LA BIODIVERSIDAD EN EL ÁREA METROPOLITANA

Nido de amor en Bellvitge

Rodolfo, dueño del espacio aéreo de la Sagrada Família, en una imagen de archivo.

Rodolfo, dueño del espacio aéreo de la Sagrada Família, en una imagen de archivo.

CARLES COLS
L'HOSPITALET

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La primera y hasta el miércoles única vez que un equipo de biólogos instaló en L'Hospitalet un nido para halcones bastó solo un día para que una pareja de rapaces se instalara en el cubículo. Aquel fue un buen síntoma de que el programa de reintroducción de la especie impulsado desde Barcelona en 1999 había cuajado. Era el año 2009. El nido se instaló en la Torre Realia, con excelentes vistas sobre las jugosas viandas que sobrevuelan la zona (palomas, cotorras, estorninos...). El pasado miércoles, Bellvitge se sumó al programa de reintroducción del halcón peregrino, desaparecido de los cielos metropolitanos a mediados de los 70. Endesa ha tenido la amabilidad de prestar un rincón en una de sus torres de alta tensión de ese barrio de L'Hospitalet para que, con un poco de suerte, sea pronto ocupado.

Las condiciones son propicias para ello. Enero y febrero son, para el halcón, meses de galanteo, de mira que plumas más hermosas tengo. A caballo de febrero y marzo es la hora del ayuntamiento, pero no en la acepción municipalista del término, sino en la más lúbrica de las posibles. Vamos, que si todo va bien, allí, a 40 metros de altura, con la emoción de hacerlo con un cable de 110 kilovatios a un palmo del pico, habrá fornicio y, quién sabe, tal vez en abril polluelos.

La instalación de un nuevo nido artificial en el área metropolitana (los halcones no construyen su propio hogar, son meros okupas) es una noticia feliz para la especie, pues si bien es cierto que el proyecto nació con gran empuje, algunos tropiezos posteriores han emborronado la iniciativa. En 1999 se soltaron 15 ejemplares. Durante los cuatro años posteriores, 32 más. Varios murieron, pero los suficientes se hicieron dueños de su kilómetro cuadrado, pues son aves muy territoriales, se emparejaron y, en el 2003, nació el primer polluelo, en las torres de la central térmica de Sant Adrià. Barcelona se puso así muy pronto a la altura de otras grandes capitales, como Nueva York, Montreal o Londres.

Pero como si la crisis inmobiliaria no tuviera suficiente con la especie humana, recientemente los halcones de Barcelona perdieron uno de sus nidos más prolíficos, el de la Torre Macosa, en Poblenou. Es por eso que el gesto de Endesa lo agradecen los responsables del proyecto, como el biólogo Eduard Durany.

Durany no vuela. Menos eso, lo ha aprendido todo sobre los halcones de Barcelona. Sabe qué ejemplar buscó cobijo en Benidorm, qué cría voló hasta Cannes en busca de una nueva vida y cómo las migraciones han repoblado Tarragona. Gracias a él y a otros especialistas es posible, en definitiva, conocer con detalle la vida golfa de Rodolfo, el halcón que habita en lo alto de la Sagrada Família y al que se le han conocido ya 15 parejas distintas. La suya es una vida muy poco santa.

Lo fácil sería decir de él que es un crápula, un calavera que va de pluma en pluma y, además, en un recinto consagrado, lo cual incluso en el reino animal debe ser pecado. La realidad es que Rodolfo, como todos los machos de su especie, es más menudo que las hembras. Él pone el piso y el pene. Son ellas las que pugnan por él. Su primera pareja, una hembra procedente de Montjuïc, con la que llegó a procrear, fue expulsada del nido por otra más joven y fuerte, y esta, a su vez, corrió la misma suerte poco más tarde, y así hasta llegar a 15. Al ego de Rodolfo parece que eso le ha ido fenomenal, pues es un halcón barcelonés que, con solo un poco de paciencia, es muy fácil de observar. Domina con tanto poder el kilómetro cuadrado del que la Sagrada Família es el punto central que, según Durany, hasta ha modificado los hábitos de algunas de sus presas.

«Hay que fijarse en las cotorras», sugiere el biólogo. De entrada son víctimas perfectas. Vuelan en línea recta, tienen un color llamativo y, como si no fuera suficiente, son escandalosas.«Pues las de la Sagrada Família vuelan en silencio y evitan cuando pueden los espacios abiertos». La culpa, se deduce, es del disoluto Rodolfo, tal vez la más notable contribución de Barcelona a la recuperación de una especie que estuvo seriamente amenazada de extinción, primero por culpa del Ministerio del Aire del Reino Unido (se le comía las palomas mensajeras durante la segunda guerra mundial) y por el uso de pesticidas después.

Larga vida tenga Rodolfo.