Tomar el mando contra las violaciones

Cuando mis hijas empezaron a caminar solas por las calles, las instruí convenientemente en cuanto a la mejor manera de reaccionar ante un posible atraco o sustracción violenta. El consejo no era otro que el de entregar cuanto llevaran encima, sin ofrecer ningún tipo de resistencia, como así ocurrió en más de una ocasión, sin más trascendencia que el disgusto de haber sido desposeídas de algo propio y estimado. Aún hoy mi consejo sigue vigente para mis nietos en evitación de males mayores.

Otra cosa y muy distinta, es la estrategia a seguir ante un intento de violación donde cualquier desesperada forma de defenderse, puede acarrear gravísimas consecuencias a menos que, como ya dije en otra ocasión, las mujeres llevaran en su bolso o en cualquier bolsillo, unas tijeras de podar de coste económico y fáciles de usar a la hora de desposeer al vándalo en cuestión de su escroto y lo que en él alberga, sin más esfuerzo del que se requiere para cortar una mala hierba.

Así pues, la mujer puede sentirse doblemente gratificada por cuanto no solo ha evitado un mal irreparable, sino que también ha contribuido a reintegrar a la sociedad a un monstruo convertido ahora en un eunuco pacífico y útil, de estricta austeridad monacal. Por otra parte, cuenta con el expreso reconocimiento de aquellos jueces a los que se les eternizan las causas de este tipo de delitos y como no, el eterno agradecimiento del contribuyente al quedar exonerado de la carga que conlleva el inútil mantenimiento de un energúmeno en un establecimiento penitenciario de lujo.

Parece poco ortodoxo pero no es una mala solución.