PROGRAMA DE ALFABETIZACIÓN EN UN 'CASAL DE GENT GRAN'
De menor a mayor
«No he ido nunca al colegio y cuando escribo hago muchas faltas porque escribo tal cual suena, con mi acento andaluz», explica Encarna Delgado, de 72 años. Ella es una de las participantes en el proyecto de alfabetización del Casal de Gent Gran d'Horta (Feliu i Codina, 43).
Desde finales de enero, Delgado y otros socios del centro asisten cada miércoles de 10 a 12 de la mañana a las clases de lectura, escritura y cálculo impartidas por seis alumnos del colegio La Salle Horta. «Antes teníamos un profesor muy mayor, que sabía mucho y nos explicaba muchas historias, pero he aprendido mucho más con estos chavales», asegura con su gracia cordobesa Delgado, vecina de la calle de Canigó. «Tengo lumbago y dolor de rodillas, pero no me pierdo ni una clase. ¡Me encanta aprender!», añade.
Necesidades del barrio
Los profesores son estudiantes de cuarto de ESO de La Salle Horta y esta experiencia culmina el proyecto escolar Faig. «En primero, segundo y tercero de ESO realizan un proyecto de investigación en grupo, y en cuarto dan servicio al propio centro o entidades del entorno», explica uno de los encargados del proyecto, Òscar Salés, también profesor de lengua catalana y latín.
La Salle Horta también colabora con otros proyectos sociales como el espacio de acogida Caliu. «La idea es que estas actividades tengan alguna relación con el mundo laboral, pero sobre todo nos ajustamos a las necesidades del barrio. Con estas experiencias fomentamos el voluntariado pero también pueden despertar vocaciones», aclara el tutor, quien subraya el trabajo previo de los alumnos. «Este grupo ha preparado un curso de lectoescritura, que no es fácil», explica Salés.
Para Verónica Velázquez, de 16 años, por ejemplo, la experiencia ha supuesto el empujoncito que necesitaba. «Hace tiempo que quería ser voluntaria, ayudar a la gente, pero no sabía cómo. Aquí compartimos momentos divertidos y aprendemos los unos de los otros», cuenta la joven.
El día a día en esta pequeña aula intergeneracional comienza con la revisión de los deberes. «También pasamos lista, pero no suelen hacer campana. Si faltan algún día, se preocupan de traer el justificante médico», explica Sergi Miñano, encargado de los dictados. «He ido muy poco a la escuela y creo que he mejorado mucho, pero todavía me cuesta mucho la b y la v, la g y la j...», explica con humildad Ubaldo Diéguez, un taxista retirado con inquietudes musicales. «También voy a clase de acordeón, lenguaje musical y, además, canto en una coral. Siempre quise hacer música, pero en la España de la posguerra eso era impensable si eras de una familia humilde con nueve hermanos como era mi caso», señala Diéguez.
La alumna más mayor tiene 73 años y se llama María Gloria Latorre. Reconoce que envidia las facilidades que tienen las nuevas generaciones para formarse. «Tengo seis nietos y siempre les digo que estudiar es duro, pero más duro es no saber», afirma.
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