Violencia machista y discapacidad

Hablan tres víctimas: “Tengo discapacidad debido a las palizas y al maltrato psicológico, que deja más huella”

La violencia machista se ensaña con las mujeres con discapacidad y genera nuevas incapacidades

Interior supera por primera vez los 80.000 casos de violencia de género con seguimiento policial

Una de cada cuatro mujeres ha sufrido violencia por parte de sus parejas

Una mujer con discapacidad y víctima de la violencia de género

Una mujer con discapacidad y víctima de la violencia de género / Elisenda Pons

Patricia Martín

Patricia Martín

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Dar la cara y explicar públicamente que se ha sufrido violencia de género es algo tremendamente complejo. Y más si tienes algún tipo de discapacidad. Pero tres víctimas se han atrevido a contar el infierno que sufrieron y cómo agravó o provocó su discapacidad en EL PERIÓDICO, con el fin de demostrar que de la espiral violenta “se puede salir”. Dos de sus testimonios han sido recogidos en el libro ‘La voz del coraje’, promovido por la Fundación ONCE, que se presenta este miércoles en Barcelona.  

“Mi primer marido me daba palizas, pero fue peor el maltrato psicológico del segundo, te deja más huella”

Esther González Dorado, víctima de la violencia de género y persona con discapacidad.

Esther González Dorado, víctima de la violencia de género y persona con discapacidad. / El Periódico

Esther González Dorado tiene 63 años, vive en Jerez y ha logrado sobrevivir a dos relaciones sentimentales tóxicas. Su primer marido le daba palizas. El segundo la maltrató psicológicamente. Ambas situaciones agravaron la depresión y el malestar emocional que le habían provocado los abusos sexuales que sufrió en plena adolescencia, por parte de su cuñado. En la actualidad, tiene una discapacidad reconocida del 46% debido a que la espiral de violencia le ha generado un grave problema de salud mental, del que ha intentado huir en varias ocasiones a través del suicidio.

La primera bofetada llegó, delante de suegra, porque se había olvidado poner un tenedor en la mesa

Todo empezó cuando tenía 14 años. Se fue a vivir con su hermana y allí empezó su “calvario”. Su cuñado aprovechaba los momentos a solas para abusar sexualmente de ella, algo que llegó a normalizar. Hasta que cumplió 18 y decidió escapar de la situación con un hombre “al que no quería”.

Esta relación también fue un “calvario”. Cuando tenían relaciones sexuales, ella sentía que la “violaban”, porque recordaba las agresiones vividas. Y la primera bofetada llegó, delante de su suegra, porque se había olvidado de poner un tenedor en la mesa. A partir de ahí, las “palizas fueron constantes”. “Primero eran las bofetadas, después las flores”, rememora. Ya por aquel entonces tenía síntomas depresivos, pero su marido le decía que “eso era una tontería”. Intentó divorciarse pero, allá por los años 80, la justicia no le otorgó la separación por estar embarazada.

Finalmente consiguió separarse, pero después empezaron las persecuciones y las llamadas de control para saber dónde estaba. Además, Esther se sentía culpable “por haber dejado a sus hijas sin padre”. Solo consiguió escapar cambiando de ciudad.

"No necesitamos minutos de silencio, sino que nos escuchen y entiendan nuestro miedo”

Pero el horror continuó porque se enamoró del hermano de su maltratador. “Eran totalmente diferentes -explica-, pero la relación también fue tortuosa”. Su nuevo marido la maltrataba psicológicamente: “Te deja más huella que los golpes”. Con su segunda pareja tuvo un hijo que nació con una cardiopatía congénita, pero él los echó de casa. “Como no nos fuimos, puso patas arriba la casa, cortó los cables y lo destrozó todo”. Hasta tal punto que poco después llegó el primer intento de suicidio. “Me ha dejado tanta huella que aún oigo su risa siniestra”, explica.

Esther le denunció y, aunque en un inicio incumplió las órdenes de alejamiento, finalmente aceptó la ruptura “para no ir a la cárcel”. Finalmente, Esther “ha podido ver la luz” gracias a la ayuda que recibe del Grupo Social ONCE para maltratadas. “Me he liberado, aunque sigo tocada; a día de hoy no soy capaz de tener una nueva relación”, explica. También lanza un mensaje a los políticos: “No necesitamos minutos de silencio, sino que nos escuchen y entiendan nuestro miedo”.  

“Mi primer marido era machista, controlador y no soportó que yo volviera a trabajar”

Ana María, víctima de violencia psicológica por parte de su expareja

Ana María, víctima de violencia psicológica por parte de su expareja / Jordi Cotrina

Ana María tiene 65 años, vive en Sant Boi de Llobregat y ha vivido tres rupturas matrimoniales. Durante el primer matrimonio tuvo las agallas de no someterse al “chantaje emocional” que le hizo su entonces pareja. Pero aquella situación la dejó muy tocada física y emocionalmente.

"Yo me cargué con todo para que él pudiera trabajar y estudiar y lo tiró todo por la borda con tal de que yo no tuviera más éxito profesional que él"

Se casó muy joven, con apenas 18 años, con un chico que conoció en su trabajo. Ambos decidieron, “de mutuo acuerdo”, que, aunque ella ganaba más dinero, dejaría su trabajo y sus estudios para cuidar de los niños y que, cuando crecieran, ella retomaría su carrera. Por ello, cuando el cuarto hijo iba a la guardería, decidió “retomar su vida” pero él le retó: si volvía a la vida laboral, él dejaría los estudios para ser aparejador, aunque solo le quedaban tres asignaturas. “Yo me sentí herida, traicionada y con cargo de conciencia, porque aquella carrera era tanto suya como mía. Yo me cargué con todo para que él pudiera trabajar y estudiar y lo tiró todo por la borda con tal de que yo no tuviera más éxito profesional que él. Era un machista y un controlador”, relata.

Sin embargo, no “cedió”, lo que supuso el fin de su matrimonio y que él la convirtiera en “la mala” ante su entorno, por no querer “dedicarse a sus hijos”. Aunque a posteriori él solo iba a verlos el día de Navidad porque no estaba dispuesto a “hacer de canguro” para que Ana María saliera.

Justo durante el divorcio, le diagnosticaron cáncer de mama y ella está convencida de que fue una “somatización” del malestar emocional. Después, ha tenido dos malas experiencias matrimoniales más, una de ellas con una persona adicta a las máquinas tragaperras, y perdió las ganas de vivir. Por el camino, sufrió otro cáncer, piedras en la vesícula y fibromialgia, hasta tener una discapacidad reconocida del 65%. Sin embargo, desde que ha recibido la ayuda emocional que proporciona la Fundación ONCE para víctimas de la violencia de género, ha dado “tres vueltas a la tierra”. “Ahora soy feliz, he comprendido lo que me pasaba, me encuentro mejor y, de 22 pastillas diarias, solo tomo tres”.  

"Me arrastró y me puso contra la pared. Todo aquello me costó cuatro años de salud"

Una mujer con discapacidad y víctima de la violencia de género

Marlene tiene discapacidad y ha sido víctima de la violencia de género / Elisenda Pons

Marlene prefiere no relevar su verdadero nombre. Desde que se ha separado, ha iniciado un proyecto empresarial y prefiere que su identidad no aparezca ligada al maltrato. Él le decía que “no valía para nada” y, durante los 15 años que duró su matrimonio, no se atrevió a emprender, pero ahora que ha recuperado las riendas de su vida, se siente con fuerzas. Como suele suceder, al principio su relación fue “muy bonita”. Pero el divorcio fue “traumático” y lleno de “maltratos psicológicos” que ella no ha sido capaz de reconocer hasta que ha formado parte del programa de ayuda de la Fundación ONCE. Incluso su marido “intentó quedarse con todo”, desde las viviendas que habían comprado en común hasta los objetos personales. “Lo tenía todo planeado y por eso me cambió la cerradura de la casa”, aunque no llegó a consumar su plan porque Marlene ha tejido varias redes de amistad y trabajo que lo detuvieron.

Durante el proceso de separación, su marido la insultaba constantemente y la menospreciaba por ser latinoamericana hasta que un día la “arrastró y la acorraló contra la pared”. “Él se asustó y yo me caí”, rememora. Después de ese episodio, el miedo se instaló en su mente y decidió poner el listado de teléfonos de la policía y de emergencias en la cocina, con la amenaza de que, si la continúa “humillando”, llamaría a los agentes. “Todo aquello me costó cuatro años de salud”, subraya, porque ha tenido varios episodios de depresivos, tres abortos que ella achaca “al estrés y las discusiones”, y ha visto cómo empeoraba su enfermedad cervical, por la que tiene reconocida una discapacidad del 41%.