por barra y se acreditaron unos 1.500 profesionales de todo el mundo. Son cifras muy respetables. Ocio y negocio cogidos de la mano. Este año, del 24 al 26 de marzo, los organizadores aspiran a batir esa marca en La Farga de L’Hospitalet.

La industria y los artesanos andan a la greña desde hace 84 años como Capuletos y Montescos, desde el final de la ley seca

Esto, que nadie se llame a engaño, no es una Oktoberfest de Baviera, de trajes tradicionales y camareros con tres jarras en cada mano. En el BBF no se escancia lo que los artesanos cerveceros, gente muy puntillosa, llaman “refresco de cerveza”, es decir, la producción industrial de las grandes empresas del sector, sometida a procesos de pasteurización y otros pecados. Como Capuletos y Montescos, los artesanos cerveceros y los capitostes de las marcas mundiales llevan enfrentados nada menos que 84 años. Es una historia curiosa y poco conocida. Cuando EEUU puso fin a la ley seca, las grandes empresas inundaron el mercado con cerveza de baja calidad, ‘fast food’ de lúpulo y cebada, como para recuperar el tiempo perdido en aquellos largos 13 años de abstinencia. Condenaron así al cierre a los pequeños productores, incapaces de competir en precios en plena depresión. El problema es que aquella ola, como un tsunami, cruzó el Atlántico y arrasó con los pequeños negocios de Escocia y Gales. Irlanda resitió más mal que bien. A su manera, eso también ocurrió en Barcelona. Entre 1900 y 1910 había en la ciudad 20 pequeños talleres de cerveza. Uno en la calle de Tallers, por ejemplo. Lo que a la especie humana le pasó hace 70.000 años, que entró en lo que los biólogos llaman un cuello de botella, peligroso paso previo a la extinción, le ocurrió a la cervera auténtica hace poco más de medio siglo. Visto así, el Barcelona Beer Festival de L’Hospitalet adquiere, obviamente, una dimensión distinta, casi reivindicativa.

L'Hospitalet no crece soloL'Hospitalet no crece solo bajo el paraguas de la 'marca Barcelona'. Hay más. Su normativa de apertura de negocios no es la cabalística torá de la capital

'BUSINESS FRIENDLY'

“No estamos inventando nada nuevo, estamos recuperando lo que ya existía”, explica Gabriel Fort, socio de un pequeño taller cervecero de L’Hospitalet, cuyo caso es estupendo para centrar un poco más la cuestión de ese duende que de un tiempo a esta parte parece acompañar a la segunda ciudad de Catalunya. Fort es el dueño de una cervecería icónica de la Barceloneta, el Vaso de Oro. En el 2012 decidió que quería invertir en producir su propia rubia turbia. Buscó local en el barrio. Todo fueron problemas administrativos. Las ordenanzas municipales de Barcelona tienen fama entre los comerciantes de la ciudad de ser más crípticas y cabalísticas que la Torá. Lo de ‘business friendly’ que un día se prometió desde la alcaldía brilla por su ausencia, dicen. Total, que Fort terminó en L’Hospitalet. “Todo fueron facilidades para venir aquí”. Lo mismo afirma Mikel Rius, entusiasta director del BBF, entre las cubas de fermentación y los decantadores del taller de Fort, donde el viernes se realizó una presentación del festival, debidamente remojada en ‘grodziskie’, una de las últimas aventuras de esta pequeña productura hospitalense, cerveza polaca a base de trigo tostado en madera de caoba.

El premio Nobel de Física Peter Higgs hizo en 2012 una escapada privada a L'Hospitalet. Quería visitar el taller cervecero de Gabriel Fort

Habrá quien crea que esto de las cervezas artesanas es un negocio periférico, una afición de gente rara. Un argumento para rebartirlo serían las crecientes cifras del sector (en EEUU el 10% de las cervezas ya son artesanas y sigue subiendo) o el hecho de que ya son una quincena los pubs de Barcelona que practican el mercado del ‘centímetro cero’, es decir, que se sirve la cerveza allí donde se produce. Más proximidad imposible. Pero mejor que eso es contar una anécdota poco conocida.

Peter Higgs, premio Nobel de Física, padre de la ‘partícula de Dios’, un término del que él particularmente abomina, visitó Barcelona en diciembre del 2012. De lo que se dio fe periodística aquel día fue de la conferencia que pronunció en CosmoCaixa, pero él, no queda muy claro cómo y por qué, se hizo un hueco en la agenda porque quería visitar el taller de Fort. Pasó un par de horas interesadísimo en la química de la producción de la cerveza, que lo es todo menos una ciencia exacta. “Nuestro mejor cliente es el sumidero, hay que tener presente que hemos tirado más cerveza de la que hemos servido”, reconoce Fort. La ‘saccharomyces cerevisiae’, la levadura de la cerveza, es muy exigente con los azúcares que se le sirven tras la cocción del lúpulo y la malta. Higgs, parece, estaba maravillado. La cuestión, en cualquier caso, es otra. Es que habrá que sumar a este premio Nobel a la lista de indicios de cosas que pasan en L’Hospitalet, a más a más de que del 24 al 26 de marzo la ‘beer nation’ tiene una cita en La Farga.