Novela epistolar

Laurent Binet urde una intriga policiaca con los grandes artistas del Renacimiento como sospechosos

El exitoso autor de 'HHhH' se traslada al 'cinquecento' italiano donde convoca a Miguel Ángel, Benvenuto Cellini y Giorgio Vasari en una trama 'noir' alimentada por la correspondencia entre los personajes

El escritor francés Laurent Binet.

El escritor francés Laurent Binet. / EPC

Elena Hevia

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Al francés Laurent Binet (París, 1972) le gusta darle la vuelta a lo sabido. Lo ha hecho en todas sus novelas, desde aquella exitosa ‘HHhH’ en la que jugó y reflexionó sobre las trampas de escribir una novela histórica. Ahora vuelve a una estrategia que ya utilizó en ‘La séptima función del lenguaje’, donde colocó a Roland Barthes en el centro de una intriga policiaca. Con ‘Perspectivas’ (Seix Barral / 1984) se traslada al Renacimiento tardío, aquel que oscureció con las sombras de la Contrarreforma la luz que a principios del siglo XVI permitió que en la Capilla Sixtina Miguel Ángel plasmara al ser humano (Adán) en todo su esplendor físico sin veladuras que impidieran la visión de su sexo en pie de igualdad con un Dios tan desnudo como su criatura. 

Hacia 1557, 46 años después de aquel prodigio pictórico la situación es otra. El papa Pablo IV impulsa en Italia la Santa Inquisición, crea el Índice de los libros clasificados como heréticos o inmorales, culmina el Concilio de Trento y aunque no consigue que se destruya la 'Creación' de la Sixtina, abre la puerta a que se impusieran unos púdicos velos sobre las imponentes carnes de Dios, genitales incluidos.

Ese es el contexto en el que Binet imagina un asesinato, el del pintor Pontormo, que ha pintado unos frescos en Florencia -hoy perdidos- que intentaban rivalizar con los de la Capilla Sixtina. El autor hace una apuesta atrevida, la de la novela epistolar policiaca, que convoca una nómina de reyes, aristócratas, artistas, religiosos y gentes notables y populares intentando desvelar un misterio. Así Giorgio Vasari, el primer crítico de arte de la Historia, y mano derecha del duque Cosme de Medicis es el investigador y un anciano Miguel Ángel, su confidente más cercano, mientras que el escultor Benvenuto Cellini urde una trama de conspiraciones internacionales y mentiras locales. Y como si fuera una novela de Agatha Christie, Binet coloca al principio de su novela una lista y descripción de 20 corresponsales, todos ellos reales. 

Un pintor que necesita presentación

Lo que ya no es tan real es que Pontormo, un artista desconocido que está siendo reivindicado en los últimos 15 años, fuera asesinado. “Tenía muchas ganas de escribir una novela ambientada en el Renacimiento -explica el escritor a través de la pantalla del ordenador vestido con una camiseta 'ad hoc' que da cuenta de su pasión por la época- y sabía que mi investigador tenía que ser Vasari, un hombre acostumbrado a observar las vidas de los demás. Pontormo me interesaba porque es una especie de doble maldito de Miguel Ángel. Llega demasiado tarde a la revolución artística que promueve el Renacimiento, en un periodo crepuscular, el manierismo, y, como es sabido, todo lo que es crepuscular es siempre muy atractivo para los novelistas”.

Armar una novela con tantas piezas ha sido una laboriosa tarea y el autor enseña con orgullo las grandes fichas que ha creado para todos y cada uno de sus personajes donde especifica sus rasgos de carácter, su estatus, sus relaciones familiares y sus actuaciones el día de la muerte. Lo único que le ha faltado, dice, es poner todo eso en relación sobre una pared de corcho como los investigadores de las películas.

El título de la novela tiene un doble significado, el de la perspectiva, descubrimiento técnico materializado en esa época, formulado por Brunelleschi, que hizo dar un paso de gigante a la pintura y las distintas perspectivas sobre la realidad que imponen los diversos narradores no siempre fiables. “Me pareció interesante colocar al lector en una posición de investigador un poco cercana a la paranoia, porque todos son sospechosos”. 

Entonces como ahora

Según el escritor, que se define como viejo marxista, todos nosotros suscribiríamos hoy el pensamiento que Miguel Ángel escribió a su padre: “Son malos tiempos para el arte”. Si la contrarreforma cortó las alas a una creatividad libérrima con imposiciones moralistas hoy, dice, el tema de la corrección política está mediatizando la libertad de expresión: “Y esto ocurre tanto en una ultraderecha que, como el caso de un gobernador en Texas, promueve la prohibición de las escenas de sexo en Shakespeare, como en una izquierda censora que, aunque sea por buenos motivos, debe plantearse quién decide lo que está bien y lo que está mal”. 

Este contexto histórico abraza el misterio de la (inventada) muerte de Pontormo, un tipo asocial y cascarrabias que torció y manipuló las leyes de la perspectiva, y aporta un hermoso marco social y artístico. Pero en definitiva lo que importa es la vieja ley del ‘Cluedo’: quién mató a quién, en qué lugar y con qué instrumento mortífero. La segunda y la tercera pregunta se responden fáciles: en la capilla de San Lorenzo, en Florencia, donde Pontormo realizó su fresco, y con un cincel que acabó clavado en el pecho del excéntrico artista. Quién lo hizo y por qué dejará al lector con la boca abierta.