Cuando Catalunya miraba a La Meca

¿Por qué existen las escuelas?

Los territorios catalanes estuvieron bajo dominio del Califato Omeya durante el siglo VIII. En muchos lugares, los ocupantes fueron recibidos por la población con los brazos abiertos

l El paraninfo de la UB la obra "La civilización del califato en tiempos de Abderramán III", que recrea uno de los salones más emblemáticos de la ciudad omeya de Medina Azahara.

l El paraninfo de la UB la obra "La civilización del califato en tiempos de Abderramán III", que recrea uno de los salones más emblemáticos de la ciudad omeya de Medina Azahara. / Universitat de Barcelona

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

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De la misma manera que cuando se viaja en tren hay partes del recorrido que gustan más que otras, con la historia ocurre algo parecido. Hasta el punto de que determinados aspectos del pasado nos generan incomodidad y casi se obvian para no tener que prestarles atención. Uno de los casos más flagrantes es el de la Cataluña musulmana del siglo VIII.

En la historia ha habido grandes imperios y todos extendieron sus dominios gracias a la fuerza de las armas. Ahora bien no tenemos la misma percepción de todos ellos y los hay que, por decirlo sin rodeos, nos caen más simpáticos que otros. Por ejemplo, quien más quien menos se ha maravillado con la proeza que protagonizó Alejandro Magno cuando, en el siglo IV a.C., avanzó de forma imparable desde Macedonia hasta llegar a la India. Su hazaña tuvo una clarísima incidencia en la relación entre Europa y Asia en infinidad de aspectos, algunos tan trascendentales como la religión y otros mucho más cotidianos como el uso de la pimienta en la cocina, porque parece que fue él quien llevó esta especie al Viejo Continente.

Imperio Romano

Y la misma admiración que despierta Alejandro Magno también la provoca el Imperio Romano. Todo el mundo alaba sus increíbles infraestructuras, que van desde acueductos hasta puentes y carreteras; su corpus legislativo con el que se construyó el derecho occidental moderno y su lengua porque, como es sabido, el latín fue la semilla de nuestras lenguas románicas (catalán, castellano, gallego, francés, italiano, etc.).

Ahora bien, se tiene poco presente que si las fronteras imperiales iban desde el norte de África hasta el Danubio y la Gran Bretaña era porque Roma tenía el ejército más poderoso de su tiempo, capaz de aplastar cualquier revuelta surgida en el interior de sus dominios (por si alguien se lo pregunta ni los galos ni nadie tuvo tanta capacidad de resistencia como Astérix, Obélix y sus amigos creados por Goscinny y Uderzo).

El fin del imperio romano llegó por distintas causas. Una de ellas fue la presión de los pueblos godos que vinieron desde el norte y el este y consiguieron establecerse en Europa occidental. Su organización era mucho más débil y su hegemonía no duró demasiado porque en el siglo VIII, procedente de Damasco, el Califato Omeya empezó a ganar territorio avanzando por el norte de África hasta cruzar el estrecho de Gibraltar.

En el siglo VIII, procedente de Damasco, el Califato Omeya empezó a ganar territorio avanzando por el norte de África hasta cruzar el estrecho de Gibraltar

Con relativa facilidad los omeyas se hicieron con el control de la Península Ibérica y llegaron más allá de los Pirineos. En total apenas necesitaron un siglo. A partir de ese momento, en algunas zonas estuvieron más tiempo que en las otras, en función de si algún adversario les arrebataba parte de sus dominios. Por ejemplo, Barcelona fue musulmana unos cien años, hasta que los carolingios la conquistaron en 801. Por tanto, esto significa que hubo diferentes generaciones barcelonesas que nacieron, vivieron y murieron siguiendo los preceptos del islam.

Discurso medieval

Como muy bien nos explica la profesora emérita de la universidad de Barcelona, Dolors Bramon, en el podcast del Tren de la Historia, éste es un capítulo de nuestro pasado que nos incomoda porque choca con el discurso que se fue construyendo a partir de la Edad Media, cuando los reinos cristianos dominaron Europa.

Y aún nos deja más descolocados saber que, cuando los omeyas llegaron a las tierras de la actual Catalunya, en muchos lugares los autóctonos los recibieron con los brazos abiertos porque si se convertían a la fe de Alá disfrutaban de ventajas fiscales y podían hacer negocios con otros puntos del califato. En cambio, las localidades que resistieron fueron arrasadas sin contemplaciones. Esto ocurrió en lugares donde el peso de la jerarquía cristiana era más importante, como Tarragona.

De hecho, la buena sintonía entre ocupantes y ocupados hizo que muchos linajes locales arabizaran sus apellidos y establecieran alianzas matrimoniales con cabecillas omeyas con el fin de preservar su poder en aquella nueva situación.

Y es que Cataluña siempre ha sido una tierra de paso, conflicto y mezcla. Ahora que la extrema derecha resurge con fuerza en toda Europa y hace de la xenofobia uno de sus argumentos electorales, sería muy divertido hacer el árbol genealógico y genético de sus votantes y militantes. Más de uno se llevaría una sorpresa al descubrir que todos somos un batiburrillo de antepasados procedentes de todas partes. Conocer el pasado nos ayuda a desmontar falacias de determinados discursos políticos. Se puede comprobar al circular con nosotros en el Tren de la Historia de esta semana.

Dónde escucharlo

El pódcast 'El Tren de la Història' se puede escuchar en iVoox, Spotify, Podimo, Amazon, Google Podcast y Apple Podcast.

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