Steve Huxley, contigo empezó todo

El Barcelona Beer Festival rinde homenaje con una moneda con su efigie al inglés que resucitó la cerveza artesana en Catalunya

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Carles Cols

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En el Barcelona Beer Festival, las consumiciones se pagan en ‘huxleys’. Es la ‘beer nation’, un país como los de antes del euro, así que acuñan su propia moneda. En el anverso figuran las tres inicial del país, BBF, y en el reverso, la imagen grabada del rey, Steve Huxley, fallecido en octubre del 2015, un personaje irrepetible al que tanto deben los maestros cerveceros catalanes. Aunque nacido en Liverpool, era barcelonés de adopción. Lo primero que hizo tras afincarse en el Mediterráneo fue arruinarse. Abrió en Gràcia la Barcelona Brewing Company, un establecimiento inolvidable para quienes lo conocieron cuando abrió sus puertas allá por 1993. En el cartel promocional, los tiradores de cerveza eran las torres de la Sagrada Família. La variedad de rubias y alguna morena que se servían era extensa. Deliciosas. Pero lo de Huxley no eran los negocios. Era un profeta. Tenía la barba adecuada para ello. A eso se dedidó desde entonces.

Escribió lo que se considera la biblia de los artesanos cerveceros. ‘Cerveza: Poesía líquida’. Así se llama el libro. Es un manual indispensable para alcanzar el éxito en este negocio, siempre que se considere que el éxito no es la fortuna económica, sino la obtención de un producto de calidad.

Fundó también una de las escuelas más insólitas de la ciudad. El nombre lo dice todo. Steve Beer Academy. Tampoco con ella pretendía hacerse rico. Su propósito era el apostolado de la cerveza. ¿Lo logró? Probablemente, sí. La propia existencia del Barcelona Beer Festival ya es una prueba de ello. Pero hay más.

POCO VIAJERA

En Cornellà, por ejemplo, un grupo de entusiastas producen la Cornèlia. En Catalunya habrá unos 150 casos similares, pero este es perfecto para resumir la herencia de Huxley. El taller echó a andar en el 2014. Producen cerveza para consumo casi exclusivo de los vecinos de Cornellà. Un 85% de la producción se queda en la ciudad. A la cerveza artesana le gusta poco viajar. Necesita hacerlo en primera clase para conservar intactas sus propiedades. Si es indispensable, lo hace, pero eso se paga. Las cervezas de Gabriel Fort, por ejemplo, se pueden comprar en Manhattan, pero el grueso principal de la producción se consume en Barcelona.

Ese, el del consumo de kilómetro cero, es uno de los madamientos de Huxley. Otro es que todo buen maestro cervecero debe tener bien abiertas las puertas de la creatividad, comprender las enormes posibilidades que ofrece la maceración y el fermentado, pues la paleta de sabores de la cerveza es infinitamente más amplia que la del vino, y, sobre todo, conocer el producto base, la cebada y el lúpulo, meter las manos en el saco y disfrutar su textura y aroma, lo cual no es fácil, porque la industria del ‘refresco de cerveza’ compra prácticamente toda la producción agrícola y apenas deja respirar a los artesanos. En España, por ejemplo, los cerveceros artesanos tienen que comprar los granos en el extranjero, y no es por falta de producción propia. Solo muy recientemente y de forma casi testimonial, en Navarra hay algunos agricultores concienciados que siembran lúpulo para los artesanos cerveceros.

Huxkey, como un Cid copa en mano, parece, pese a todo, que va camino de ganar batallas tras su muerte. Una muestra es que la cerveza artesana ha comenzado a llegar a los restaurantes más reputados, como el Celler de Can Roca, que no solo las tiene en la carta, sino que incluso produce una propia. No en vano, en la antigüedad, la cerveza no estaba considerada una bebida, sino que era un alimento.