La educación en Catalunya

La escuela catalana toma medidas para acompañar a los estudiantes trans

Los institutos La Sagrera y Maria Espinalt son dos de los que forman parte de la red Escoles per la Igualtat i la Diversitat

"En el insti se trabaja la diversidad, pero aún hay quien se ríe de ti", cuentan dos alumnos de la ESO

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A1-159660617.jpg / Jordi Otix

Helena López

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Tiene 15 años y es un chaval menudo, con media melena y un humor ácido e inteligente. Habla con una fingida desgana que no logra eclipsar su generosidad y lucidez. “Yo nunca diría que lo mío haya sido un cambio. Yo siempre he sido ‘el’ A.; no ha habido un antes y un después; simplemente me he explorado de manera más personal y he descubierto cómo me sentía más cómodo; pero yo siempre he sido un tío”, explica A. en un aula su (en muchos sentidos) luminoso instituto, pese a estar ubicado en unos barracones sobre la vía del tren.

Estudia cuarto de ESO en el instituto público La Sagrera Sant Andreu, centro de nueva creación muy sensibilizado con la diversidad, donde, por ejemplo, los lavabos no tienen género. Un espacio en principio especialmente seguro, pese a que, como dice D., compañero también trans, un año y un curso menor, “por mucho que aquí nos eduquen y nos enseñen cosas, no tenemos por qué procesarlas; el tema de la diversidad es como todo, a ti te lo pueden explicar, pero eso no quiere decir que lo entiendas”.

Los dos jóvenes charlan con absoluta naturalidad. Cuentan con el apoyo de sus familias, del centro y uno del otro. “Pero las cosas no son fáciles”, apunta sin un ápice de drama el joven D. “Sí, se trabaja la diversidad, pero a veces se ríen, hacen bromas, y me hacen sentir incómodo; no siempre es agradable”, relata el joven. A. asiente y añade que él ha sufrido muchos años de bullying y de ciberbullying. “No por el tema de ser trans, de antes, así que llega un momento en el que dices, ya está; así que al salir del armario ya tenía la coraza puesta, pasaba bastante de lo que me dijeran”. Las cifras, impenitentes, están ahí: el 58% de los jóvenes trans declara haber sufrido transfobia en el sistema educativo y el 28% se ha visto forzado incluso a cambiar de centro.

Ambos hablan de que pasan "bastante de los roles de género”. Los dos llevan el pelo largo y pendientes. “Me visto bastante como quiero. No estaba nada cómodo siendo mujer y dije, pues lo cambio, y lo cambié”, zanja A., orgulloso de que en su casa son “bastante guays” y le han arropado en la transición. Pese a eso, el joven tiene claro que “si hubiera podido elegir no ser trans, no había sido trans, por todo lo que comporta”. 

La importancia de los referentes

Antes de dar el paso de salir del armario, D. habló con un profesor trans del centro. "Me generaba confianza y quería conocer su experiencia. Saber qué podría pasar", señala el estudiante, quien salió del armario a finales del curso pasado en el instituto, pero aún no se lo he dicho a toda su familia porque le da mucho miedo cómo pueden reaccionar: "Estoy rompiendo muchas cosas". Pese a que cuenta con el apoyo y la ayuda de su casa, al principio tampoco fue fácil.

"La diversidad te la pueden explicar, pero eso no quiere decir que la entiendas", reflexionan sobre la acogida de sus compañeros 

"Me habían visto toda la vida como la niña bonita y al decirles que era un chico estaba rompiendo todas las expectativas que tenían puestas en mí", se sincera el joven, antes de concluir, "aunque suene cursi", que "es el camino que que ha elegido". "Yo podía haber sido un chico por dentro toda la vida y no expresarlo, pero he elegido que estoy más cómodo así. Así es como estoy feliz", destaca.

El instituto de A. y D. participa en el programa Escoles per la Igualtat i la Diversitat, igual el Maria Espinalt, en el barrio del Poblenou, donde tienen un espacio de educación afectivo y sexual después de que el alumnado de tercero de ESO organizara una huelga al grito de "¿por qué tengo que saberme los poemas de Lope de Vega y no sé dónde tengo el clítoris?". "Reclamaban educación sexual curricular, no optativa, y les escuchamos", resume Marta Caño, la directora, muy consciente, como apuntaba D., de que los instituto son "como un microcosmos de la sociedad" donde inevitablemente hay homofobia y hay racismo. "Aquí se sienten más protegidos, aunque no estén libres de homofobia. Y, como hay una estructura, cuando se dan casos, que se dan, pueden venir y explicarlo. Si un profesor hace un comentario homófobo, saben que pueden venir a denunciarlo y habrá una respuesta", asegura. Algo que tendría que ser normal en todos los centros, pero todavía no lo es.

"La política educativa y el sistema educativo a todos los niveles está pensado para personas 'cis heteronormativas'", se presenta, contundente, José Antonio Martínez Vicario, especialista en estudios 'queer' que hace formaciones a docentes en coeducación y perspectiva de género con valores transfeministas. A sus ojos queda muchísimo por trabajar para convertir los colegios e institutos -el lugar en el que los chavales pasan más horas al día- en espacios seguros.

Necesidad de espacios seguros

"Los espacios seguros se tienen que construir con el alumnado. Ellos tienen que decir cómo quieren que sea el colegio, su espacio vital, cómo quieren ir al lavabo, por ejemplo", apunta.

Centros que participan en el programa Escoles per la Igualtat i la Diversitat han optado por lavabos unisex, todos cerrados, sin urinarios masculinos exclusivos para personas con pene. "En el lavabo de chicos pocas personas entran en los habitáculos, orinan de pie. El que entra ya está señalado, y aún más si es una persona trans, en plena adolescencia que está haciendo la transición o aún no ha empezado", argumenta el formador.

Otro asunto -central en la vida escolar- es el patio. "Todavía no es un lugar seguro. Si no se trabaja, el espacio central lo va a ocupar la masculinidad hegemónica y las personas disidentes se van a queda en el margen, para que no se las vea mucho", reflexiona Martínez Vicario.

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