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El viaje de la dictadura a una democracia de élites

Fotografía de Francisco Franco en 1960.

Fotografía de Francisco Franco en 1960. / AFP

Apenas me había salido la barba cuando murió Franco, el caudillo de España, decían. Fluían las opiniones y los comentarios en la calle acerca de lo que nos esperaría a partir de la muerte del jefe del Estado de la dictadura. 

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¿Qué va a pasar ahora?, nos preguntábamos la mayoría de los que por aquella época éramos todavía adolescentes. Ahora vamos a tener democracia, decían los más avezados. Poco a poco la palabra demócrata se fue afianzando entre la gente. Los que en aquel momento permanecíamos ocupados con aquellas inquietudes propias de la pubertad, empezaba a despertarnos la curiosidad por todo aquello. 

Incluso algunos, consultábamos el libro de aquella asignatura obligatoria durante el franquismo llamada Formación del Espíritu Nacional. No aparecía el término democracia ni nada por el estilo. Crédulo yo, lo admito. 

Luego, surgiría el otro vocablo que tanto utilizaron en sus consignas los que lideraron la metamorfosis, esto es, “el cambio”. El emblema de ese cambio fue la libertad de expresión y que la titularidad del poder, una vez se consolidó la transición, pasó a manos de la ciudadanía. Desde ese momento histórico, ya teníamos lo que tanto deseábamos. La cuestión era la forma con que íbamos a utilizar ese poder que ahora nos confería un ilusionante sistema democrático. 

Pero no tardó mucho tiempo en oler todo a chamusquina. Porque como dijo el escritor José Luis Sampedro, para haber una democracia tiene que haber demócratas y esos demócratas tienen que tener libertad de pensamiento. ¿De qué nos sirve la libertad de expresión si estamos diciendo lo que nos dicen que digamos? 

Es evidente que el pueblo no manda, porque si lo hiciese, no pasarían muchas cosas de las que están pasando. Son los amigos de los que están ahí, los que dicen lo que hay decir y hacer. Por eso, muchos de esos votos que echamos en las urnas, no contienen libertad de pensamiento, están contaminados por algunos de esos medios de persuasión. Sí, no quiero tener pelos en la lengua, esas televisiones y periódicos que están en manos de los que controlan el cotarro.

Vivimos en un mundo globalizado en el que todo se compra y se vende. No nos educan para pensar por nosotros mismos, ni para razonar por nuestra cuenta y aprender de nuestros propios errores. ¿Habrá sido aquel tiempo de dictadura el causante de que ahora seamos tan sumisos y borregos?

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