Recuerdos del franquismo

Conecto el televisor para ver las noticias y me entero de que ha muerto un sanguinario correligionario del dictador Francisco Franco, José Utrera Molina. Me pongo a llorar. Pero no porque se haya ido al 'otro barrio', sino porque ha muerto en la cama con más de 90 años y sin que rindiera cuentas por las tropelías que hizo (entre otras, firmar la muerte a garrote vil a un luchador por la democracia, el joven Salvador Puig Antich).

Me apena que en 40 años, los de mi generación, a los que nos engañaron con la 'transicarrillo', no hayamos sido capaces de sentarlo; ni a él, alumno aventajado del franquismo, ni a ningún otro sicario golpista, en un Tribunal Penal Internacional. Y, encima se va en 'olor de multitudes'. Me avergüenza, también, que a los militantes se les permitiera impunemente cantar el 'Cara al sol' en el funeral y gritar vivas a Franco. Ninguna fuerza de orden público, ni siquiera el exministro del PP asistente, Alberto Ruiz Gallardón, intervino haciéndoles callar. En Alemania, por ejemplo, no se hubiera permitido el espectáculo. Pero si lo pienso bien, es normal que pase en España, donde nietos e hijos del fascismo ocupan cargos en el Gobierno.

Hay políticos, pretendidamente de 'izquierdas', que se rasgan las vestiduras porque en Francia ha ganado la ultraderecha. Pueden estar tranquilos: eso nunca pasará en nuestro país. Ya integran las huestes del PP, desde donde sus dirigentes y portavoces, muy ufanos, se permiten tachar de totalitarios, venezolanos o stalinistas a todos los que discrepamos de sus postulados.