El partido de Yokohama

La exaltación de la belleza

El Barça sublima su modelo con un recital de fútbol y aniquila al Santos en una lección antológica rubricada con goles de Messi (2), Xavi y Cesc

Xavi celebra el segundo gol ante la desesperación del portero del Santos.

Xavi celebra el segundo gol ante la desesperación del portero del Santos.

JOAN DOMÈNECH
YOKOHAMA ENVIADO ESPECIAL

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«Impresionante. Impresionante.Uma aula de futebol», bramaba un periodista brasileño. Eran bramidos más que comentarios, mientras agitaba el brazo izquierdo para reforzar su admiración. Lo decía, asombrado, en el descanso, con el partido ya liquidado. No necesitó esperar 45 minutos más. No podía contemplar nada más bello, acaso una segunda parte, un regalo de otros 45 minutos.

«Lo nunca visto. Como el Santos de Pelé», decía mientras subía las escaleras hacia la tribuna de prensa. Esa era la referencia más cercana a la perfección que tenía. No la más próxima, porque ya han transcurrido 50 años. Desde ayer ha adquirido otro ejemplo de lo mejor que ha visto en su vida. No hará falta que lo cuente cuando regrese a Brasil, como era necesario en los años 60: lo ha visto todo el mundo.

UN ESPEJO EN EL QUE MIRARSE / Una lección magistral, como decía el periodista, que no necesitó el refrendo de los goles. Fueron cuatro, con un par de Messi y uno de Xavi y Cesc. Debieron ser seis, siete, por los dos postes y las ocasiones clarísimas desperdiciadas. Solo eso, la efectividad, evitó la perfección. El marcador fue lo de menos. La superioridad que exhibió sobre el Santos, convirtiéndolo en un equipo de niños, ya es antológica. Difícil lo tendrá cualquier sucesor ante la exaltación de la belleza que consigue cotidianamente este vestuario.

Jugó el Barça a su antojo, a placer, de forma inaudita para aquellos aficionados que no siguen al equipo de Guardiola. Los culés ya han visto partidos así muchas veces, en los que los azulgranas se pasan la bola como quieren, de un lado a otro, como si enfrente solo tuvieran sillas. O muñecos estáticos. El público japonés, que solo aplaude y reacciona en acciones técnicas puntuales, dejó de estar en silencio.

DESMENTIDO CONSTANTE / Los jugadores se encargan de desmentir constantemente a Guardiola, que en las vísperas siempre presenta a los rivales como gigantes imbatibles. Lo era el Santos y nunca lo pareció, asombrado por enfrentarse a un equipo nunca visto, lejos de lo convencional. Ninguno juega como el Barça, que sale con 11 y se despliega como si tuviera 16 en el campo, siempre uno presto a asociarse con el otro, siempre con el balón entre los pies. Un 74% de posesión marcó en el primer tiempo, con un 71% acabó. Dato elocuente tratándose de una final. Si la de Wembley ante el Manchester quedó glorificada para siempre, la del Mundial la superó.

En el minuto 35 los jugadores brasileños se reunieron aprovechando un parón mientras atendían a Borges. Se preguntaron entre ellos qué carajo podían hacer para parar aquella avalancha que les estaba sepultando. Xavi, Iniesta, Cesc y Busquets también hablaron. Tenemos que continuar igual, se dijeron, deseosos de culminar la gran obra que estaban pariendo.

TRES DEFENSAS Y UN DELANTERO / Una lección magistral de fútbol, también reconocieron los futbolistas del Santos, que apenas pudieron fijar en el campo a Valdés y a los tres defensas del Barça, en una alineación con nueve canteranos y sin un solo delantero puro. O quizá uno, Messi, que ayer solo apareció en el área para revolcar a Rafael Cabral, primero con una vaselina y después con un regate para marcar a puerta vacía. Los otros siete aparecían y desaparecían por todas partes. Alves y Thiago ejercieron de extremos para abrir la zaga blanca, y Cesc y Messi se juntaron por dentro para combinar con Busquets, Xavi e Iniesta.

Así, con una facilidad pasmosa, insultante para todos aquellos futbolistas que se entrenan y practican para plantar cara a equipos como el Barça, los jugadores que vestían de azulgrana fueron pasándose la pelota, y pasándosela, y pasándosela, en una sinfonía primorosa que parecía que no acababa nunca. Y acaso no ha acabado.