muertes en residencias

"No hubo tiempo ni para darles la mano al morir"

Un año después de la masacre del coronavirus en los geriátricos catalanes, los trabajadores de los centros con más defunciones se sinceran. Les cuesta dormir y acumulan ataques de ansiedad tras "el terror" de los ancianos que fallecían sin apenas tratamiento médico ni el abrazo de sus familiares.

ATAÚDES SALIENDO DE UNA RESIDENCIA DE ANCIANOS

ATAÚDES SALIENDO DE UNA RESIDENCIA DE ANCIANOS / periodico

Elisenda Colell

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La pandemia del coronavirus arrasó en los geriátricos de Catalunya. Algunas fuentes indican que allí se han registrado la mitad de las muertes por covid. Los cuidadores, que sobreviven con sueldos que no llegan a los mil euros al mes y con jornadas de casi 12 horas, fueron los únicos que vieron aquel terror. Las ambulancias llegaban a cuentagotas y los cuerpos se acumulaban esperando la funeraria. "No teníamos tiempo ni para darles la mano al morirse, había que priorizar", señala una gerocultora de uno de los mayores centros de Barcelona que prefiere no revelar su nombre. "Yo aún tengo pesadillas con aquellas caras de terror", agrega otra de un centro concertado de la provincia de Tarragona.

61 muertos en 31 días y muchos errores. La Residencia Fiella de Tremp (Pallars Jussà) vivió en diciembre el que, esperemos, sea el último gran brote de coronavirus en un geriátrico. En el Pallars se sabía lo que ocurría dentro, había material de protección para los empleados y con mucha dificultad se pudo reponer la plantilla. Pero entre marzo y abril de 2020 más de la mitad de geriátricos catalanes registraron contagios y vieron como sus ancianos morían solos y sin apenas control médico. No había mascarillas, ni personal, y las administraciones estaban superadas. Sólo los trabajadores saben lo que pasó allí dentro.

"Recuerdo llegar el lunes 16 de marzo a la residencia y ya había un anciano muerto. Al día siguiente fueron tres. Luego cinco, diez... y así casi un mes. Creo que llegaron a morir más de cincuenta ancianos en mi centro", explica una mujer que durante toda la pandemia ha trabajado en un geriátrico de más de 150 plazas en la ciudad de Barcelona donde la mayoría de muertos no se contabilizaron porque no se pudo acreditar si tenían coronavirus. Recuerda como el geriátrico acumulaba los cadáveres en el sótano porque la funeraria no daba abasto. "Tardaban casi un día en llegar", dice.

Cabe recordar que en aquellos momentos apenas existían estrategias de sectorización para aislar a los ancianos infectados ni tampoco material de protección. "Habiendo ya muertos nos dieron una mascarilla azul que teníamos que reutilizar, esa fue la protección que recibimos", agrega. Por este motivo, cuando hubo un brote, enfermaban también los trabajadores. "Lo peor fue cuando los compañeros cogían la baja. Nosotros éramos dos personas para treinta ancianos que nos necesitaban para todo", explica. Otra gerocultora de un centro de la provincia de Tarragona con más de 200 plazas y más de veinte muertos, fue la única que no se infectó. "Llegué a tener más de 14 abuelos a mi cargo. No había tiempo para nada, nos pasábamos el día corriendo y con jornadas de más de 12 horas", cuenta.

En el centro de la capital catalana, la cuidadora entrevistada admite que vio abuelos muriendo solos. "Había tanta necesidad que nos pasábamos el día priorizando, a algunos sí que nos pudimos sentar con ellos y cogerles la mano pero con otros no", asume. "Empezaban con fiebres y ya te decían 'me voy, me voy'. Cuando volvías al día siguiente ya no estaban", dice. "Yo recuerdo las caras de terror, sobre todo de los que no tenían demencia y sabían lo que estaba pasando, el no poder despedirse de los suyos... les cogías de la mano y te decían sus últimas voluntades", cuenta.

Ambas recuerdan como las ambulancias y los médicos brillaban por su ausencia en los geriátricos. "Quizás venía una de cada cinco. Pero la mayoría nos decían que no vendrían, que esperáramos a que se murieran", asegura la gerocultora de Barcelona. Ambas aún tienen pesadillas y problemas psicológicos, un año después. "Hace un año que tengo ansiedad. Todo empezó en la residencia con el estrés, y ya no se fue. Me tomo relajantes para dormir pero sé que la semana que viene tengo que volver allí dentro". La tarraconense también se reconoce en estos síntomas. "Yo necesitaba hablar de ello, y me esfuerzo en recordar los abuelos que han sobrevivido y cuando ya no hubo más contagios".

Un año después, su sueldo sigue siendo el mismo: 997 euros al mes. También las cargas de su trabajo y las ratios de personal. Ni siquiera han cobrado las ayudas que les prometió el Govern por el esfuerzo hecho durante la pandemia. Y en el geriátrico tarraconense, además, se planea un recorte de personal. "Lo peor es que me he dado cuenta que no les importamos. Siguen sin valorar el trabajo que hacemos y solo les importa el dinero que puedan sacar", se queja la cuidadora. "Lo de las muertes fue horrible. Pero hay que mirar adelante y pensar en como están los vivos. Y están mal, igual o peor que antes. Todo este dolor parece que no ha servido para nada", se queja una delegada sindical de Comisiones Obreras.

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