Derechos de la infancia

¿Qué pasa con las criaturas antes, durante y después los desahucios?

"Mi hijo pequeño ve una furgoneta de los Mossos y me dice: 'mira, mami, un desahucio, pobres niños'", explica Teresa, vecina de Ciutat Meridiana.

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Helena López

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Teresa y su pareja se compraron un piso en el barrio de Ciutat Meridiana, en Barcelona, en 2007. En aquel entonces ambos trabajaban. Ella, madre de seis hijos, en un hotel; él, en la construcción. El banco les dio la hipoteca sin demasiados problemas, pero, al poco tiempo, la cosa se torció. Ambos perdieron primero el trabajo y, después, el piso. Lo que no perdieron fue la deuda, que les acompañó como una losa. Historia no por mil veces explicada menos dura, y cuyas consecuencias se siguen arrastrando más de una década después. "Yo no sufro por mí, sufro por los niños. Escuchar las cosas que me decía el pequeño, con solo 10 años, era muy doloroso; se enteran de todo y sufren por cosas por las que no les toca sufrir, a esa edad", relata esta madre, una luchadora. 

Tras recibir la notificación judicial dejaron el piso antes de que les desahuciaran por la fuerza (le quiso ahorrar ese trago a sus hijos) y alquilaron otro muy cerca, en el barrio, para que los niños no perdieran su red: el colegio, sus amigos, el centro abierto... Pero también también les fue inasumible pagar la cuota y volvieron a quedarse en la calle. "Un hombre me vio en la calle, un día que llovía, con los críos y me dio una llave. Me dijo, 'métete ahí'", recuerda. Recuerda también que el piso estaba "hecho un asco", pero no tenía alternativa, así que allí se metieron. "Tenía que darles un techo a mis hijos", prosigue. Con ese mismo objetivo movió cielo y tierra hasta que negoció y firmó con el banco propietario del piso un alquiler social. "Hasta que nos aceptaron el alquiler social, sobre todo el chico lo pasó fatal. Sufría porque no se quería ir del barrio, pasó muchos nervios, tuvimos que llevarlo al psicólogo y todo", continúa Teresa, a quien dicho contrato le vence en unos meses y ya vuelve a estar intranquila.

Profesionales de la salud y el trabajo social destacan el impacto en el estado de ánimo, la autoestima y rendimiento escolar de los pequeños 

Con sus más y sus menos, la historia de Teresa, la de los hijos de Teresa, podría ser la de cualquiera de los 463 niños y niñas que vivieron una orden de desahucio solo entre el 14 de septiembre y el 23 de octubre del año pasado solo en la capital catalana. La de Claudia y sus siete hijos en el Poble Sec, cuyo desahucio pararon los vecinos atrincherados en la puerta y la mediación municipal en el último minuto, el pasado 5 de noviembre, pese a la moratoria anunciada por el Gobierno y el decreto firmado por la Generalitat. O la de Ruth y sus tres hijos, cuyo desahucio por parte de los Mossos d'Esquadra de noche, a pocas horas del toque de queda y en plena segunda ola de pandemia removió conciencias (y cuyo impacto mediático logró que la familia pudiera regresar al piso al día siguiente con un alquiler social). Una situación que preocupa a los profesionales de la salud y del tercer sector, que ven a diario, desde la trinchera, el impacto que esta precariedad habitacional tiene en estos niños. Para intentar ponerle freno, o, como mínimo, minimizar este impacto, una docena de entidades y colegios profesionales y la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB) enviaron hace unos meses una carta al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la que le piden la suspensión "efectiva" de todos los desahucios por "el grave impacto en el bienestar de los menores, afectando principalmente su estado de ánimo, autoestima y rendimiento escolar".  

"Hay niños que expresan pena, rabia o miedo, depende del momento, pero otros, no; otros ya son muy resilientes. Pese a que algunos son muy pequeños, han pasado ya mucho: en muchos casos, dejar su país de origen y a familiares y amigos, llegar a un país desconocido, donde no entienden nada ni a nadie y nadie les entiende a ellos... y el desahucio va relacionado a una situación de pobreza que les impacta en muchos otros aspectos. Otros niños no dicen nada para que no les señalen; para que no les etiqueten, pero lo llevan por dentro; otros ya venían de vivir en una habitación realquilada y normalizan el hecho de ir cambiando de habitación a pensión", señala Vane Sanz, presidenta de Ubuntu, entidad sin ánimo de lucro que trabaja con familias vulnerables de Ciutat Meridiana desde el 2008.

Un barrio y un tiempo en el que muchos niños han creciendo viendo las furgonetas de los Mossos mañana sí, mañana también, de camino al colegio. "Las ven y me dicen, mira, mami, un desahucio, pobres niños, yo les entiendo", explica Teresa. 

Esa presencia policial tan habitual en el barrio, no solo por los desahucios, le remueve algo por dentro a Vane. "La hemos normalizado. No deberíamos, pero la hemos normalizado", señala la educadora y defensora de los derechos delos niños. "No es normal que los niños, al salir del centro abierto, que es, junto al colegio, su espacio de seguridad, se encuentren lo que se encontraron la tarde del desahucio de Ruth", expone Vane antes de explicar una anécdota. En la concentración de apoyo a la familia celebrada al día siguiente del sonado desahucio de Ruth, unas niñas que conoce del centro abierto estaban sentadas en un banco, observando la escena y escribiendo una canción, cuya letra después le enseñaron. Decía así: "yo quiero un alquiler; una buena vida pa' todos tenemos que tener; si sacas a una, nos sacas a todas". Con lo de sacar, no se refieren solo a sacarlas de casa, sino también, muchas veces, del barrio, dejando atrás el colegio y a sus amigas, miembros clave en su frágil red.

"Las familias viven los procesos de desahucio con angustia y muchas veces se la traspasan a los hijos"

Maria Juan

— Educadora social en el instituto escuela Trinitat Nova

Para Vane es muy importante la mirada sobre estos niños. "Es importante, depende a qué edad, que ellos acompañen todo el proceso. Recuerdo un desahucio en el que las niñas fueron las encargadas de hacer el te para las personas que acudieron a pararlo. Es interesante que ellas puedan entender y participar, que se sientan protagonistas de su historia", apunta.

Maria Juan es la educadora social del instituto escuela Trinitat Nova, centro de máxima complejidad en el que una parte importante del alumnado sufre precariedad habitacional. Ya sea porque vive en infraviviendas -toda la familia en una habitación realquilada o en un local sin agua- como porque sufre inestabilidad habitacional: "ahora nos han dejado estar aquí, ahora allí". "Sobre todo los mayores, en la medida de lo posible, yo les recomiendo que se mantengan en la escuela hasta que encuentren una vivienda más o menos estable para ahorrarles tantos cambios a los niños y tengan algún punto de referencia", apunta la educadora quien, como Vane, también confía en la resiliencia de unos niños que están creciendo superando todas las adversidades imaginables. 

"Ya estoy acostumbrado, estoy muy tranquilo"

"Las familias viven los procesos de desahucios con mucha angustia y muchas veces se la traspasan a los niños. Yo lo que hago es calmarles. Explicarles que lo que les pasa a ellos les pasa a muchos otros niños de la escuela", prosigue Maria, quien apunta que a veces también pasa que el niño se muestra sereno y te dice "sí, sí, yo ya estoy acostumbrado, estoy muy tranquilo". "Otros, en cambio, tienen actitudes más disruptivas y cuando hablas con ellos te dicen cuentan 'es que vendrá la policía a echarlo", prosigue la educadora

Situaciones se encuentran miles. Desde que durante los días previos al desahucio los niños no acudan a la escuela "porque se tienen que quedar en casa haciendo guardia por si vienen a echarles" o familias que no llevan al niño al colegio el día del lanzamiento para que esté en casa cuando llegue la policía y hacer así presión para evitar el desahucio o niños que sí acuden al colegio, pero lo días previos están rebotados y cansados, durmiéndose en clase por no haber dormido, y, si logran pararlo, al día siguiente acuden eufóricos.

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