Crisis humanitaria

La estación de Sants y el primer abrazo a la diáspora de refugiados ucranianos

La estación de trenes ha consolidado una logística eficaz, gracias a la colaboración de Renfe y Cruz Roja, para atender a los cientos de personas que llegan huyendo de la guerra

Cada tren es una sorpresa, con familias que están en tránsito hacia otras ciudades y otras que se quedarán en la ciudad sin ningún vínculo y sin conocer nada

refugiados Sants

refugiados Sants / Elisenda Pons

Carlos Márquez Daniel

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si la mariposa es Vladimir Putin y su aleteo, la invasión de Ucrania, la teoría del caos, primero en forma terrestre y luego, a la vista de la resistencia, con ataques aéreos, solo ha golpeado dentro de los límites del país asediado. Porque muy lejos de ahí, lo que se ha generado es una oleada de solidaridad, una cadena de ayuda que ha obligado a llevar la logística a niveles superlativos. La diáspora de refugiados, mucho más que la escalada del precio de los carburantes o los efectos sobre las economías vecinas, es ahora el principal reto de Europa a corto plazo. Y en una pequeña aldea de Barcelona, en la estación de Sants, son muchos los que están en ello, de manera coordinada y anónima. Renfe y Cruz Roja han generado un matrimonio de conveniencia para dar continuidad al tránsito de todas las personas que huyeron de las bombas. Van camino de una vida nueva. O quizás, sin saberlo, acaban de llegar a casa. Este es el relato de su desembarco en la ciudad.

CARLOS MARQUEZ

Ana y Milena, en Sants, poco antes de que el tren de París lleno de refugiados se detenga en el andén / Carlos Márquez Daniel

Cada tren es una tabula rasa. Muy poco saben de lo que va a llegar, y será mucho, porque el 70% de los refugiados que llegan por vía ferroviaria a España pasan por Sants. Conocen el trazo grueso, que son personas cansadas que llevan varios días viajando, que han dejado atrás a parte de su familia (básicamente maridos y hermanos) y que tienen muchas más dudas que certezas. Si es el tren regular que viene de París, son pocos los refugiados mezclados entre los pasajeros. Es el caso del de las 16.54 horas, y apenas bajan siete víctimas de la guerra. Pero en el especial de las seis de la tarde, todos los viajeros traen pasaporte de Ucrania.

"Ella no paraba de llorar y de mirar las noticias. Me contó que había venido a Barcelona porque la familia que se quedó en Ucrania le dijo que se fuera tan lejos como pudiera"

El convoy llega a un andén vacío en el que el personal de Renfe y el de Cruz Roja (parejas formadas por un asistente y un traductor) se reparte para cubrir todos los vagones. En poco más de 10 minutos, cerca de 200 personas ya saben cuál es la siguiente pantalla de su periplo por medio continente. Se han cerrado salidas, se han modificado escaleras mecánicas; lo que sea para que los recorridos sean claros y comprensibles.

El no saber

Un cartel con la inscripción 'Valencia-Alicante' reúne a todos los que tienen ese destino y, por lo tanto, deben aguardar otro tren en el vestíbulo de la terminal. Lo mismo con los que van a Madrid y no han bajado en Figueres, donde deberían haberse apeado para conectar con un tren hacia la capital del Estado. No pasa nada: se les busca otro desde aquí. Hay casos particulares, gente que va a otras ciudades, Zaragoza o Sevilla, y se les acompaña a las taquillas para obtener, sin coste alguno, los nuevos billetes. Luego están los que se quedan pero no saben dónde ni cómo ni hasta cuándo. Y casi ni por qué. Los que no tienen que tomar otro convoy son conducidos a una área reservada situada junto al centro de servicios de Renfe. Ahí tienen su primera toma de contacto con Barcelona.

Familias de ucranianos, en el vestíbulo de Sants, tras llegar procedentes de París, el pasado miércoles

Familias de ucranianos, en el vestíbulo de Sants, tras llegar procedentes de París, el pasado miércoles / Elisenda Pons

Las cosas de la guerra: mientras al lado hay una cafetería en la que aguardan, elegantes, los que van o vuelven a Madrid; mientras en el McDonald's hay familias locales abriendo el menú para ver qué muñequito les ha tocado, en medio están las madres con sus hijos, las ancianas, los adolescentes; todos los ucranianos, la mayoría de tez muy blanca, ojos claros, pelo o muy rubio o muy negro. Pero con las mismas maletas, los mismos teléfonos, los mismos bultos. Todo muy obvio, pero raro al mismo tiempo. Pero eso sí, con futuros muy distintos.

Dibujos y bocatas

Mientras la gente de Renfe se encarga de los que prosiguen su viaje por via ferroviaria, Cruz Roja se arrodilla para hablar con los que descansan en esta zona. Un diálogo suave pero directo. A ratos duro pero imprescindible para saber qué necesitan y cómo se les puede ayudar. "Lo primero: ¿estáis bien?", arranca una de las voluntarias. En una esquina, bocadillos, agua, fruta. Un poco más para allá, juguetes y colores para que los peques se distraigan. Y vaya si lo hacen. En la pared, sus dibujos: un cohetes, un avión, corazones con los colores amarillo y azul de la bandera ucraniana.

"Lo primero que me preguntan es cómo van a vivir y cómo es el país"

Ana es rusa, lleva 22 años en España y es una de las trabajadoras de Renfe destinadas al dispositivo de atención a los refugiados. De hecho no es ese su nombre, pero esto no va de medallas, así que da igual si se llama Ana, Malena o Nina. "Lo primero que me preguntan es cómo van a vivir y cómo es el país", dice. La inmensa mayoría, sostiene, llega a un lugar del que no saben casi nada. Es la diferencia entre viajar y huir, mientras lo primero genera expectativas, lo segundo solo busca una escapatoria. Y aquí están, preguntando por el 'password' del 'wifi' del Hotel Barceló-Sants porque les interesa mucho más lo que pasa en su ciudad de Ucrania que lo que sucede fuera de la estación.

Ana, trabajadora rusa de Renfe, con la pequeña Nicole, refugiada ucraniana, el pasado miércoles, en la estación de Sants

Ana, trabajadora rusa de Renfe, con la pequeña Nicole, refugiada ucraniana, el pasado miércoles, en la estación de Sants / Carlos Márquez Daniel

Ana debería estar ahora de vacaciones en el sur de Rusia, en Cherkessk, no muy lejos del Mar Negro, donde reside buena parte de su familia. No ha podido ser. Pero no solo eso: no sabe cuándo podrá volar a la que, a pesar de llevar tantos años aquí, sigue considerando su casa. Dice estar centrada en su trabajo, "en ayudar, en orientar". Y está en ello. Una joven madre ucraniana que espera el tren a Valencia no sabe cómo calmar a la pequeña de un año que carga en una mochila. Ana le pide permiso para cogerla, la mece -"tengo cuatro nietos", explica, orgullosa- y la tranquiliza. La niña se llama Nicole.

Te vienes a casa

Nicoleta (tampoco es ese su nombre) es otra de las trabajadoras de Renfe que atiende a los refugiados. Es rumana y lleva 20 años en Catalunya. Cuenta que el primer fin de semana fue muy duro, porque llegaban refugiados como ahora pero todavía no estaba montado el dispositivo de atención social. Sucedió lo previsible, que algunas familias bajaban del tren sin un lugar en el que pasar la noche. Fue el caso de Irina y su hija Alisia, de ocho años. El viernes 4 de marzo durmieron en un albergue. La alternativa para el día siguiente no era muy halagüeña, así que Nicoleta, tras dejar constancia en los servicios sociales municipales, se las llevó a su casa, donde vive con su pareja y dos hijos.

CARLOS MARQUEZ

Familias ucranianas, en el andén de Sants, con el personal de Renfe que les ayuda a orientarse / Carlos Márquez Daniel

"Ella no paraba de llorar y de mirar las noticias. Me contó que había venido a Barcelona porque la familia que se quedó en Ucrania le dijo que se fuera tan lejos como pudiera". Pasaron seis días juntos, hasta que pudieron encontrarle una habitación de hotel en el Fòrum, donde siguen a la espera, junto a otras familias ucranianas, de un destino menos provisional. Llegaron a empadronarlas en su municipio, en Lliçà, y la peque tuvo tiempo de ir incluso un par de días al colegio después de que la directora moviera cielo y tierra para poder escolarizarla. Siguen en contacto y esperan verse pronto de nuevo.

Los primeros en venir

Andrés (otro nombre que no es) es uno de los máximos responsables de Renfe Sants. Vive colgado del teléfono y del 'walkie-talkie', y de las constantes interrupciones de personal de su equipo en su despacho. Su jornada laboral extendida está ahora centrada en la atención a los refugiados. Cuenta que los primeros dos o tres días solo llegaban de Ucrania hombres jóvenes pakistanís e indios. "Eran trabajadores que vivían ahí de manera precaria, iban casi sin equipaje y la mayoría seguían ruta hasta Portugal". Al poco empezaron a llegar las madres, las ancianas, los bebés. Y no solo en tren, también en autobuses o avión. "pero venían a Sants porque hablan entre ellos y saben que les ofrecemos billetes gratuitos para cualquier destino que elijan".

Al área de descanso, mientras Cruz Roja sigue identificando necesidades y urgencias, llega un carro repleto de menús 'happy meal' para los niños ucranianos. Lo primero, cómo no, ver qué muñequito les ha tocado.

Suscríbete para seguir leyendo