tú y yo somos tres

«Y no se arrepiente»

FERRAN MONEGAL

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Han entrevistado enEl gran debate(T-5) aJair Domínguez. ¡Ah! Nunca una cadena del gran telehipódromo estatal había dedicado atención tan superlativa a canal tan pequeñito (El 33) ni a programa tan humilde (Bestiari il·lustrat). O sea, que la tele sigue magnificando lo que ella misma produce, canibalizando todo lo que sea detonante y provocador.Jordi Gonzálezdio paso a la entrevista que grabaron aJair Domínguezadvirtiendo:«Y les adelanto que no se arrepiente». ¡Ah! Encierra esta escueta advertencia una consideración moral interesantísima: dicha así puede entenderse queJair Domínguezlo que debería haber hecho es arrepentirse. O sea que ha pecado y debería pedir perdón. Durante la entrevista, no obstante, el relato, consideración y discurso deJair Domínguezsobre su actuación en elBestiarinos dibuja paisajes de reflexión más interesantes todavía. Permítanme que glose sus tres argumentos clave. Uno: «Son imágenes sacadas de contexto». Dos:«Es peor sacarle un ojo a un manifestante con un pelotazo de goma que disparar una pistola de juguete contra una cartulina». Tres:«Si matar de forma figurada resulta que incita a matar, tendríamos que prohibir películas y videojuegos». De los tres argumentos, uno es inútil: el segundo. Es la técnica dely tú más. Los otros dos, en cambio, son impecables. El primero: imágenes fuera de contexto. En efecto. Se trata de un artista que monta un número, unshow, unaperformance, una provocación escénica. Podemos discutir si la calidad del producto es cutre; podemos incluso coincidir en que como montaje escénico ha sido torpe, y podemos también ponernos de acuerdo en una palabra que en arte no tiene ningún sentido pero que en el convencionalismo social sí: el mal gusto. Aquí lo ilógico ha sido descontextualizar el producto de su verdadero origen: elshow. Y el tercer argumento: si esto induce a matar, se deberán prohibir muchísimos videojuegos y películas. Efectivamente: desdeJohn WaynehastaQuentin Tarantino.

Estamos pues ante una desviación del objetivo de la crítica. Es la plataforma que lo impulsa -una cadena pública- la única responsable de los contenidos que emite. Este es el punto. Un director, o un jefe de programas, está obligado a vigilar el concepto de servicio público. El artista es libre. La cadena pública, en cambio, tiene un compromiso con instituciones, personas y audiencia, a las que debe respetar y servir.