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La formación en las nubes de granizo superior a los 10 centímetros de diámetro ha aumentado un 30% en la última década, según datos satelitales de la región mediterránea.

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Michele Catanzaro

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La granizada que golpeó La Bisbal d’Empordà a finales de agosto, con bolas de más de 10 centímetros, que causaron la muerte de una niña, no es un caso aislado en estas latitudes. Por ejemplo, el verano anterior una granizada destrozó decenas de coches en Fidenza, una localidad de Italia central.

Ahora, un estudio sugiere que se trata de algo más que anécdotas. La formación de granizo de talla extra en las nubes se ha disparado en la última década en el área Mediterránea, según datos satelitales presentados en septiembre en la revista 'Remote Sensing'. 

El cambio climático podría jugar un papel, al proporcionar la energía y la inestabilidad que facilitan estos eventos extremos. Sin embargo, el calentamiento también podría dificultarlos, en ciertas circunstancias. 

¿Cómo se mide el granizo?

Lo habitual para valorar la medida del granizo es emplear sensores mecánicos, que se pueden imaginar como unos tambores que registran el impacto de las bolas. “Es una medida complicada. Una caída de granizo puede tener unos pocos kilómetros de largo por uno de ancho”, explica José Luis Sánchez Gómez, investigador de la Universidad de León, que gestiona la mayor red de sensores en España. Por ello, se necesitan muchísimos dispositivos en el territorio, para interceptar algunas granizadas.

El enfoque de la última publicación es distinto. Los autores han empleado datos de satélites meteorológicos, que captan la emisión natural de radiación electromagnética de la tierra. Las microondas de esa radiación atraviesan las nubes como si estas fueran transparentes, pero son rebotadas por el hielo contenido en ellas. De esta forma, los satélites captan la presencia de granizo en las nubes. Los autores - que han inventado este método y trabajan en el italiano Instituto de Ciencias de la Atmósfera y del Clima (ISAC-CNR) - pueden estimar el volumen de granizo con un diámetro determinado. El equipo ha analizado datos satelitales tomados de 1999 a 2021 en la región Mediterránea - aportando también las correcciones necesarias para evitar el efecto distorsionador de que en ese mismo periodo el número de satélites ha aumentado. 

¿Hay más granizo grande?

Los datos revelan que en la última década, en el Mediterráneo, tanto las granizadas intensas (con piedras de entre 2 y 10 centímetros) como las extremas (superiores a 10 centímetros) han aumentado alrededor de un 30%.  Los resultados son consistentes con estudios que Sánchez Gómez llevó a cabo con datos de la enorme red de sensores de Francia, país en el cual el granizo grande ha aumentado , según su análisis. 

Sin embargo, la revisión más reciente de resultados a nivel global, publicada en 2021 en Nature, “arroja una imagen poco clara”, afirma una de sus autoras, Olivia Romppainen-Martius, de la Universidad de Berna. Hay observaciones que apuntan a un incremento, otras que apuntan a una disminución y la incertidumbre es muy alta, afirma la investigadora. Sánchez Gómez observa que el estudio italiano es una fotografía del granizo en el cielo: las cosas pueden cambiar en el trayecto hacia la tierra.

Carme Farnell y Tomeu Rigo, del Meteocat, también llaman a la prudencia. “Es un fenómeno muy variable en el espacio y en el tiempo. Todo es muy incierto a nivel meteorológico”, observa Farnell. “Son fenómenos de muy pequeña escala, que cambian en pocos centenares de metros”, coincide Rigo, que considera esencial contar con información local recogida en tierra.

¿Qué relación hay entre granizo y cambio climático?

“Nos centramos en el Mediterráneo porqué es un punto caliente del cambio climático, que lo está sufriendo de forma acelerada”, explica Sante Laviola, coautor del trabajo. 

Su equipo ha comprobado que algunos indicadores meteorológicos, que son precursores de las granizadas, también se han alterado en la última década. Entre ellos, la inestabilidad de la atmósfera, la temperatura de la superficie del mar, y la altura a la cual se forma el granizo. Todos ellos han variado de una forma que podría estar influenciada por el calentamiento. “No demostramos una relación directa, pero todos los indicios apuntan en esa dirección”, afirma Laviola.

El calentamiento proporciona más energía e inestabilidad para que las tormentas puedan crecer y generar granizo. Sin embargo, también hace que el nivel de formación del granizo (los cero grados, donde el agua se congela) sea más alto. En consecuencia, cuando las bolas de hielo empiezan a caer por gravedad, tienen más recorrido a hacer, o sea más tiempo para fundirse. “Si es pequeño, se deshará antes de llegar al suelo. El que llega será el que es muy grande”, resume Sánchez Gómez. 

Esto explicaría por qué, en los datos franceses, las granizadas extremas han crecido en todos los lugares, pero las de talla pequeña han disminuido en sitios bajos, cercanos al nivel del mar, donde el granizo se desintegraría antes de tocar el suelo. En la montaña, al contrario, también estas habrían aumentado, según Sánchez Gómez.

“Es una línea de razonamiento válida, pero hay que confirmarla con modelos y experimentos”, comenta Romppainen-Martius. Según la investigadora, el calentamiento podría activar otros factores que dificultarían este mecanismo, como por ejemplo en sitios donde las capas inferiores de la atmósfera se vuelvan fuertemente secas

¿Dónde y cuándo se da?

Los datos satelitales sugieren un patrón muy concreto. En Europa Central, el supergranizo tiende a formarse en los meses de verano, mientras en la meridional (sur de Italia, península Ibérica y Grecia) está desplazado hacia el final del verano y el otoño. “El mar acumula mucho calor y esta inercia térmica que se prolonga hacia los meses invernales proporciona energía a los sistemas que generan granizo”, explica Laviola. Farnell y Rigo no encuentran evidencia de este patrón en las observaciones del Meteocat: el verano sigue siendo la época de más granizo en Catalunya. “También para sacar conclusiones sobre la estacionalidad, el reto es mejorar las observaciones terrestres, que están presentes en pocas áreas y a menudo proporcionada por voluntarios”, concluye Romppainen-Martius.

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