primera etapa: de esmirna a lesbos
Último rezo en la mezquita de Basmane
1.500 kilómetros de éxodo ‘MÁS PERIÓDICO’ ha seguido durante ocho días el éxodo de refugiados desde Esmirna (Turquía) hasta Presevo (Serbia). Un viaje en el que la desinformación es casi total, las organizaciones humanitarias no tienen la coordinación ni los medios deseables y las mafias sacan una tajada inimaginable.
El barrio de Basmane, en la ciudad turca de Esmirna, tiene un affaire histórico con los refugiados. En el siglo XVI fueron los judíos sefardíes quienes allí encontraron acogida tras la expulsión de España decretada por los Reyes Católicos. «Aquellos que los envían pierden; yo gano», celebró entonces el sultán Solimán. Mucho menos entusiasmo hallan hoy, a su llegada, los miles de refugiados de procedencias desafortunadas que deambulan por sus calles. En su mayoría sirios, pero también multitud de iraquíes, somalíes, afganos y de cualquier nacionalidad asociada a un país arrasado por la guerra y la consecuente miseria. Todos ellos confluyen en la costa turca, la mayor parte en Esmirna, desde donde se unifica un camino, de 1.500 kilómetros hasta Serbia, que ha de llevarles a una vida en paz.
Chalecos salvavidas
Mohamed tiene los 37 años de alguien que ha visto cómo una bomba tiraba su casa. Salió hace tres días de Idlib, la región siria donde se concentran los bombardeos rusos contra rebeldes opositores de Bashar el Asad. «Asad solo divide a Siria. Los sirios nos llevamos bien entre todos, pero Asad nos desune. Él creó el Estado Islámico, lo sabemos todos», explica en el patio de la mezquita de Basmane, donde su familia aguarda a que una mafia los embarque hacia Europa. «Quiero ir a Austria o Alemania», cuenta. En su móvil, muestra un croquis de cómo llegar de Siria a Alemania por 2.400 dólares, casi la cifra que ya ha pagado por el trayecto que él, su mujer y sus dos hijos harán esa noche en barca. «Sé que es peligroso y no sé nadar, pero tenemos chalecos salvavidas», comenta. «Hoy hace buen día y el mar está en calma».
Es viernes y mucha gente acude al templo a rezar. Mohamed se suma al ritual. Rami y sus amigos, universitarios de Alepo, lo observan mientras toman té. Estuvieron un tiempo trabajando en Estambul y ahora se han decidido a ir a Alemania. Una siria les pide ayuda para plastificar su teléfono a prueba del mar. Lo meten en una pequeña bolsa de plástico y queman una doblez para sellarla.
Hacia el final del rezo, unos cuantos se levantan y se van con sus bártulos: mantas, algo de ropa, comida, agua y los chalecos. El traficante ha ido a buscarles. Un bus les recogerá y les llevará a una cala más al norte, desde donde saldrán hacia Lesbos. Si, como dice Mohamed, el mar sigue en calma y todo va bien, llegarán en cuestión de unas horas. Cinco días después, 14 personas se ahogarán en el intento
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