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La activista Greta Thunberg, durante la manifestación.

La activista Greta Thunberg, durante la manifestación.

Heriberto Araújo

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Italia es el país occidental que más teme las consecuencias del calentamiento global del planeta. Según la reciente encuesta Translatlantic Trends 2022, realizada a la población de 11 países europeos, Estados Unidos, Canadá y Turquía, el 34% de los italianos cree que la mayor amenaza para la seguridad es el cambio climático (22% en el caso de España). Razones para ello no faltan: este verano Italia ha sufrido, entre otros eventos climáticos extremos, oleadas de calor, una sequía histórica del río Po, inundaciones provocadas por lluvias torrenciales en Las Marcas que causaron más de una decena de muertos y el desprendimiento de un pedazo del glaciar que también dejó víctimas. En consecuencia, el 88% por ciento de la población italiana] cree que el cambio climático es real, según estudios de la Universidad de Yale.

Sin embargo, esta preocupación no se ha traducido en un apoyo robusto a los partidos que más soluciones proponen contra este acuciante problema. Apenas un millón de italianos —el 3.6 por ciento del electorado— depositó su confianza en el principal partido ecologista (Europa Verde) durante los últimos comicios. Quien arrasó fue Hermanos de Italia, acaso el partido más cercano al negacionismo climático. Giorgia Meloni, que se dispone a formar Gobierno tras obtener su formación el 26 por ciento de los votos, ya no niega de plano el calentamiento global, pero sí que este tema sea tan urgente como aducen los científicos.

Angelo Bonelli, diputado y coportavoz de Europa Verde, explica que la falta de debate político sobre el calentamiento global penalizó a su partido durante la campaña. “No se ha hablado de la crisis climática”, dice en entrevista telefónica con EL PERIÓDICO . Otro tema que en general limita el crecimiento de las formaciones verdes, admite Bonelli, es la dificultad del movimiento político ecologista para llegar a la masa de votantes de clase media y a los descontentos. “Tenemos que cambiar nuestro lenguaje, hacerlo menos hostil y más comprensible”.

Excepción alemana

Excepto en Alemania, donde los verdes lograron en las elecciones del año pasado un 15% de los sufratios  y hoy ocupan cinco carteras (entre ellas Exteriores) en el Gobierno de coalición liderado por Olaf Scholz, los verdes están teniendo grandes dificultades para superar la barrera del 4-5%. En algunos países europeos, ni siquiera tienen representación en el Parlamento.

No es una tendencia apenas de la Europa del sur, cuyo electorado tiende a mostrarse más preocupado por temas como el desempleo, la economía, la corrupción o la crisis migratoria. En Suecia, país célebre por su estado del bienestar  y por el activismo de Greta Thunberg, los verdes obtuvieron apenas el 5% de los sufragios en las elecciones de finales de septiembre . Katrin Wissing, secretaria del partido, explica por videoentrevista con El Periódico que su formación “ha pagado el precio de haber gobernado siete años y medio” como miembro de la coalición gubernamental que acaba de ser derrotada por partidos de centroderecha y ultra-derecha. Otros temas que han pasado factura, dice Wissing, es el poco debate climático y el efecto de la propaganda lanzada por sectores contrarios a la transición ecológica. “Hemos sufrido campañas de propaganda de la industria de los combustibles fósiles porque suponemos una amenaza para sus negocios”, asevera. Todo ello, explica Wissing, se ha traducido en una caída del apoyo incluso entre los más jóvenes, es decir, entre la ‘generación Greta’, supuestamente llamada a liderar el cambio de modelo.

Los académicos estadounidenses Patrick Gourley y Melanie Khamis han tratado de explicar de forma empírica qué causa el éxito o el fracaso de un partido verde en Europa. En un reciente estudio titulado It is not easy being a Green party[HA10]  (No es fácil ser un partido verde), los académicos analizaron los resultados de más de 250 elecciones en 26 países europeos y concluyeron que la economía es un aspecto central. “Existe una relación entre crecimiento económico y la popularidad de los partidos verdes”, escriben. Es decir, que cuanto mejor va la economía, más votos reciben los verdes. Sin embargo, cuando los indicadores económicos son malos, ello merma el apoyo de los votantes. El desempleo y los salarios son dos temas muy sensibles, como también parece serlo, dicen estos académicos, la proliferación del crimen organizado (en Suecia, una de las claves del auge de la extrema derecha ha sido la alta criminalidad en algunas zonas del país). Otro de los hallazgos de Gourley y Kharmis es que, aunque gobernar pasa factura a todos, erosiona más a los verdes. “Formar parte de una coalición de gobierno tiene un fuerte impacto negativo en el éxito de los partidos verdes”, concluyen.

Fuera de Europa, las cosas son aún más complejas. Brasil, el gran país amazónico, con un 60 por ciento de toda la selva dentro de sus fronteras, es una muestra del fracaso de los ecologistas por atraer el voto de los electores descontentos que no creen en los partidos tradicionales y se echan en brazos de los populistas. La ecologista Marina Silva —excandidata a la presidencia, exministra de Medio Ambiente y acaso la figura política más importante de todo el país en la defensa de la naturaleza— era candidata a diputada por Sao Paulo en las elecciones generales de hace dos semanas. Se disputaba el voto con, entre otros, su homólogo bolsonarista, el exministro de Medio Ambiente Ricardo Salles, quien dimitió en 2021 tras saberse que estaba siendo investigado por obstruir una investigación policial contra una mafia que traficaba madera amazónica ilegal . Los dos fueron elegidos, pero ella obtuvo 237.000 votos y él 640.000.

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