MEMORIAS DE UNA AUTORA POLÉMICA

Tracey Emin: sexo, vodka y soledad

Los británicos repararon en ella cuando, en 1997, en una gala de los Premios Turner, apareció completamente borracha. Dos décadas después la transgresora artista es una creadora consagrada y multimillonaria. Ella misma recorre su vida en una autobiografía

Tracey Emin: sexo, vodka y soledad

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BEGOÑA ARCE

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El día siguiente de aquella aparición completamente bebida, Tracey Emin, que para entonces comenzaba a despuntar como uno de los miembros del grupo de Jóvenes Artistas Británicos, patrocinados por el coleccionista Charles Saatchi, no recordaba lo ocurrido. Pero el teléfono de su galerista comenzó a sonar incesantemente. Había dado el primer paso hacia la notoriedad, como cuenta ella misma en 'Strangeland', la autobiografía que Alpha Decay publica ahora en España.

En el Reino Unido el libro salió en el 2005 y el país estaba a esas alturas al tanto de las aventuras sexuales, los abusos sufridos en la infancia, la dependencia del alcohol y las crisis depresivas de la artista. En ese sentido las memorias no aportaban nada nuevo. Eran detalles que ella ya había contado, de viva voz y a través de sus obras. En piezas como, 'Everyone I have ever slept with (1963-1995), una tienda de campaña, con los nombres bordados de todas las personas con las que había dormido en esos años, con o sin sexo de por medio. O en la archifamosa 'My bed' (1998), donde expuso su propia cama, con las sábanas revueltas y manchadas, entre colillas, botellas vacías, tampones y condones usados.

PROVOCADORA

En el caso de Tracey Emin su historia personal y su identidad artística se confunden. Una provocadora, acusada frecuentemente de egocentrismo y autopromoción, vilipendiada por quienes la acusan de ser un fraude y admirada por los que aprecian su talento y la descarada sinceridad con la que habla. En el libro hay detalles escabrosos, pero también sufrimiento, soledad y ríos de lágrimas. «Solo he sobrevivido gracias al arte, que me ha dado fe en mi propia existencia», afirma.

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Tracy Emin se crió con su hermano mellizo, Paul, en la localidad costera y dilapidada de Margate, en un hotel propiedad de su padre, un turco chipriota de piel oscura, que tenía esposa e hijos en su país de origen. A Pam, su madre, la insultaban por la calle llamándola «follanegros». Ella sacó adelante a los hijos, cuando el negocio paterno se hundió. A los 13 años un tipo violó a Tracey en un callejón, a la salida de una discoteca. «Para mí la infancia había terminado», cuenta recordando la agresión. La adolescencia fueron las drogas para Paul, el sexo y el alcohol para ella. «Éramos libres y salvajes». Luego llegaron los abortos, traumáticos y nunca olvidados, la depresión y la anorexia. «Detesto comer. La comida no es mi punto fuerte, pero no se puede vivir solo de vodka».

RELATO INACABADO

En el libro apenas habla de sus estudios de arte o de cómo recondujo su carrera, después de decidir abandonarlo todo. Es en cierto modo un relato inacabado, por las cosas que la autora calla y por lo ocurrido desde entonces. Tracey Emin es hoy una artista consagrada y mulmillonaria. Su famosa 'cama' se subastó en el 2014 por 2,2 millones de libras (2,8 millones de euros). La compró un coleccionista alemán, que la ha cedido en préstamo a la Tate, donde ahora se exhibe. Atrás han quedado las habitaciones sórdidas y minúsculas que la asfixiaban.

En Londres, su vivienda y cuartel general es una antigua factoría inmensa, en un barrio 'cool', que le costó cuatro millones de libras (cinco de euros) y ha reconstruido lujosamente, piscina subterránea incluida. Posee además propiedades en St. Tropez, Nueva York y Miami. Su necesidad de éxito y reconocimiento se han visto cumplidas. Hoy es profesora de dibujo en la venerable Royal Academy y es recibida con honores en Margate, donde como ella dice, «solía ser el enemigo número uno, pero ahora soy la chica favorita». Sola y sin hijos, provocó una nueva controversia cuando sugirió que la maternidad es incompatible con ser un gran artista. Incluso físicamente ha cambiado. A los 52 años sus formas angulosas y esqueléticas se han redondeado. Más serena, más tranquila, está a un paso de convertirse en lo que los británicos llaman «un tesoro nacional».

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